Hace una semana que tenemos muy buen tiempo en Berlín, con sol y calor. Mucho calor. Superar los 35º en esta ciudad es sinónimo de ahogo, las calles, las aceras, los edificos cogen tanto calor que resulta muy desagradable caminar por la ciudad.
A estos calores hay que sumer las hordas de turistas que todo lo invaden y bloquean. Yo entiendo que quieran ver los monumentos y edificos que hay por toda la ciudad, pero que 50 personas bloqueen la acera por hacerlo al mismo tiempo, enerva bastante.
Yo, como mujer precavida que soy, voy a todas partes con mi abanico negro, porque sentarse en una aula con otras 25 personas a 35 grados ahoga más aún que luchar contra las hordas de turistas. Algún ¡qué calor! se suele oir, algunos provienen de mi boca, y al decirlo siempre hay algún teutón desorientado que me pregunta, ¿pero tú tienes calor? ¿no estás acostumbrada de España?
Alma candida, sí siento calor, no tiene nada que ver ser o no de España para que la falta de oxigeno y los grados que se acumulan y vician el aire me sienten igual de mal que a tí. Bueno, miento, igual de mal no me sientan, que mi ropa sigue combinando entre sí...