Como ya conté en algún post anterior, mi hambre lectora es voraz e insistente, si bien es verdad que hay fases en las que no puedo leer nada que no sea académico, por un lado por falta de tiempo y por otro lado por falta de energía mental. Cuando el estrés parece por fin dejarme de lado, mis ganas de leer vuelven todas de golpe y parece que cuanto más leo, más quiero leer. Así que me pongo a ello.
En nuestro mini-palacio berlinés no queda mucho espacio, así que hay que ir con mucho cuidado de qué compramos y dónde lo ponemos. Ya lo dije, una de mis pasiones son los libros, me cuesta muchísimo resistirme a comprar alguno cuando voy a una librería.
Como a falta de espacio en el piso era evidente y con mis espalda tan fastidiada como la tengo con la hernia, no puedo andar moviendo libros de un lado para otra si quiero leer en el metro o cuando espero. Viendo lo visto, decidí hacerme con un Kindle, y la verdad es que es una de las mejores decisiones que he tomado.
Mi Kindle es la versión sencilla de todos ellos, sin luz integrada ni ningún extra. Yo no quería una pantalla que se iluminara por sí misma, porque bastantes horas paso al día delante de pantallas iluminadas. En el Kindle caben infinidad de libros, así que no hay que limitar los libros que uno lleva consigo; esto es muy práctico si se quiere compartir el Kindle, como hago yo con mi maromen. Con el Kindle se lee increíblemente bien, es más en el metro me mareo mucho menos si leo con el Kindle que si leo un libro normal. La batería aguanta un montón antes de tener que cargarla.
De momento, sólo le veo ventajas y ¡estoy encantada de habermelo comprado! Si bien es verdad que el canto de un libro, sólo lo tiene un libro, los libros son algo especial...