domingo, 17 de marzo de 2013

Ser un quejica

En mi familia he oído muchas veces eso, de quien no llora, no mama, que muchas veces venía acompañado de un ¡ayyyyyy que malito estoy y que poco me quejooo!. Vamos, como podéis ver en mi familia somos muy de refranes y muy de tocar las bolas las narices.

Es verdad que si alguien tiene algún dolor, debe hacérselo saber a las personas más cercanas de su entorno, para que se tenga en cuenta y se tome a la persona en especial consideración, si ella no pudiera hacer las cosas que hace normalmente, o si la persona estuviera de peor humor que normalmente.

Yo, que soy más bruta que un arado, en lo que los dolores se refiere; más chula que un ocho, porque yo lo valgo; y lo hago como lo hago, porque yo vengo de Baskenland. Hace que no diga constantemente qué me duele, dónde me duele o cuánto me duele, y esa falta de información hace que a la gente de mi alrededor se les olvide que me duele.

Si bien es cierto que no hay que ser un quejica, yo tengo que aprender a hacer ver que me duele. Me parece que me toca practicar las frase "¡¡¡Joeee, es que me dueleeee!!", o alguna similar, pero sin conventirme en una quejica tocacojones tocanarices.