La bicicleta es algo importantísimo para un teutón como Dios manda. Es de vital importancia. Tanto es así, que la bicicleta ocupa un lugar especial en el trastero o en algunos casos en el propio piso.
Yo, como suele caracterizarme, comencé en el noble arte de desplazarse sobre dos ruedas y pedaleando, tarde y mal. No nos vamos a engañar. Aprender a montar en bici de adulto no mola. Aterra. Si al miedo que produce tener que aprender a equilibrarse sin esmoñarse, le sumamos mis indudables dotes deportivas, pues queda el circo montado. Yo, que no diferencio entre derecha e izquierda, que calculo las distancias malamente y que me caracterizo por ir, más bien despacito, pues las posibilidades de darme un hostiazo, pero de los gordos, aumentan exponencialmente.
Hace dos años fuimos mi mitad teutona y yo a comprar una bici nueva para él, porque aquella carraca roñosa bicicleta que tenía, era un peligro de color verde sobre dos ruedas. Estando pues en la tienda de tamaño germano, es decir XXXXXL, que ya sabemos que esto de las bicis es cosa sería, vi algo. Me acerqué temerosamente y allí estaba la bici ideal para mí. O así lo veo yo.
Dios no fue precisamente generoso dotándome de belleza yunas aptitudes físicas de olimpiada, así que mi bici, tenía que ser pequeña, no pesar un quintal. Y sobre todo, muy importante, ser bonita. ¡Faltaría más! Así pues aquella tarde de abril, salimos del establecimiento montados en nuestras bicis y tratamos de no esmoñarnos mucho….¡qué duro es montar en bici nevando!