Una amable voz trataba de arrancarme de entre los cómodos brazos de Morfeo. Lo primero que atiné a balbucear fue un “tengo frío” seguido de un “me duele”. La amable voz me dijo que no me preocupara que ahora mismo se me pasaba.
Lo primero que hicieron fue taparme con una especia de manta llena de agujeros. Ésta la conectaron a un extractor de aire, con lo que enseguida estaba yo envuelta en una nube de aire cálido y muy agradable. Con los calmantes, debo decir, que tampoco escatimaron, con lo que pude ir despejándome lentamente.
Cuando fui tomando conciencia de mi persona y del mundo que me rodeaba, me di cuenta de que esa sala era como el camarote de los hermanos Marx. Todos los presentes en la sala era, a mi parecer criaturas durmientes un tanto extrañas. Quizás los efectos de la anestesia me hicieron tener una imagen de la gente a mi alrededor un tanto distorsionadadivertida.
Los gritos descomunales de un hombre de tamaño descomunal también, hizo que el plácido ambiente de la sala se transformara un poco. Y es que este amable señor asustó a una enfermera y ha media sala con su “¡¡¡Me cagao en tó!!! ¡¡¡He dicho que quiero seguir echándome una cabeza y como vuelvas a molestarme verás!!!”.
Para evitar un empeoramiento de la situación y tratando de mediar, un amable enfermero se acercó al susodicho bello durmiente y le dijo con amabilidad pero contundencia, que estuviera muy tranquilito, sino volvía él otra vez.
Cuando me subieron a mi habitación el cariñoso saludo de mi mitad teutona, me acabó de confirmar que se acabó la siestecita al calor de la manta agujereada. Me vi obligada a saludar a la cruda realidad que me rodeaba.
Por suerte, ahora, a toro pasado, puedo decir que no fue para tanto….. ¡pa’bernos matao!