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sábado, 24 de noviembre de 2012

La economía política del sacrificio (V): el signo de la catástrofe



 
-I-

Constatar la existencia de una sociedad escombrada, la perpetuación de una realidad histórica marcada por el signo de la catástrofe social y ecológica, no implica entregarse al desaliento. Puede ser punto de inicio de una lucha entusiasta por transformar lo que es producto de específicas intervenciones humanas, sin que eso se convierta en un facilista “llamado a la acción”, como si ésta fuera intrínsecamente superadora de lo que cuestiona. La elaboración de nuestras herramientas teóricas, en este sentido, tiene relevancia en la práctica política: constituye una dimensión central en la producción de nuestras luchas colectivas. Aunque grosso modo la crítica al capitalismo suscite adhesiones rápidas en el seno de la izquierda, las argumentaciones y categorías que sostienen esa crítica divergen en puntos significativos y no podría ser de otro modo cuando se trata de dar cuenta de las complejidades del presente. De ahí que una política de izquierdas que se sustraiga del debate teórico esté condenada a la ceguera, a no ver las líneas de fuerza de un desastre global inédito que las políticas neoconservadoras hegemónicas no hacen sino agravar.
 

Formulemos, en este debate abierto, una primera tesis de partida: la extraordinaria concentración de poder económico, político y cultural por parte de determinadas élites mundiales nos arroja a una situación drástica sin precedentes, en la que las coordenadas materiales más primarias de la existencia social están en riesgo. La destrucción irreversible del medio ambiente y la proliferación de desequilibrios ecológicos (contaminación, radioactividad, sustancias tóxicas, derrames de petróleo, accidentes nucleares, cambio climático, etc.), el creciente control privado de los alimentos básicos, la especulación sobre las materias primas, el riesgo sostenido de pandemias y hambrunas de largo alcance, el aumento de las desigualdades económicas y de la miseria, la proliferación de guerras “humanitarias” que implantan pseudo-democracias tuteladas con cientos de miles de desplazados y decenas de nuevos propietarios, por mencionar sólo algunos fenómenos actuales, ilustran ese estado de emergencia generalizado y permanente. No se trata de fatalidadesante las que sólo cabría la resignación o, a lo sumo, la buena disposición para la “ayuda humanitaria”. Las catástrofes –con efectos imprevisibles a largo plazo- son la contracara necesaria del  proceso de modernización tecno-económica y político-militar en el marco de la globalización capitalista. La catástrofe cuenta cada vez más como escenario ideal propicio para intervenciones neocolonizadoras, producto de una planificación estratégica en la que participan, en una alianza inconfesable pero evidente, tanto diferentes cúpulas del poder económico-financiero trasnacional como distintas autoridades gubernamentales a nivel mundial, convertidas en gerencias de la política como negociado.


La sociedad del sacrificio es una sociedad catastrófica. No es nada a futuro: ironizando sobre las “profecías apocalípticas” que atribuyen al pesimismo ecologista e izquierdista, el discurso hegemónico evita tener que dar cuenta de los cataclismos locales con efectos globales de largo alcance. El optimismo ilimitado de sus portavoces no sólo minimiza el desastre que están provocando de forma sistemática: tampoco dudan en sacrificar a los otros en nombre del “progreso”. En un ejercicio cínico, insistirán con su retórica edificante de “sano sentido común”: negar que también lo que nos vemos nos afecta de forma dramática. No importa que las huellas de este crimen que se perpetra cada día proliferen: insistirán en que es parte de nuestro delirio. A esta acusación no tenemos más remedio que hacerla nuestra. Tras este “camino delirante”, sin embargo, lo que encontramos es la verdad de lo increíble: un sistema que tiene como condición de reproducción la creación de catástrofes.
 

No es preciso llegar a la hipótesis maximalista de un “mega-proyecto de control” centralizado, dirigido por un Amo siniestro, para sostener que la catástrofe, demasiado a menudo, no constituye una consecuencia de fenómenos naturales independientes a nuestro control (un mero accidente que escapa al dominio humano) sino que está ligado, de forma compleja, a unas decisiones planificadas en función de diversos réditos políticos, económicos y culturales. Ello tiene al menos dos implicaciones teóricas diferentes y complementarias: en primer lugar, no hay ningún gran Otro que otorgue inteligibilidad última a una multiplicidad de intervenciones de alcance impredecible y, en segundo lugar, en tanto multiplicidad, nos permite concebir la posibilidad de incompatibilidades y conflictos entre estas intervenciones (lo que, de algún modo, abre determinadas grietas históricas sobre las que debería incidir una política de izquierdas). Este modo de operación descentrado crea mayor impredictibilidad: la incertidumbre objetiva que produce no puede ser resuelta apelando a un sujeto soberano –más o menos perverso- que conocería los planes desde el principio. “En la sociedad del riesgo «postmoderna» ya no hay «mano invisible» (…). No sólo desconocemos el sentido final de nuestros actos, sino que no existe ningún mecanismo global que regule nuestras interacciones (…)” (1).
 

¿Se agota ahí lo central de nuestro presente? Negada la Gran Conspiración, ¿deberíamos por ello privarnos de extraer las conclusiones radicales que conlleva la tendencia de las élites mundiales a construir centros integrados de poder, de manera de afrontar con mayor eficacia sus proyectos a escala global? Es claro que no. La tesis formulada por Marx referente a la tendencia monopólica del capital sugiere que es en esa dirección por donde tenemos que avanzar. Para formularlo en términos contemporáneos: ¿qué implicaciones teóricas y prácticas tiene la fagocitación de industrias locales por parte de grandes corporaciones trasnacionales, esto es, la llamada “integración de negocios” para aumentar el “valor agregado”, la “sinergia” de capitales que participan en diversos sectores económicos con el objetivo de controlar la mayor parte de la “cadena de valor”? Como proceso que de facto se está produciendo a nivel mundial, ligado a la concentración de capitales y a la diversificación de sus inversiones, ¿no debería advertirnos sobre una creciente centralización de las decisiones en un número relativamente reducido de corporaciones? ¿Qué vínculo se plantea entre estos procesos y la producción científico-tecnológica patrocinada fundamentalmente por sectores privados? Y finalmente, ¿qué consecuencias políticas produce el hecho de que esas mismas corporaciones ejerzan presiones concretas sobre los grupos gobernantes para promover decisiones afines -en materia de leyes, inversiones de base, subvenciones, alianzas estratégicas, etc.- tanto a nivel nacional como internacional?


Dar una respuesta exhaustiva a tales preguntas excede estas reflexiones preliminares. Hay suficientes trabajos de investigación, incluyendo excelente material audiovisual (2), que permite responder de forma tentativa. Por mi parte, me limitaré a señalar que negar la capacidad de operación de esas élites económico-financieras es, sencillamente, desconocer la pronunciada acumulación de poder que a escala planetaria se ha producido en las últimas décadas. No por moverse en una zona de opacidad tales agentes económicos dejan de ser decisivos en la construcción del presente. Lo sabemos por los estragos materiales que las decisiones de estos grupos generan a nivel global: especulación financiera y evasión a gran escala, guerras a medida, engaños sistemáticos a la llamada “opinión pública”, terrorismo estatal y paraestatal (incluyendo asesinatos selectivos y atentados de falsa bandera), tráfico de armamento y estupefacientes, redes de tráfico y trata de personas, monopolios en los mercados de materias primas, financiación legal e ilegal a los principales partidos políticos, escalada de proyectos militares no convencionales, restricción de principios constitucionales fundamentales, entre otros. Es claro que estos ejemplos no son exhaustivos, pero permiten dimensionar el alcance del (des)control al que estamos expuestos.

 
Para leer el ensayo completo, pulsar aquí.

sábado, 25 de agosto de 2012

La economía política del sacrificio III: el repudio de los otros

 
 
Ya no escuchamos con tanta frecuencia el discurso arrogante de los portavoces del “primer mundo”, entre otras cosas, porque ese “primer mundo” ni siquiera existe en tanto realidad homogénea. De la teoría de los tres mundos no queda, en buena parte del planeta, más que el tercero. La mundialización del tercer mundo incluso en los países centrales arruina cualquier pretensión de superioridad europea. Dicho de otra manera, el eurocentrismo está herido de muerte. La lección es clara: nadie está a salvo en el capitalismo, como no sean unas elites mundiales que gobiernan a espaldas de los pueblos, en la más absoluta opacidad. En cualquier parte donde se viva o sobreviva -según complejas coordenadas de clase, género, etnia, procedencia o edad- uno se topará con escombros. La creencia en una superioridad esencial, ligada a una etnia, una cultura o una nación, está jaqueada por la propia dinámica capitalista desterritorializante. El desbordamiento de una economía globalizada con respecto a los estados-nación (en tanto garantes necesarios de su despliegue) es inocultable. Lo que rige el movimiento de multinacionales y capitales financieros no es la lógica nacionalista sino la lógica de la mercancía: la “patria” inlocalizable del capital.
  
Que todavía ese núcleo etnocéntrico tenga anclaje social en Europa y EEUU no hace más que agravar las cosas: contribuye a sedimentar un discurso de cuño fascista, que además de construir al otro como sujeto inferior, lo supone inconvertible, esto es, incapaz de advenir como «semejante». Ahora bien, ante sujetos declarados inconvertibles lo único que se puede hacer para neutralizarlos es el control, el confinamiento o la muerte.
 
En Europa, seguir acusando a otrascomunidades (“sudacas”, “moros”, “chinos”, “negros”) de las carencias globalizadas sigue siendo una manera de desconocer un modo de producción que sólo puede sobrevivir sobre la ruina de los otros. Agitar la amenaza demagógica de la invasión de los bárbaros oculta la barbarie de una sociedad del sacrificio, que transfiere la responsabilidad a los propios damnificados. Al negar las desigualdades inherentes a un orden internacional criminal, reduciendo el problema a una cuestión de «méritos individuales» y de «capacidades culturales» (según un esquema desarrollista unidimensional que identifica el «desarrollo» con el eje Europa/EEUU), esas acusaciones no pueden dar cuenta de lo que está ocurriendo en el sur europeo, en particular, el crecimiento descontrolado de sus periferias interiores.
 
La xenofobia y el racismo, como operadores selectivos y estratificantes, en vez de haber mermado ante las dificultades colectivas crecientes, aparece como el último refugio de una derecha que llama a “levantar la marca-España” (como si se tratara de un sello diseñado a través del marketing) hundiendo a los otros: supresión de fondos de integración, reducción drástica del presupuesto para políticas de codesarrollo y cooperación, desfinanciación de partidas destinadas a los colectivos de inmigrantes, refuerzo de una política de control migratorio, aumento de la presión contra la inmigración irregular, mantenimiento de los centros de internamiento de extranjeros, taponamiento de una política de asilo, etc. Si por un lado los hermanos ricos del norte son recibidos como agua bendita por la industria del turismo  y los empresarios chinos -no sin ambivalencias- elogiados en su laboriosidad infatigable y sobre todo su empuje inversor, la suerte mira a otra parte cuando se trata de trabajadores inmigrados, de los cuales más de un tercio está en situación de desempleo. Ningún ejercicio de autocrítica ni llamado a la humildad cabe esperar en esta coyuntura. Se trata, según la política en curso, de afianzar el sacrificio de los otros, de hacerlo más perdurable, de convertirlo en un punto irreversible (incluso cuando eso signifique, a largo plazo, la propia bancarrota).
 
Puede que muchos grupos identificados con la derecha sigan acusando a esas víctimas de ser responsables de lo que padecen (especialmente, si no forman parte de la propia comunidad nacional). De todas maneras, incluso si se representan como “superiores”, también están condenados. Casi todos, como no sea haciéndose propietarios de una empresa de seguridad o convirtiéndose en lacayos útiles y dóciles. Ni siquiera eso los inmuniza y también ellos serán “sacrificados” a su tiempo.
 
La reestructuración sistémica actual pone en jaque las prerrogativas de las que gozó antaño Europa. “Europa” misma es el nombre de una fractura política y una desigualdad económica manifiesta entre sus países-miembro. En esas condiciones, la inculpación a “los extranjeros” de la “crisis” es ridícula e inconsistente. La derecha más informada lo sabe y por eso necesita hacer malabarismos para ocultar la correlación entre «inmigración» y «crecimiento económico» -basado, por lo demás, en un modelo productivo insostenible-. Agotada la ilusión del derrame de la riqueza, usar como chivo expiatorio al otro no pasa de ser una estrategia desesperada para desviar la atención de los auténticos responsables de la debacle económico-financiera actual.
 
La maldición del “vuélvete a tu puto país” adquiere un nuevo sentido: no sólo el retorno concreto de miles de inmigrantes a sus países de origen, sino también la migración en sentido inverso, especialmente de miles de jóvenes que parten en busca de las oportunidades que el “primer mundo” les niega. En una irónica inversión, parte de quienes ayer cerraban sus puertas deben ahora golpear aquellas otras que miraban con reservas, cuando no con prepotencia. Para más humillación, muchos de ellos tendrán que sufrir las trabas burocráticas y legales que el estado español exigió a los inmigrantes en la última década.
 
La paradoja más notable de esta economía política del sacrificio, sin embargo, no es el repudio de los extranjeros en nombre de un gran Otro (el Mercado) sino la necesidad de extranjerizar a los propios, esto es, de construir cada vez nuevos “otros” a los que sacrificar (ya no bajo la forma de la expulsión sino de la pauperización). La conversión de millones de ciudadanos españoles en ciudadanos de segunda mano –a nivel político, económico y cultural- es el primer paso para la legitimación de una política a medida de las clases dominantes. Esos conciudadanos convertidos en extraños, son legión: jóvenes, mayores, discapacitados, dependientes, desahuciados, desempleados… El patrón común que tienen es su específica pertenencia de clase. Como sectores subalternos son objeto de una política que necesita cosificarlos para abatirlos con la menor resistencia posible. Como víctimas propiciatorias no alcanza con saquearlas y hacerlas partícipes forzosos del sacrificio; además, se trata de estigmatizarlas, inculpándolas de no estar sacrificándose lo suficiente, de no estar “esforzándose” todo lo necesario para salir del pozo en el que supuestamente se han metido por negligencia, falta de méritos o irresponsabilidad. 
 
Lo “propio” enajenado es la condición de sacrificabilidad. Ahora bien, ¿no se trata más bien de un pseudosacrificioen tanto sólo se ofrenda a aquellos que nuestros amos han prejuzgado como no valiosos (esto es, a los que considera «sobrantes estructurales»)? La respuesta es afirmativa. De ahí el reproche perpetuo de esos poderes sin rostro de los “mercados”: no has hecho los sacrificios suficientes. Nada señala, pues, que esta espiral de ajustes infinitos a las clases populares y medias vaya a detenerse. Cuando ya no alcancen quienes están tipificados como otros, esta política necesitará construir nuevas categorías de marginados a los que sacrificar. El genocidio al que tantos asisten como un espectáculo indiferente se nutre de esta exigencia infinita: puesto que esos otros ya están condenados al no-valor, es imperativo hacer nuevos sacrificios cada vez más costosos. El compromiso de los mandatarios con esta tarea interminable, imposible de satisfacer como no sea creando crecientes masas marginales, además de perversa, puede resultar sorprendente: para salvar unas elites, los que gobiernan tienen que convertir las propias poblaciones en objetos sacrificables. Y puesto que el presupuesto fundamental de esta forma de sacrificio neoconservador es que el sacrificado no coincida con el sujeto que sacrifica, todo hace prever que en la lista de espera también habrá casillas para los “propios ciudadanos” convertidos en extraños.
 
¿Qué límite se plantea internamenteesta política? ¿Hasta qué punto están dispuestos a llegar y cuánto les permitiremos avanzar a nivel colectivo e individual en su ataque sin precedentes? Y puesto que los demás son nuestro espejo y que no somos sino a través de ellos, ¿qué suerte podría correr un sistema así, que declara una guerra a muerte a los «otros» fabricados a medida de su ambición ilimitada? ¿qué insoportable imagen arroja ese espejo, como no sea la de una codicia insaciable, esto es, la miseria infinita de esta subjetividad sacrificial que encarna en los agentes del capitalismo? No basta decir, como algunos ecologistas hacen, que “el dinero no se come”. Es cierto, pero no podemos permitirnos esperar a que se den cuenten y recapaciten sobre la condición constitutiva de los demás. Esperar a que estas elites mundiales se autolimiten en términos éticos es completamente ilusorio. En primer lugar, porque dar por sentado que no lo saben ya es algo totalmente dudoso. Pero sobre todo, porque si alguna vez estuvieran dispuestos a recapacitar, sería demasiado tarde.  
 
 
Arturo Borra

martes, 24 de julio de 2012

La ciencia del pánico


El miedo siempre fue una fuerza poderosa. Según el modo de vincularnos con esa fuerza, puede conducirnos por caminos contrarios. Tal vez por eso ya no alcanza generar temor a escala masiva; es preciso radicalizarlo al punto de provocar pánico. Ante ese temor exasperado, nuestra capacidad de producir respuestas autónomas se minimiza. Y nuestros consumos se disparan.

En nuestras sociedades contemporáneas, la producción del pánico ha adquirido un cariz industrial. Su finalidad es clara: inducir al consumo. La promesa de restablecer el “equilibrio perdido” está detrás de toda mercancía: si consumes no tienes nada que temer. Pero ¿no es precisamente esa presunta omnipotencia de la mercancía la que hay que enfrentar, en primer lugar, para orientar nuestros miedos en una dirección diferente?



domingo, 13 de mayo de 2012

El 12-M en Valencia

Mientras el Ministerio del Interior vuelve a hacer el ridículo dando cifras absurdas sobre el número de asistentes -mintiendo de forma descarada para minimizar el 12-M- aquí compartimos unas fotos de la verdadera magnitud de la protesta social del 12-M en Valencia. Las columnas de manifestantes eran interminables y si queremos tener una mínima noción de este acontecimiento popular, tenemos que buscar información fuera de los dispositivos de la propaganda oficial.

Al menos 100.000 personas se manifestaron ayer en Valencia. Lo relevante, sin embargo, no son tanto las cifras como la convicción de que el 15-M es un movimiento que sigue su marcha, por momentos subterránea, con la promesa de otro mundo posible. 

 
















Al llegar la plaza, un vallado impedía el paso. Por extrañas razones, habían decidido trasladar a último momento la mascletá que suelen disparar desde el antiguo cauce a la plaza del ayuntamiento.







Poco tiempo duró el vallado. Muchos de nosotros comenzamos a gritar: "La plaza es del pueblo" y poco a poco, la gente se fue animando. Algunos comenzaron a tumbar las vallas, desafiando el cordón policial. De forma imprevista para la policía, una marea humana anegó la plaza, saltando la prohibición, arrancando las mascletás que ocupaban su centro.



Fue quizás el momento con más carga simbólica: la plaza como espacio público fue recuperada, a pesar de la estrategia del gobierno para impedirlo. 






Ellos seguirán mintiendo y criminalizando la protesta social. Mientras tanto, sin saberlo, una multitud va escribiendo la historia del presente.

domingo, 29 de abril de 2012

Diez preguntas sobre el anarquismo: una entrevista a Emilia Moreno de Arturo Borra



1) Al menos en la Europa de la última década algunos movimientos sociales –tal como ocurre con el movimiento 15-M- han reactivado de forma más visible un cierto espíritu libertario. ¿Qué factores inciden en este retorno del anarquismo? De forma inversa: ¿por qué ese espíritu libertario no cuenta con apoyos sociales más amplios?

El deseo de las personas por vivir en libertad, de forma solidaria y en sociedades donde la solidaridad, el comunitarismo y el apoyo mutuo rijan es tan antiguo como la de dominar e imponerse; es una dialéctica que siempre ha estado presente y, en este último siglo, no sólo el 15M, sino los movimientos okupa, los antiglobalización y otros han sido la cara de la primera. ¿Por qué no son más quienes se suman? Quizás sea una pregunta para quienes no comparten el ideal libertario como el que impulsa la mejor de las organizaciones humanas; lo que sí es cierto, es que son muchas y muchos quienes lo vienen buscando de una u otra manera, y el que sea difícil encontrarse no debe ser un obstáculo para seguir intentándolo.

2) Admitamos que no hay garantías para la promesa de otro mundo posible. En esas condiciones de incertidumbre, ¿cómo movilizar a diferentes sujetos colectivos en la construcción de un porvenir deseado?

Pienso que el error está en intentar movilizar; eso ya lo hace el poder.  Dirigir y decir a las personas qué es lo que deben hacer no tiene por qué ser  el objetivo. Es lógico el temor a los cambios profundos, es más fácil irse adaptando a las circunstancias e intentar mejorar desde dentro,  es fácil caer en el buenismo; y de este temor se vale el poder para someter. Por ello, admitiendo la dificultad de alcanzar ese “mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones” lo mejor es echar a andar y demostrar andando sus posibilidades. Y hoy en día son muchos y muchas quienes han comenzado a caminar.

3) La frontera entre marxismo heterodoxo y anarquismo no siempre resulta nítida, aunque sus diferencias con respecto al estado son conocidas. En este punto, ¿qué puede aportar ese discurso marxista al movimiento libertario?

No me siento muy autorizada a contestar sobre el marxismo heterodoxo, entre otras cosas porque para mí son un enorme crisol de organizaciones y siglas muy diversas y heterogéneas.
En sus bases existe mucho de ideal utópico, y por ello, al igual que en el anarquismo, es imprescindible el encontrar puntos de encuentro para en la diversidad ser capaces de construir en positivo.

4) ¿De qué forma podría concebirse la transición desde los actuales estados-nación a una sociedad sin estado, dando por sentado que los grupos hegemónicos ya despliegan todos los medios disponibles –sin excluir la violencia- para retener su régimen de privilegios? ¿Cómo se regularían los conflictos tanto en la vida pública como privada en esa sociedad autogobernada?

Está claro que el poder no va a ceder sus privilegios. La actual organización, regida por entes netamente económicos y ultra nacionales, donde los conceptos de Estado y Nación sirven como instrumentos desde los que someter,  tiene un enorme aparato represor, en el que la propaganda y el control intelectual es una de sus mejores herramientas; consigue con ella convencer a buena parte de la sociedad del peligro que supone cualquier intento de cambio y que ésta le haga el trabajo sucio de su neutralización en la mayoría de las ocasiones.

Es necesario que seamos capaces de combatir esta propaganda, y aunque con dificultad, internet se está demostrando una buena herramienta tanto en la transmisión de la información, como en la difusión de las ideas y su debate. Sólo se precisa ir despertando el hambre de saber y conocer, y últimamente tanto recorte y tanta restricción está llevando a muchas personas a buscar. Hemos de ser capaces de tener las respuestas.

Y en cuanto a la última cuestión: sólo la experiencia nos podrá responder a estas preguntas, será maravilloso poder contestar algún día, pero como decía Lucía Sánchez Saornil, serán otras quienes alcancen el sueño, nosotras bastante hacemos con caminar hacia él.

5) Uno de los reproches más repetidos con respecto a la izquierda es su dificultad de construir frentes de lucha en común. ¿Qué responsabilidades históricas tiene el anarquismo en la fragmentación de esos movimientos que buscan activamente una transformación social radical?

Bueno, cada uno tiene su versión en cuanto a responsabilidades a lo largo de la historia, pero tanto en la primera internacional, como en la guerra civil española no hay muchas dudas de quién fue la damnificada, y cómo a su costa y por perseguir meramente el poder se perdió la oportunidad de hacer realidad una utopía que podría haber cambiado la historia del mundo.

Y en cuanto a la actualidad, una buena amiga dice que todo partido u organización de izquierda, por pequeña que sea, es susceptible de dividirse por dos. Siempre me ha hecho sonreír la ocurrencia, pero no deja de ser una de las grandes lacras con la que nos hemos de enfrentar. Quienes nos decimos herederos y herederas de organizaciones nacidas a finales del siglo XIX y principios del XX, nos hemos aferrado en muchas ocasiones a la literalidad de sus planteamientos, creados para una sociedad muy diferente a la actual, con medios y condiciones de vida inimaginables entonces, y nos hemos olvidado de aplicar su espíritu. La rigidez ha propiciado desencuentros en ocasiones absurdos, provocando un fundamentalismo diametralmente opuesto al objetivo y el pensamiento de las organizaciones originarias.

6) ¿Por qué deberíamos renunciar a abrir un frente de lucha también (aunque no solamente) en las instituciones del estado, considerando que sus políticas nos afectan de forma directa? ¿Qué posibilidades reales hay de articular «representación parlamentaria» y «democracia directa»?

Representación parlamentaria y democracia directa son términos absolutamente opuestos e irreconciliables; participar en las instituciones es reconocerlas, reconocer su poder para decidir sobre nuestras vidas. Pretender incidir en ellas es legitimarlas y como dice  Ricardo Flores Magón “las revoluciones fracasan porque, una vez triunfan, los hombres delegan el poder en el gobierno revolucionario”. Nunca nadie debe delegar en un gobierno.

7) Una lectura habitual de la célebre expresión “pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas” es que ese pasaje equivale a una clausura de lo político, esto es, a una sociedad reconciliada, libre de antagonismos. En caso que resulte válida esa lectura, ¿hasta qué punto no se reintroduce un principio teológico en la historia humana, esto es, una dimensión mesiánica en la que el Otro es plenamente integrado a la comunidad?

Nunca he compartido esta expresión, al margen del valor que pueda tener por el momento y la voluntad del Saint-Simon, creo que el gobierno nunca puede pasar de las personas a las cosas, dado que quien tiene capacidad de incidir sobre el mundo son las personas y para su bien y provecho es que se han de tomar las decisiones. Las propuestas de Saint-Simon, reconociéndole el mérito de lo novedoso en su momento, han quedado totalmente sobrepasadas. Es obvio que la organización industrial por sí sola no redistribuye la riqueza, y por tanto es necesario algo más, o diferente, al gobierno de las cosas.

8) En algunas variantes ácratas, de modo similar a lo que ocurre en el liberalismo, la noción de «poder», circunscripta al estado, es concebida en términos negativos y represivos. Ahora bien, ¿qué implica desistir de toda forma de poder? ¿Qué puede hacer el antipoder ante poderes imperiales globales, despreocupados de la injusticia cotidiana y de la violencia que ejercen sobre millones de seres humanos?

El anarquismo no defiende el anti-poder o la falta de poder, sino su ejercicio responsable y colectivo, defiende la autoridad de quien la tiene desde el conocimiento y el respeto, defiende el poder de las personas y su coherencia, y su única forma de luchar contra el poder constituido es la justicia, la coherencia y la suma de la mayoría a la que defiende;  una utopía quizás, pero también el motor que mueve a muchas personas.

9) La abolición de todo principio de jerarquía a menudo choca contra el reclamo de autoridad por parte de una subjetividad que con Guattari podemos denominar  «capitalística». ¿Cuáles serían los espacios estratégicos fundamentales para cambiar esa subjetividad dominante y qué papel deberían jugar los intelectuales en este proceso de cambio?

Solo hay un espacio de cambio posible: la base; para que haya un cambio sólido y real, que no acabe en una nueva decepción y en una operación de maquillaje es imprescindible comenzar desde abajo, desde cada una de las personas, su familia, su entorno…No podemos construir otra sociedad si cuando volvemos a casa repetimos los roles mercantilistas y patriarcales que denunciamos; sólo comenzando por uno mismo podemos aspirar a otra sociedad y en esta tesitura cada cual ha de ser coherente en su ámbito, incluido el intelectual

10) La actual arremetida del capitalismo mundializado, facilitada por la institucionalización del estado de excepción, parece estar conduciéndonos a un punto de no retorno en el que el desastre ecológico y social es una posibilidad cierta, nada remota. ¿Cómo reinventar las luchas libertarias en el siglo XXI, considerando esta dinámica económico-política que nos enfrenta a una situación inédita en nuestra historia?

Se está reinventando cada día en las asambleas de barrios, en las plazas tomadas, en las cooperativas autogestionadas, en los huertos ecológicos…Es mucha la tarea que hay que hacer para conseguir detener el desastre ecológico. La primera de todas: asumir que este estilo de vida absurdo al que nos han acostumbrado es imposible de mantener y que la austeridad no tiene por qué aportarnos menos felicidad, sino al contrario hacernos sentir mucho mejor con nosotros y nosotras mismas.

miércoles, 11 de abril de 2012

Diez preguntas sobre el anarquismo: una entrevista a María Prado Esteban de Arturo Borra



1)      Al menos en la Europa de la última década algunos movimientos sociales –tal como ocurre con el movimiento 15-M- han reactivado de forma más visible un cierto espíritu libertario. ¿Qué factores inciden en este retorno del anarquismo? De forma inversa: ¿por qué ese espíritu libertario no cuenta con apoyos sociales más amplios?

El 15-M, en su sector más auténtico y popular, al plantear la cuestión del Estado y el autogobierno, puso sobre la mesa la cuestión central de toda acción revolucionaria. Sin embargo tal idea ha quedado reducida a genial intuición no desarrollada ni materializada en un programa.

La posibilidad de superar la sociedad con Estado requiere un proyecto que tome en cuenta la excepcional complejidad de tal objetivo, pero, a día de hoy, sigue siendo un “estado de ánimo”, una inspiración que no se expresa en propuestas fundamentadas.

El problema es que el pensamiento libertario sigue operando con ideas elaboradas hace más de cien años en una realidad muy distinta de la de hoy. La sociedad actual, de la “información y el conocimiento”, en verdad del adoctrinamiento y el oscurantismo, el fideísmo religioso y la barbarie, no puede ser vencida con proyectos que ignoran la potencia excepcional de los mecanismos de dominación puestos en marcha por los Estados desde la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, muchas de las ideas y las luchas que hoy se presentan como anarquistas toman su referencia y sus análisis del bagaje político de la socialdemocracia y aspiran a ampliar el Estado del bienestar como paradigma de la completa felicidad social. La industria de la conciencia, dominada por la izquierda desde hace casi cuarenta años (pronto serán cuarenta años de paz) ha matado casi por completo el pensamiento libre y ha impuesto una visión deformada de la realidad a varias generaciones.

La revista “Estudios”, proyecto en el que estoy comprometida, pretende precisamente, contribuir a la renovación del pensamiento libertario, a su adecuación al siglo XXI por la investigación independiente, autogestionada y comprometida de las realidades del presente. Desde mi punto de vista este es el único camino a conseguir una presencia social auténtica y con futuro.

2)      Admitamos que no hay garantías para la promesa de otro mundo posible. En esas condiciones de incertidumbre, ¿cómo movilizar a diferentes sujetos colectivos en la construcción de un porvenir deseado?

Me parece fundamental partir del reconocimiento de que existe incertidumbre e indeterminación en el devenir humano. La concepción de la historia como proceso sin sujeto, que toma su modelo de la mecánica, ha sido uno de los productos ideológicos más nocivos que hemos heredado de la Ilustración; es profundamente desmovilizador y envilecedor pues hace confiar en que el desenvolvimiento del propio sistema contiene su negación y anula completamente la acción del sujeto que queda reducido a nada. La historia, en los hechos comprobables, es una sucesión de encrucijadas en las que se entretejen multiplicidad de factores y permite abrir, no todas, pero sí un manojo de posibilidades en cada momento histórico. De entre esos componentes las decisiones y la acción del sujeto, como sujeto social, es una condición cardinal, por lo tanto hay una responsabilidad tanto social como individual en lo que la historia es.

El problema de la movilización es cuestión esencial pero olvidamos a menudo que el sujeto humano se mueve por ideas antes que por ninguna otra cuestión. No son, por sí, las condiciones materiales, la pobreza o la opresión lo que alimenta las revoluciones sino la conciencia sobre el significado de esos hechos y, ante todo, la capacidad para idear otro modelo distinto. Por ello escribe Soledad Gustavo que “las revoluciones no son hijas del estómago sino de la conciencia”.

Es en este plano, el de la conciencia en el que el sistema tiene hoy la iniciativa de forma concluyente y definitiva. El sujeto de las sociedades de la modernidad tardía ha interiorizado el fondo esencial del Estado y el capitalismo. Está enfrentado trascendentalmente con sus iguales, es egotista y solipsista hasta la médula, se mueve únicamente por su interés personal, todo lo espera de las instituciones en la forma de servicios del Estado, confía en que el dinero es la base de todas las libertades y por lo tanto el bien más deseado. Adora la comodidad y deplora cualquier sacrificio. Su espíritu anti-burgués, cuando existe, se funda en la envidia de las formas de vida de los ricos, por lo que solo alcanza a considerar la posibilidad del reparto de la riqueza pero no le atormenta la desaparición de la libertad.

Nada hay que tenga menos influencia social que la idea de autogestión porque todo el mundo anhela más y más “servicios públicos” que resuelvan sus necesidades vitales de la cuna a la tumba. En esta situación movilizarse es, en primer lugar, crear un nuevo paradigma que supere los fundamentos de la sociedad con Estado y con capitalismo. Pero eso no es fácil porque hoy la felicidad (como tranquilidad de ánimo y pequeños goces domésticos) está muy por encima de la libertad como ideal de vida.

3)      La frontera entre marxismo heterodoxo y anarquismo no siempre resulta nítida, aunque sus diferencias con respecto al estado son conocidas. En este punto, ¿qué puede aportar ese discurso marxista al movimiento libertario? 

Creo que el pensamiento libertario no debería perderse en debates ideológicos en un momento tan complicado como el presente. Establecer sistemas de ideas generales e intemporales es la garantía de permanecer en la marginalidad a la que parece que nos abocamos. La otra posibilidad nos obliga a poner toda nuestra energía en el análisis de los grandes cambios que han tenido lugar tanto en la esfera del poder constituido como en la naturaleza de la vida y de la conciencia de las clases populares.

Será necesario hacer frente a problemas sociales que difieren (por la forma concreta en que existen) en mucho de las que enfrentaron el marxismo y el anarquismo en sus orígenes. El descomunal crecimiento de los Estados y la integración del pueblo en sus proyectos, el adoctrinamiento intensivo de la población en el sistema educativo, el uso de las ideologías en la forma de religiones políticas y la imposición de las mentiras útiles al poder a través de ellas, la obligación universal del trabajo a salario con formas de laborar cada vez más dirigidas, jerarquizadas, embrutecedoras y degradantes. La publicidad masiva, el consumo inmoderado y dirigido, la falsificación de la historia,  la destrucción de todas las formas de vida horizontal, la desaparición de la vida privada, la completa segregación entre los sexos, la desaparición de la socialidad, la destrucción del lenguaje, la victimización de amplios sectores sociales y el surgimiento de leves (por el momento) vientos liquidacionistas, todo ello como parte del proceso de deshumanización en curso que alumbra la aparición de un neo-siervo que ame y defienda su esclavitud.

Todo esto se produce  en el contexto de la grave crisis de Occidente que presenta multiplicidad de planos de conflicto; es la crisis del imperio occidental que ha sido el director de la historia en los últimos quinientos años, lo es también de sus formas políticas y económicas, es decir, es crisis de las elites mandantes, pero, a la vez, incluye la consunción de la experiencia histórica, cultural, antropológica y estética del pueblo que ha tenido en Occidente señas de identidad claramente positivas, propias y singulares respecto al poder, constituyéndose como sujeto histórico con mismidad y proyecto propio.

4)      ¿De qué forma podría concebirse la transición desde los actuales estados-nación a una sociedad sin estado, dando por sentado que los grupos hegemónicos ya despliegan todos los medios disponibles –sin excluir la violencia- para retener su régimen de privilegios? ¿Cómo se regularían los conflictos tanto en la vida pública como privada en esa sociedad autogobernada?

El Estado surgido de las revoluciones liberales, que no es estado-nación porque se constituye como coalición de las elites locales que imponen a los pueblos un modelo de poder centralizado y maximizado, ha cumplido un ciclo histórico y ha obtenido victorias de orden estratégico. El sistema no solo ostenta el monopolio de la violencia sino que le pertenece la iniciativa estratégica en todos los frentes; la desaparición del pueblo como sujeto colectivo con un proyecto ajeno al Estado y enfrentado con éste está a punto de ocurrir, con ello puede decirse que el sistema estatal-capitalista habrá culminado su proyecto histórico.

Aún en estas condiciones es pertinente que pongamos sobre la mesa la posibilidad de una sociedad sin Estado y los complejos problemas que tal ideal plantea. La democracia no puede sustentarse sino en un sistema de asambleas pero esta reunión, cuando se convierte en pura formalidad, no es eficaz ni resolutiva como ha demostrado el 15-M.

La competencia de la asamblea requiere de unos factores previos que es necesario conseguir y que afectan en primer lugar a la calidad de las personas que conforman el grupo. La participación política y la autogestión de la sociedad no es un ejercicio  lúdico, cómodo y relajado porque implica que toda la comunidad asuma la responsabilidad sobre los problemas comunes, es decir, se comprometa. Por ello una sociedad basada en los derechos, en recibir antes que en dar, no puede ser sin Estado, porque para superar el Estado la existencia de cada individuo debe estar volcada en los deberes y las obligaciones hacia los demás y hacia sí mismo evitando que se constituya un aparato de protección pues, como dice  Carl Schmitt  el “protejo ergo obligo es el cogito ergo sum de los Estados”.

Asumir las tareas que implica la dirección colectiva de lo común requiere mucho esfuerzo, por ello una sociedad hedonista no puede ser sin Estado. La convivencia ha de ser buena y plena para que las estructuras de gestión colectiva funcionen, por eso una sociedad del enfrentamiento, el individualismo gregario, el victimismo frente a los iguales y la intolerancia, no puede ser sin Estado. Para autogestionar la vida se necesita buscar soluciones creativas desde el estudio concreto y profundo de cada situación, la reflexión tiene que ser una tarea tanto personal como colectiva, por eso una sociedad dogmatizada, cargada de consignas y axiomas y de pereza mental no puede ser sin Estado.

Una sociedad sin elites de dirección exige, por ello, cambios fundamentales en la cosmovisión que hoy domina, ha de superarse el ideario burgués que impera ampliamente y poner otros valores y aspiraciones en el centro de la vida: la o el sujeto que conforme la viabilidad del gobierno de los iguales tiene ante sí una tarea épica y debe dotarse de la fuerza y energía para acometerla, cuestión que, básicamente, ha de hacer por sí mismo y no esperarla de nadie, ha de bregar por la convivencia superando la idea de que la afinidad sea el único bien y aprendiendo a mirar con respeto y consideración las opiniones diferentes, ha de rechazar el poder en todas las circunstancias y poner especial énfasis en no desearlo para sí, tiene que desplegar todas las posibilidades del propio entendimiento a favor de la colectividad, ha de superar el concepto de la justicia para aspirar al de magnanimidad, ha de aprender a permanecer en minoría con dignidad y en mayoría con tolerancia. Una sociedad que desee el autogobierno tiene, necesariamente, que poner en un lugar central el amor, porque una sociedad sin amor tiene que ser, necesariamente, una sociedad con Estado.

Más no basta con desearlo y constituir el “espíritu” de la revolución, habrá que enfrentar una enorme cantidad de problemas, políticos, materiales, militares y económicos. Si la asamblea es una estructura de autogobierno muy eficaz en el plano local ¿Cómo abordar el plano global? ¿Es necesaria la existencia de entes supralocales? ¿Cómo se han de dirimir los conflictos entre asambleas? ¿Cómo evitar que el germen del Estado se vuelva a desarrollar? A todas estas cuestiones habría que añadir todos los problemas derivados del inevitable choque con la violencia estatal. Son más, en realidad, las preguntas que las respuestas lo que significa que queda mucho por hacer.

5)      Uno de los reproches más repetidos con respecto a la izquierda es su dificultad de construir frentes de lucha en común. ¿Qué responsabilidades históricas tiene el anarquismo en la fragmentación de esos movimientos que buscan activamente una transformación social radical?

Creo que el pueblo fue y debería ser, en el caso de existir, uno. La unidad no ha de hacerse en torno a las estructuras orgánicas y los partidos. No estoy en contra de que existan agrupaciones de afinidad pero creo que no deben suplantar al pueblo como sujeto colectivo diverso, plural pero fusionado como grupo que aspira al autogobierno. Esto no se ha entendido históricamente, la organización de la política a través de camarillas y grupos de presión como partidos, que pertenece a la tradición de la deplorable revolución francesa, ha contaminado la vida social y parece que nos obliga a pensar en ese paradigma.

Por otro lado yo no considero a la izquierda, en cuanto estructura orgánica, como parte de las fuerzas de la revolución sino que ha sido, desde la transición, el principal artífice de los proyectos del Estado y el capitalismo y agente de la destrucción de todos los movimientos de masas no dominados por sus aparatos. Sin embargo entre las bases de los partidos de izquierda o entre quienes simpatizan con ellos hay muchas personas valiosas que autoliquidan su espíritu revolucionario en actividades estériles y reaccionarias.

En mi opinión no se trata de llegar a acuerdos con la izquierda sino en recuperar la unidad básica del pueblo superando la obsesión dirigista de los partidos políticos.


6)      ¿Por qué deberíamos renunciar a abrir un frente de lucha también (aunque no solamente) en las instituciones del estado, considerando que sus políticas nos afectan de forma directa? ¿Qué posibilidades reales hay de articular «representación parlamentaria» y «democracia directa»?

Si se desea el autogobierno y la autogestión, la sociedad sin Estado y sin capitalismo no hay nada que hacer en las instituciones. Hay que tener claro que en los “órganos participativos” no es donde se toman las auténticas decisiones, no son, por tanto, el verdadero gobierno de la sociedad, lo sustancial se decide en las altas esferas del ente estatal y, sobre todo, en el ejército, cuestión que hoy se ha olvidado porque vivimos envueltos en ese halo de irrealidad que crea la sugestión propagandista del Estado.

El voto no fue una conquista del pueblo en 1890 ni de las mujeres en 1931, fue el camino a establecer la cooperación de los de abajo en su propia esclavitud lo que sigue siendo verdad hoy. No creo, por lo tanto en la participación institucional, más bien considero que hemos de autogestionar el máximo posible de las cosas que nos afectan y mantenernos ajenos, tanto como sea posible, a los organismos del Estado.


7)      Una lectura habitual de la célebre expresión “pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas” es que ese pasaje equivale a una clausura de lo político, esto es, a una sociedad reconciliada, libre de antagonismos. En caso que resulte válida esa lectura, ¿hasta qué punto no se reintroduce un principio teológico en la historia humana, esto es, una dimensión mesiánica en la que el Otro es plenamente integrado a la comunidad?

El gobierno de los “técnicos” es otra utopía reaccionaria, en ese constructo el ser humano desaparece en cuanto humano para reaparecer como ente o cosa que es administrado junto al resto de las cosas. Pertenece a ese ideario, que cobra fuerza en nuestros días, de que todo lo complejo, conflictivo, difícil y problemático debe desaparecer para dar paso a una sociedad de lo fácil, lo ligero y, sobre todo, lo simple. La simplicidad es un rasgo común al pensamiento utópico, el tecnoutópico y el religioso, con ello se ahoga la posibilidad de enfrentar los verdaderos problemas de la condición humana que son extremadamente complejos e intrincados y que tienen aspectos que permanecen en el espectro de la incertidumbre. Esos problemas son la urdimbre en la que se inserta cualquier proyecto político superador del Estado por lo que no ponerlos en el centro nos condena a permanecer en el sistema de gobierno de las minorías y la opresión de la mayoría.

Aceptar que ninguna sociedad perfecta y armónica nos espera, porque tal comunidad no sería ya humana, es la primera condición para poder aspirar al bien social posible. Solo puede concebirse el ascenso de la libertad como libertad limitada realizable, la buena convivencia como equilibrada relación entre lo individual y lo comunitario. Pero la relación entre la esfera personal y la social tendrá siempre un punto de contradicción y conflicto que solo puede ser superado parcialmente comprendiendo que lo colectivo, para darse como limitación de la opresión y no como su maximización (cosa que sucede por ejemplo en las sociedades orientales en el que cada individuo es, tan solo, el engranaje de la gran máquina social),  ha de basarse en la mejora y excelencia de cada sujeto que hará una aportación original, única y insustituible a la comunidad de modo que lo colectivo será tanto más potente cuanto más elevada sea cada una de sus singularidades.

8)      En algunas variantes ácratas, de modo similar a lo que ocurre en el liberalismo, la noción de «poder», circunscripta al estado, es concebida en términos negativos y represivos. Ahora bien, ¿qué implica desistir de toda forma de poder? ¿Qué puede hacer el antipoder ante poderes imperiales globales, despreocupados de la injusticia cotidiana y de la violencia que ejercen sobre millones de seres humanos?

El aparato académico gusta de los debates abstractos y conceptuales. El poder no es un concepto sino un hecho real materializable en múltiples actos. No deseo definirme sobre el poder en general sino entender el fundamento de la autoridad ilegítima, en primer lugar la del Estado, que es la fuente de la mayor parte de la iniquidad social. La sociedad actual se desgarra en luchas por la supremacía, en enfrentamientos múltiples entre facciones entregadas a conseguir cuotas de poder para sí frente a los otros iguales. El “homo hominis lupus” de Hobbes se ha hecho realidad y, con ello, la justificación del Estado que es el órgano imprescindible para poner orden en la jauría social. Todas las corrientes que azuzan estas batallas son agentes del Estado pues ocultan el origen del mal y lo señalan donde no es sino secuela y síntoma.

Lo es, por ejemplo, el feminismo que ha urdido una guerra civil entre los sexos con el argumento de que los hombres han abusado históricamente de las mujeres, una falacia que no es verificable cuando se contrasta con los hechos de nuestra historia (que no es la historia universal, obviamente), mientras que sí se puede confirmar que fue el Estado el que definió la obligación jurídica de la prevalencia del varón a través de sus leyes positivas (para nuestro tiempo el hito fundamental es el Código Civil de 1889). Sin embargo la conflagración entre mujeres y varones es muy positiva para el ente estatal que ha ganado a una parte de las féminas para sus planes y ha desactivado a otra gran porción que viven en la confusión y la parálisis por causa del conflicto psíquico que provocan tales construcciones que obligan a la mujer media a “comulgar con ruedas de molino” y reescribir su propia biografía para hacerla coincidir con la ortodoxia.

Quienes consideran, como Stirner, que el único dios verdadero es su propio Yo, y sacralizan el individuo aislado de sus iguales, enfrentado trascendentalmente con ellos para hacer prevalecer sus deseos, opiniones y necesidades, no son sino los funcionarios del Estado encargados de liquidar a su enemigo.

La pugna entre el Estado y el pueblo (si existiera) se daría en la forma de desafío entre dos poderes de naturaleza muy distinta, mientras el poder del Estado deviene de la hegemonía de la minoría y la dominación sobre la mayoría, el poder del pueblo reside en el pacto entre iguales en pos de unas metas elegidas y el compromiso para, unidos en lo sustantivo, permitir  la diversidad y el albedrío en todo lo demás. No sabemos si podrá darse tal combate singular y cómo podría manifestarse el choque con esos poderes imperiales globales. A lo largo de la historia muchas guerras asimétricas las ganaron los débiles; el ejército de Napoleón, el más potente desplegado hasta entonces en Europa, con 260 mil hombres fue mantenido en jaque por unos 50 mil guerrilleros, con una participación general del pueblo, incluidas las mujeres y con propuestas militares muy creativas y poco ortodoxas ¿Es imbatible el poder militar actual? No lo sabemos.

9)      La abolición de todo principio de jerarquía a menudo choca contra el reclamo de autoridad por parte de una subjetividad que con Guattari podemos denominar  «capitalística». ¿Cuáles serían los espacios estratégicos fundamentales para cambiar esa subjetividad dominante y qué papel deberían jugar los intelectuales en este proceso de cambio?

No creo en la función de los intelectuales sino en la autogestión del conocimiento. En la situación actual la tarea más apremiante es de orden intelectivo y a ello deberíamos entregarnos todos los que aspiramos a la transformación social positiva ¿Porqué habríamos de crear una casta intelectual? Más bien todos y todas hemos de asumir los quehaceres necesarios para ampliar la esfera de la revolución, sean estos del tipo que sean, poniendo las bases para crear el sujeto capaz de transformar el mundo que será, obligatoriamente, un individuo no especializado sino que aspire a la integralidad y a desplegar sus potencialidades en todos los campos.

Más es cierto que aún rompiendo con la coraza de la especialización cada sujeto seguirá siendo limitado pues la totalidad no es alcanzable por el individuo, por lo tanto cada uno, al aportar aquello en que es mejor, ejercerá una cierta autoridad sobre los demás. Este hecho, per se, no supone establecer una jerarquía social pues quien sea autoridad en una parte será discípulo de los otros en otra. Claro que ello plantea una inquietante reflexión a tener muy en cuenta, que si una parte de la sociedad se derrumba en la comodidad y abandona sus obligaciones la jerarquía se impondrá casi de forma natural. Eso significa que una sociedad sin poderes ilegítimos solo lo será mientras mantenga a la casi totalidad de sus miembros en situaciones límite de esfuerzo y dedicación para sostener el ideal de la libertad y la convivencia humana y, por lo tanto, haga innecesaria la existencia de una casta intelectual, política o militar.

10)  La actual arremetida del capitalismo mundializado, facilitada por la institucionalización del estado de excepción, parece estar conduciéndonos a un punto de no retorno en el que el desastre ecológico y social es una posibilidad cierta, nada remota. ¿Cómo reinventar las luchas libertarias en el siglo XXI, considerando esta dinámica económico-política que nos enfrenta a una situación inédita en nuestra historia?

Nos hallamos, efectivamente, a las puertas de una catástrofe de dimensiones dramáticas. La principal tragedia del momento presente no es la económica o la ecológica, ni siquiera, con ser terrible, la amenaza de guerra, lo peor es la desintegración del ser humano que hoy se está realizando; una demolición planificada de la interioridad del sujeto que está siendo vaciado de todo lo autoconstruido para ser rellenado con materiales elaborados directamente en los dominios del Estado.

Comprender las estructuras de la deshumanización y las formas como ésta se produce es cardinal hoy pues solo comprendiendo este proceso es viable enmendarlo. Entre estos instrumentos están: el Estado del bienestar que ha despojado al individuo de la autogestión de las propias necesidades vitales y las de sus cercanos, convirtiéndolo en un infantiloide, inepto para la supervivencia, incapacitado para tomar decisiones en torno a su propia vida y ha destruido la trama de la convivencia horizontal que, al quedar sin funciones, era más fácilmente eliminable. El trabajo asalariado, que se organiza de tal manera que impide el acto del pensar, anula el juicio, embrutece de forma superlativa, educa en la obediencia ciega y ocupa una parte cada vez mayor del tiempo de vigilia de las personas; algunas corrientes  como el feminismo han hecho del salario la bandera de la emancipación creando una generación de mujeres que aman sus cadenas, adoran el embrutecimiento laboral diario, se enamoran de lo repetitivo, parcializado y dirigido desde fuera y renuncian, por ello, a la vida personal y privada. El aparato de adoctrinamiento que asalta al individuo permanentemente, que incluye la publicidad, la industria del espectáculo, con el cine a la cabeza, la “literatura” que no podría, si se examina con rigor, llamarse con tal término, el funcionariado estatal, las diversas ramas de la industria dedicadas a la conciencia y su modificación (psicología, sociología, etc.), la Organizaciones No Gubernamentales (que viven de las subvenciones y ejercen de apóstoles del Estado benéfico) y, sobre todo, el sistema educativo y la universidad. El individuo del presente es así aleccionado de la cuna a la tumba y está en trance de, como el personaje de Orwell, no entender otra cosa que consignas.

La reescritura de la historia que materializa un desarraigo fenomenal del sujeto, un vaciamiento interior y una rotura con su pasado que es presentado como la suma de todo lo infame y corrompido; se complementa con la obligación política impuesta de escupir sobre la cultura occidental devenida, para las clases con poder, en origen de todos los males del mundo, de ese modo la experiencia civilizada de los pueblos europeos que ha tenido una presencia real y propia en la historia de Occidente es arrojada al vertedero de la historia camuflándola entre las perversidades realizadas por los poderhabientes.

Lo que asciende en este momento es un modelo de sociedad de la barbarie, un capitalismo esclavista, que ya se ha hecho real en China y los emergentes, un modelo político del despotismo ilimitado; probablemente para producirse el salto cualitativo a ese nuevo paradigma será necesaria una guerra,  lo que vendrá después solo podemos intuirlo.

Más allá de preguntarnos si es posible hacer frente a una situación de catástrofe civilizacional  como la que padecemos deberíamos únicamente preguntarnos si es necesario… y hacerlo.

jueves, 2 de febrero de 2012

Diez preguntas sobre el anarquismo: una entrevista a Antonio Méndez Rubio de Arturo Borra


1. Al menos en la Europa de la última década algunos movimientos sociales –tal como ocurre con el movimiento 15-M- han reactivado de forma más visible un cierto espíritu libertario. ¿Qué factores inciden en este retorno del anarquismo? De forma inversa: ¿por qué ese espíritu libertario no cuenta con apoyos sociales más amplios?

Puede tratarse de un retorno de lo reprimido, de lo prohibido. La “conciencia social” (tanto en su variante micro-cotidiana de “sentido común” como en la más macro-mediática de “opinión pública”) trabaja inercialmente con vistas a una insensibilización, una amnesia y una ceguera con respecto a las necesidades de libertad e igualdad que históricamente ha defendido el “espíritu libertario”. Especialmente en España (pero no sólo) este rastro es un rastro de desmemoria y de sangre, de muerte, pero ante todo es un rastro espectral, desaparecido. Es comprensible que poca gente esté dispuesta a seguirlo. Y es comprensible que quienes nos empeñamos en seguirlo consideremos seriamente la opción de reconstruirlo asimismo de una forma silenciosa y espectral.


2. Admitamos que no hay garantías para la promesa de otro mundo posible. En esas condiciones de incertidumbre, ¿cómo movilizar a diferentes sujetos colectivos en la construcción de un porvenir deseado? 

La pregunta puede ser preguntada, a su vez, en la medida en que puede presuponer que hay sujetos activos y sujetos pasivos, y que los primeros deben tener la responsabilidad o la obligación de movilizar a los segundos porque aquéllos saben que éstos deben moverse y hacia dónde. Demasiado esquemático. Quizá sea urgente reconsiderar qué llamamos “acción”, y quizá no sea absurdo averiguar si mucho de lo que llamamos “pasividad” pueden ser formas nuevas de atención y redefinición crítica de la vida, a la vez que mucho de lo que llamamos “acción” pueden ser solo modos encubiertos de una cobardía no asumida. Sería también demasiado esquemático generalizar aquí, pero una mirada particular sobre este punto puede ser más urgente de lo que parece. Igual de urgente podría ser aprender a reconocer en qué medida estamos todavía sujetos a la idea de “sujeto” y esa sujeción, en lugar de impulsarnos hacia la exploración de nuevas tácticas, nos conduce a una reproducción ensimismada de códigos y conductas.

3. La frontera entre marxismo heterodoxo y anarquismo no siempre resulta nítida, aunque sus diferencias con respecto al estado son conocidas. En este punto, ¿qué puede aportar ese discurso marxista al movimiento libertario? 

Seguramente el marxismo ha desarrollado una crítica más afilada con respecto al funcionamiento de la economía política y su relación con las dinámicas ideológicas del capitalismo moderno. Mientras tanto, el anarquismo confía más claramente en defender la necesidad de ir “a la revolución por la cultura”, por decirlo con el inquietante título de Javier Navarro, y en contraste con el cliché del ácrata violento. Como sugería Manuel Sacristán, el marxismo hace aportaciones en el espacio de la “realidad” que pueden y deben completarse con las que el anarquismo hace en el espacio del “deseo”. Sería una suerte que esos cruces dejaran de ser utópicos, o exóticos, o al menos tan infrecuentes como lo han sido desde la II Internacional.

4. ¿De qué forma podría concebirse la transición desde los actuales estados-nación a una sociedad sin estado, dando por sentado que los grupos hegemónicos ya despliegan todos los medios disponibles –sin excluir la violencia- para retener su régimen de privilegios? ¿Cómo se regularían los conflictos tanto en la vida pública como privada en esa sociedad autogobernada? 

La respuesta a cómo se autorregularía una nueva sociedad debería darla justamente esa nueva sociedad una vez hubiera construido condiciones mínimas de igualdad y libertad. En ese momento puede incluso que ya no pudiera hablarse de “la sociedad” con el absolutismo panóptico del que abusamos hoy. Que dichas condiciones, por otra parte, nos resulten todavía casi imposibles de imaginar puede no ser una limitación de dicha hipótesis revolucionaria sino de la mentalidad actualmente dominante.

5. Uno de los reproches más repetidos con respecto a la izquierda es su dificultad de construir frentes de lucha en común. ¿Qué responsabilidades históricas tiene el anarquismo en la fragmentación de esos movimientos que buscan activamente una transformación social radical? 

Al menos en el caso de la revolución libertaria en 1936 los imperativos de disciplina, centralización y unificación de la lucha vinieron más del comunismo que seguía (y se financiaba según) el comunismo soviético (o “de partido” o “de estado”…) que de los movimientos anarcosindicalistas y libertarios. Quizá se les debería dirigir la pregunta a quienes hoy se identifican como herederos de aquel comunismo autoritario. Lo único seguro es que sólo ellos (como el Marx de la II Internacional) pueden explicar por qué, para seguir avanzando, necesitan detentar el monopolio operativo de la “Izquierda”. 

6. ¿Por qué deberíamos renunciar a abrir un frente de lucha también (aunque no solamente) en las instituciones del estado, considerando que sus políticas nos afectan de forma directa? ¿Qué posibilidades reales hay de articular «representación parlamentaria» y «democracia directa»?

La concepción representativa de la democracia está ligada históricamente a la aparición y las ansiedades derivadas de la sociedad de masas en Occidente, que a su vez es un producto de lo que conocemos bajo el eufemismo de “revolución industrial”. Apurando el razonamiento, de manera abiertamente polémica, se podría decir que el gobierno representativo en su sentido moderno es una necesidad ante todo mercantil, que se ve respaldada en un momento dado por un movimiento obrero que se la juega en la implantación de ese nuevo sistema económico, y que ve en ese parlamentarismo un cierto avance con respecto a las condiciones de barbarie en que la vida de la gente había transcurrido durante siglos. Pero confundir eso con democracia es un error lógico y táctico. Han hecho falta en torno a doscientos años para que incluso la “clase obrera” (no me refiero fundamentalmente aquí a los sindicatos más importantes) se recuerde lo que al principio le resultaba evidente: que ese pacto no se sostiene y ya no implica un avance sino una regresión a todos los niveles. La resistencia debería entonces darse también a todos los niveles, incluyendo las instituciones del estado, o incluso anteponiéndolas a otras donde la intervención social o pública es aún más difícil, al menos por ahora.

7. Una lectura habitual de la célebre expresión “pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas” es que ese pasaje equivale a una clausura de lo político, esto es, a una sociedad reconciliada, libre de antagonismos. En caso que resulte válida esa lectura, ¿hasta qué punto no se reintroduce un principio teológico en la historia humana, esto es, una dimensión mesiánica en la que el Otro es plenamente integrado a la comunidad?

La administración de las cosas, y por tanto de “los hombres” como si fueran cosas, es una descripción exacta de lo que hoy tenemos como realidad establecida, es decir, una política (o antipolítica) de gestión instrumental, una cosificación de las ilusiones y del querer-vivir, y una sociedad a la que se le ha expropiado la posibilidad (la condición creativa, poética) de ser lo que quiera ser.

8. En algunas variantes ácratas, de modo similar a lo que ocurre en el liberalismo, la noción de «poder», circunscripta al estado, es concebida en términos negativos y represivos. Ahora bien, ¿qué implica desistir de toda forma de poder? ¿Qué puede hacer el antipoder ante poderes imperiales globales, despreocupados de la injusticia cotidiana y de la violencia que ejercen sobre millones de seres humanos? 

Un antipoder, por usar el término que usa Holloway, no significa por fuerza una renuncia a toda forma de poder. Eso sería una ingenuidad imperdonable. Significa más bien un espacio (o espaciamiento) donde el poder se redistribuye primando las necesidades del poder-para (“potentia”) sobre las exigencias del poder-sobre (“auctoritas”). Tal vez lo único, o lo primero que aún puede-hacer un “antipoder” sea trabajar (de forma no necesariamente reconocible) por crear las condiciones que hagan posible un cambio revolucionario, pues estas condiciones aún no se dan y afirmarlas apresuradamente puede ser más un síntoma de estrés que otra cosa. Por muy legítimo y comprensible que sea este estrés, convendría a lo mejor reconsiderar (si se puede) el dicho popular árabe: “quien tiene prisa ya está en el cementerio”.

9. La abolición de todo principio de jerarquía a menudo choca contra el reclamo de autoridad por parte de una subjetividad que con Guattari podemos denominar «capitalística». ¿Cuáles serían los espacios estratégicos fundamentales para cambiar esa subjetividad dominante y qué papel deberían jugar los intelectuales en este proceso de cambio?

El poco tiempo que le queda de vida a la “clase intelectual” podría dedicarlo a deslimitar su práctica, tanto en el sentido epistemológico o disciplinar(io) como en el sentido más inmediatamente político, es decir, a abrir su intervención (inter-venir como venir al “entre”, entrar) en/hacia una politización radical e incondicional. En ese pulso intersticial o liminar está ya inscrita la cuestión del espacio y, por tanto, de “los espacios estratégicos”. En un mundo que, como insinúa Sloterdijk, tiende a eliminar todo exterior, es previsible, a corto plazo, un proyecto de eliminación del espacio (y del tiempo). De ahí que más que “nuevos espacios” en un territorio donde el espacio se está perdiendo como tal pueda ser más eficaz la exploración de nuevas formas de “espaciamiento”, de abrir el espacio, de perforarlo y hacerlo respirable. Salir, por ejemplo, de la monología televisiva para entrar en la interacción de internet pero en clave de hipervisibilidad o exhibicionismo parece salir del fuego para meterse en la sartén. Como pasa en ciertos alardes de activismo, es como si el afán de remar y remar como sea nos aplazara la opción de darnos cuenta de que quizá estamos envarados en el desierto, que remar ayuda incluso a hundirnos más en la arena, y que estamos dejando para no se sabe cuándo la posibilidad de que haya que cargar entre todos con la barca y emprender la travesía hacia un lugar del que aún no sabemos mucho, o que sencillamente tengamos que destrozar la barca para hacer con las tablas otra cosa. El apunte de Adorno sobre que lo menos que se puede hacer en el infierno es hacer sitio para que el otro respire me parece un aviso de inminencia, todavía no del todo asumido por la voluntad indiscriminada no tanto de despejar y transformar como de ocupar y acaparar espacios a toda costa.  

10. La actual arremetida del capitalismo mundializado, facilitada por la institucionalización del estado de excepción, parece estar conduciéndonos a un punto de no retorno en el que el desastre ecológico y social es una posibilidad cierta, nada remota. ¿Cómo reinventar las luchas libertarias en el siglo XXI, considerando esta dinámica económico-política que nos enfrenta a una situación inédita en nuestra historia?

No hay retorno, en efecto, ya no somos Ulises. Y esto tanto para unos como para otros, estemos donde estemos. Así que el avance se abre también tanto para quienes defienden el “statu quo” como para quienes lo cuestionan desde distintos ángulos. Precisamente porque el espacio se ha resquebrajado y abierto de una forma singularmente nueva, crítica, ahora las opciones se abren y reinventan también sin límite. Todos somos por una vez tan extras como protagonistas. Porque todo está en juego, y eso no se podía decir con la misma claridad en otros momentos o contextos. Un fascismo de baja intensidad produce un holocausto de baja intensidad, y reclama, entre otras cosas, una lucha de intensidad máxima.