domingo, 2 de marzo de 2014

«¿Qué hacer de la pregunta "qué hacer"?» -Jaques Derrida




 Jacques Derrida
 
¿Qué hacer? Pensar lo que viene. ¿Toca? Y entonces ¿cómo hacerlo? ¿Qué hacer? y ¿qué hacer de este imperativo? ¿En qué tono tomarlo? ¿Desde qué altura?
 
Nadie aquí lo duda, cierto aplomo, un aplomo que algunos, tal vez con razón, consideran sonambúlico, es lo que se precisa para atreverse donde sea a emprender con bastante calma, en suma, aunque sea denegándolo, aunque sea con el tono de la contra-profecía, el diagnóstico, cuando no el pronóstico del estado del mundo, y para adelantar tranquilamente unos como informes de desplomo panóptico sobre el estado del mundo, sobre el estado de la unión o de la desunión de Europa y del mundo, sobre el estado de los Estados en el mundo, sobre el nuevo orden o el nuevo desorden mundial, y también para permitirse, aunque sea denegándola, la prescripción o la contra-prescripción geopolítica. Todo esto dejando entender que el discurso geopolítico se paraliza en una suerte de impase o aporía generalizada: nada funciona y todo puede suceder. El aplomo consiste aquí en darse por autorizado el desplomo panorámico y mundial desde algo así como un antepecho, pero al borde del abismo, del desierto o del caos. Este aplomo de desplomo puede parecer sonambúlico, pues es un procedimiento, precisamente, un desplazamiento, un paso, un movimiento o una acción, un «hacer» guiados por ese extraño cuidado vigilante que los sonámbulos mantienen en el momento del riesgo más grande. Unos sonámbulos caminan al borde del caos abismal, y en el momento en que saben y declaran que ya no más, que todo está desajustado, desarticulado (out of joint, como dice Hamlet), que nada funciona, que todo acaba en el no-camino, el impase, la aporía, en el momento en que son persuadidos de que este mismo discurso panorámico es anticuado, se hacen adelante, si no como locos, visionarios, profetas o poetas, alucinados, por lo menos como soñadores que quieren mantener los ojos abiertos («pesimistas activos», diría Alain Minc). Si de una vez nombro el sueño, sin disociarlo del sonambulismo, es para tomarlos, como se dice, del lado bueno. No para desdeñar, todo lo contrario, el riesgo absoluto que corre el sonámbulo, sino para aproximar, más allá del saber y de la filosofía, política o no, aun más allá de todos los modelos y de todas las normas prescriptivas cuyo agotamiento vivimos, el pensamiento de lo que viene y que no puede sino ser aliado de lo que contrae parentesco con el sueño y con lo poético, siempre que, evidentemente, se piense el sueño de manera distinta de la habitual. Quiero recordar que, a la pregunta «¿qué hacer?», a lo que simultáneamente constituye, diría, una pregunta muy vieja, sin duda, ni tan vieja sin embargo, pero también una pregunta nuevecita, una pregunta todavía no escuchada, entre otras cosas Lenin contesta, y con precauciones interesantes, «es preciso soñar».
 
 [Me pregunto de dónde puede venirnos la hybris, a menos que no sea también la inocencia, la inconsciencia y por ende la humildad infantil, incorregiblemente infantil de semejante aplomo de esta audacia descarada que es aquí la nuestra. Digo «infantil» porque, si no conozco bien, «personalmente», como suele decirse, a Alain Minc, con quiera me topé rápidamente poco antes de esta sesión, lo que leo y percibo de él sobre la escena pública me deja pensar que lo que tal vez nos acerque, más allá de la cantidad de diferencias a cuya enumeración renuncio, es que sobre la escena intelectual pública o política algunos podrían pensar que ambos hemos conservado (me perdonará esta alianza abusiva o esta anexión dudosa) una cierta juvenilidad, con todo lo que ella puede exponer cuanto a inocente frescura, pero también cuanto a atrevimiento o insolencia, incongruidad, descortesía intempestiva.
 
Desembarcamos sea lo que sea y la que sea la edad de lo que sabemos, en cuanto a experiencia y saber. No sabemos de dónde nos viene el aplomo al borde de lo que hace reír; llorar o sobre todo titubear en el vacío.
 
Pero no me detendré en la hipótesis según la que esta hybris sonanibúlica que nos asigna al aplomo y al desplomo sería el carácter del que sea, de Minc o mío por ejemplo: por el contrario creo que nuestro tiempo, eso de lo que estamos hablando, lo que viene quizás a través del caos, del desierto, del abismo, del desorden mundial la desconstrucción general o todas las figuras de un apocalipsis sin apocalipsis, etc., eso nos impone pensar y pensar desde este frágil aplomo y nos coloca en este lugar, nos sitúa allí donde pensar, y pensar (políticamente y poéticamente) lo que viene (por ende el porvenir al presente) no puede hacerse si no desde el lugar de este aplomo a la vez sonambúlico y vertiginoso.]
 
¿De dónde viene el aplomo en general?
 
Aplomo. Llamemos. ¿Qué es lo que llamamos aplomo? Cualquiera que sea la manera como lo escuchen, lo pronuncien o lo escriban, «aplomo» es un bello vocablo. No una argucia, tampoco un concepto bien formado, sino un bello vocablo. No a causa de las tentaciones homonímicas que lo hacen derivar caprichosamente hacia la orden expresa o el llamado (cuando llamamos, cuando nos llamamos según el llamado pues no podemos pensar lo que viene sin lanzar o escuchar algún llamado, algo parecido a una orden expresa, un deber, una ley, una prescripción, sin tratar de escuchar lo justo, de escuchar justamente alguna cosa que llamo la justicia, un llamado que de alguna manera viene de nosotros pero a la vez sobre nosotros, un llamado por el que nos llamamos desde el otro). No a causa de esos juegos homonímicos ni de todo lo que la palabra en aplomo pueda significar muy precisamente, en fisiología, en arquitectura, en pintura y también en música, sino en razón de la señal que siempre esgrime hacia el atrevimiento de un «quedarse parado», hacia una física planteada a partir de la verticalidad, es decir a partir de lo que una plomada nos indica respecto de la pesadez terrestre y por ende de la tierra: pues, no nos lo ocultemos, las preguntas que abordamos con este aplomo sonambúlico hoy no son nada menos que las preguntas de la tierra (a bulto y en detalle, de manera no menos urgente que concreta, imaginosa, inmediata, inmediatamente éticas, jurídicas, geopolíticas -preguntas de la geopolítica al borde y más allá de las preguntas dichas geopolíticas: ¿qué hacer? ¿qué vamos a hacer con la tierra? ¿sobre la tierra? y la pregunta de lo que se queda parado sobre la tierra no es apenas una pregunta ecológica aunque permanezca sobre el horizonte de lo más ambicioso o más radical que la ecología hoy podría asumir-), preguntas de la tierra, entonces, y preguntas del hombre (en aplomo o no sobre la tierra): ¿qué es el hombre, cuál es la identidad o la unidad del hombre sobre la tierra y más allá de la tierra, más allá de la posición erguida, más allá de lo planetario y tal vez también de lo geopolítico que hoy pensamos de manera completamente distinta, tal vez completamente distinta de como era pensado en la Edad Media, por no hablar de cierta modernidad?
 
A lo mejor para resistir, para no sucumbir al vértigo que me sobrecogía a la idea de semejante sesión, al filo de un programa tan perturbador, me doy el aplomo y el atrevimiento necesarios para atreverme a enunciar la pregunta: ¿qué hacer? ¿qué hacer, aquí, ahora? Y aquí, ahora, ¿qué hacer de la pregunta «¿qué hacer?»? He aquí una extraña pregunta, pregunta redoblada, reflejada, que da la impresión de impugnar el «pensar lo que viene» de nuestro título, como si, desde la primera frase, se tratara de substituir pensar por hacer, reemplazando simultáneamente un imperativo, «pensar lo que viene», mediante una interrogación, «¿qué hacer?», si no por una doble interrogación: -«¿Qué hacer de la pregunta “¿qué hacer?”?».
 
De ninguna manera es ésta mi intención, ni pretendo atenerme a una abstracción de tal magnitud. Pues la pregunta «¿qué hacer?» por el momento parece tan indeterminada cuanto la orden expresa «pensar lo que viene», por más que se añada, como acabo de hacerlo «aquí y ahora», sin decir si pienso en el «aquí y ahora» de esta sesión o en el «aquí y ahora» de Francia, de Europa, de la tierra o del mundo, otros tantos lugares y por ende puntos de vista distintos y no siempre configurables. No por nada dije «del mundo», pues en el momento de escoger un título nos habíamos fijado en el de «pensar el mundo», nada menos, antes de detenernos en «pensar lo que llega», y a este propósito sin duda diré una palabra tratando de demostrar que, no obstante su evidente ambición y en su aparente desmesura, estos dos títulos son agudos, exclusivos y determinados en lo que prescriben o prometen.
 
Pero si darse a pensar es lo que hay que hacer; y si pensar es también, e inmediatamente, e ineluctablemente, pensar lo que hay que hacer ante lo que viene, es decir ante lo que sucede y ante el evento por venir, entonces, ante o en frente de lo que viene, esta tarea daría acceso a otra experiencia de lo que debería aliar el hacer y el pensar. No obstante las apariencias, tamaña tarea, creo yo, es a la vez nueva, inédita en sus formas históricas y más urgente, más imperativa que nunca, hoy, aquí y ahora.
 
Lo que acabo de decir a propósito de semejante alianza imperativa del hacer y el pensar lo injerto en tal proposición de Alain Minc, precisamente en tal página de su libro, para ser más explícito cuando habla (p. 219 de La nueva Edad Media) de esa figura que los matemáticos llaman un «conjunto vacío» y donde Alain Minc sitúa el llamado a lo que hoy nos es rehusado o prohibido, a saber, cito, «una filosofía de la acción». Los intelectuales parecen retirarse del «debate público», él señala, y así sucede no por desinterés respecto de la cosa pública sino porque, cito, la sociedad ya no es «“pensable”» (aplica comillas a esta palabra sobre la que quisiera también regresar más tarde: ¿qué es lo que aquí llamamos pensar?) y después de haber señalado simultáneamente la necesidad y la esterilidad o el fracaso de una «reflexión pluri-dimensional» y la «urgencia» «postulada» de «mezclar la economía, la sociología, la etnografía, la ciencia política y la historia», él pregunta: «¿qué se habrá realizado concretamente, que no sea soñar [subrayo] gigantes intelectuales que no existen? Su ausencia tal vez no sea fortuita: este género de adiciones entre saberes tan diversos corresponde sin duda a lo que los matemáticos llaman un conjunto vacío. Debe ser una filosofía de la acción». Claro está, Alain Minc no deja de ser irónico o escéptico tanto respecto de tal sueño cuanto de dicha filosofía de la acción (ni en mayor grado que él creo que la urgencia del «hacer» o de la pregunta «¿qué hacer?» esté a la medida de una filosofía de la acción ni de esa filosofía de la historia de la que ya decía Hugo que no se pueden inscribir en ella los eventos que vienen de nosotros o sobre nosotros). Él cree, con razón me parece, que los objetivos que podían orientar tal filosofía de la acción, empezando por cierta idea del progreso, se han destruido. Pero, por más que salude con igual ironía a todos los prescriptores, una ironía que por otra parte me parece justa («¡Buena suerte, señores prescriptores!», p. 219), de todas formas lo que da a su libro su aplomo y lo mantiene parado, de cabo a rabo, es el capítulo final, ese llamado, prescriptivo y normativo, a la responsabilidad francesa, y no sólo al pueblo de Francia, sino al Estado Nación llamado Francia, a unos conciudadanos.
 
Quisiera correr el riesgo de una palabra, tan sólo una palabra (hoy todo será demasiado breve) alrededor de la pregunta «¿qué hacer, aquí y ahora?»: si por una parte empata con el pensamiento de lo que viene, si no puede dejarse separar de él, semejante pregunta, no lo olvidemos, ya es una herencia, dispone de una genealogía muy noble, a la vez ética y política.
 
Tiene una historia la pregunta «¿qué hacer?», aunque parezca remitir a una necesidad de todos los días, de todos los tiempos, de todas las edades y de todas las culturas; esta pregunta tiene una historia muy aguda, una historia crítica y esta historia crítica es una historia moderna La gravedad de lo que viene, aunque sea también el chance de que lo que venga sea realmente lo que viene, es decir absolutamente inédito -nuevo- sin ejemplo y resistente a cualquier repetición posible, es que ya no sepamos qué hacer, hoy, de la pregunta «¿qué hacer?», ni en su forma ni en su contenido...
 
La heredamos, sin embargo se nos substrae algo de su herencia, y nos toca re-inventar radicalmente las condiciones mismas de esta pregunta.
 
En esta forma literal, si no me equivoco, la pregunta «¿qué hacer?», no es medieval y no habría podido serlo, sin duda por razones esenciales.
 
Tal como la heredamos, no menos de Kant que de Lenin, se trata de una pregunta moderna en un sentido preciso cuya radicalidad no podía desplegarse ni en la Edad Media ni en una post-edad-media cartesiana, es decir en lo que entonces se llamaba el mundo y que era bordeado, determinado, en todos los sentidos de la palabra, por un horizonte teológico, antropo-teológico o teológico-político. La pregunta «¿qué hacer?» no podía todavía surgir, en su radicalidad, sino hasta cuando una idea democrática, secular, laica, hubiese taladrado ese horizonte antropo-teológico-político o empezado a socavar los fundamentos del mismo.
 
Pero, a la inversa, y es éste todo el problema de lo que hoy se nos viene y de lo que distingue la especificidad aguda de nuestro tiempo, la pregunta «¿qué hacer?» ya no puede desplegarse en toda su potencia, es decir sin horizonte, mientras un horizonte o unos atrevimientos teleológicos o onto-teleológicos siguen bordeándola, como es todavía el caso para Kant y Lenin, quienes todavía tenían o presumían una cierta idea del hombre o de la revolución, de la finalidad, del estadio final, de la adecuación final, del telos o de una idea reguladora sobre cuyo fondo se levantaba la pregunta «¿qué hacer?», la que entonces en efecto se hacía posible, pero por eso mismo no vertiginosa, no abismal, arrestada en sus límites, es decir en su horizonte.
 
Pregunta «¿qué hacer?» como pregunta ética y política, ciertamente, pero especificada entonces por una modernidad, y dos veces por una modernidad crítica pre-revolucionaria, y dos veces por hombres que tenían la intención de hablar en nombre y en vista de una cierta emancipación democrática. Kant y después Lenin han dejado retumbar la pregunta «¿qué hacer?», y cada uno por su lado lo hicieron justamente antes de unas Revoluciones que todavía no hemos pensado (pues para pensar lo que viene hay que pensar lo que advino, y la dificultad inherente al pensamiento del porvenir es ipso facto el arresto ante un pasado que de golpe deviene más enigmático que nunca, ofrecido a todas las reinterpretaciones, cuando no a todas las revisiones: serían sencillas las cosas si supiéramos lo que habrá sido la Edad Media, y si de ella nos hemos salido a suficiencia, en qué sentido, para correr el riesgo o por tener que regresar, de nuevo, hacia alguna nueva Edad Media). Kant y Lenin entonces han lanzado y ponderado los dos un «¿qué hacer?», escribiéndolo bajo esta forma literal a la vigilia de dos revoluciones de las que, tan extrañamente, nosotros vivimos más y menos la muerte, la descomposición, la putrefacción, las dos revoluciones de las que llevamos el luto. Y ciertamente es de ahí de donde partimos o hablamos. En todo caso, es innegable que los dos libros que constituyen el pretexto para esta discusión, desde sus adentros (y no únicamente en razón de la fecha externa de su publicación), son históricamente marcados por el después de estas dos revoluciones. Y ambos dicen -es lo mínimo de lo que tienen en común- que la euforia occidental y el triunfo neo-liberal, de pecho inflado al final de la secuencia soviética, era tan artificial cuanto un pulmón artificial y tan poco duradero cuanto la más ciega denegación.
 
Estos dos libros no se habrían podido escribir, algo en ellos no se habría podido escribir, es la certeza mínima que de ellos puede sacarse, ni antes ni durante esas dos revoluciones -preciso: esas dos revoluciones, las que se han dado este nombre de revolución, la de 1789 o de 1917. Los primeros renglones del libro de Alain Minc hacen referencia a la caída del muro de Berlín. Y esta marca, esta fecha interna se repite a todo lo largo del libro.
 
En todo caso, hagamos lo que hagamos de esta sincronía o de esta coincidencia, la pregunta «¿qué hacer?» habrá siempre resonado al borde del abismo o del caos, en frente del horizonte más indeterminado, más angustioso, cuando se diría que todo debe ser repensado, re-decidido, re-fundado, de arriba abajo, y ahí donde tal vez el abajo, el fundamento y la fundación llegan a faltar. Pues el caos (palabra presente en el título del primer capítulo de La nueva Edad Media) es la forma de todo porvenir en cuanto tal, de todo lo que viene (un porvenir ya previsible en su orden y en su forma no sería por-venir). El evento es esencialmente caótico. Por otra parte el abismo abierto al khaos es también la forma abierta y vana de mi boca (khainô), la del mentón caído, cuando ya no sé qué decir, pero también cuando llamo o cuando tengo hambre.
 
Empecé nombrando la revolución. Lo hice sin demora, para dar el tono y anunciar el color. Pues, a riesgo de sorprender aquí y allá, hablaré en favor de la revolución, en nombre de la revolución y autorizándome el uso de las palabras que generalmente se le asocian y que hoy se juzgan siempre más arcaicas o fuera de moda, siempre más retro (revolución, justicia, igualdad, emancipación, etc.). Pero trataré de hacer notar que si en el curso de estos tres últimos decenios no he sido el último en desconfiar de todos los esquemas y contraseñas que les han sido asociados durante tanto tiempo -a la revolución, a las dos grandes revoluciones europeas, al legado de relatos pertinentes, a la justicia, a la igualdad o a la emancipación‑ y si raramente he tenido la palabra revolución sobre los labios, se debe al hecho de que estas elocuencias políticas eran determinadas por imaginerías esquemas, escenarios representaciones, hasta conceptos, a la vez desconstruibles y hoy más destruidos y obsoletos que nunca. Sin embargo una cierta revolución en la idea misma de revolución, en su concepto y en sus esquemas [para hablar como Kant: en lo que ata su idea a su concepto y a su intuición], en su simbólica, en sus imágenes, en su teatro y en sus escenarios, otra revolución -y de aquí otra contraseña para la justicia, la igualdad, la emancipación, etc- otra revolución no tan sólo es lo que nos comanda la respuesta a la pregunta «¿qué hacer?», por más difícil, por más indiscernible que pueda parecer, sino además y ante todo es lo que nos inspira y comanda y dicta en nosotros la pregunta «¿qué hacer?». Esta pregunta quisiera leerla en el corazón del libro de Alain Minc, otro motivo para decirle, para inducirlo al sobresalto o simplemente a la risa, que, en la margen de tal o tal otra denegación (aunque en la lógica de la denegación consista todo el problema del discurso político), su libro es, o sea debería ser, de inspiración revolucionaria.
 
No tendremos el tiempo de hablar de Kant o de Lenin. Lástima, pues creo en la necesidad urgente de hacerlo, lo más pacientemente posible. Me contentaré con aislar dos rasgos. Ante todo un rasgo actual, sobre-actual o inactual, de la pregunta kantiana. Ésta responde (puesto que una pregunta ya responde) a lo que Kant llama el interés de mi razón. Este interés es simultáneamente especulativo y práctico y entrelaza tres preguntas: «¿qué puedo saber?» (Was kann Ich wissen?, pregunta especulativa), «¿qué tengo que hacer?» (Was soll Ich tun?, pregunta moral que en cuanto tal no pertenece propiamente a la crítica de la razón pura), y «¿qué me está permitido esperar?» (Was darf Ich hoffen?, doble pregunta, a la vez práctica y especulativa). Ahora bien, en la concatenación de estas tres preguntas, la pregunta del medio, «¿qué tengo que hacer?» (Was soll Ich tun?) se ata complicada pero irreductiblemente, igual que hoy, a la pregunta del poder-saber, de la ciencia, al «¿qué puedo saber?», o sea al «¿qué puedo gracias al saber?», pero también a la doble pregunta teórico práctica que es una suerte de raíz común para ambas: «¿qué me está permitido esperar?» (sobre la que insisto en razón de la mesianicidad revolucionaria que en ella se encuentra necesariamente implicada).
 
Ahora bien, esta pregunta de la esperanza, a la vez común a las tres y por ende primera, es precisamente la pregunta del porvenir de lo que viene, de lo que sucede, de lo que puede suceder así como de lo que tiene que suceder. La esperanza, dice Kant, corre a la conclusión o redunda en concluir que algo es [o sea, sei] (que determina así el último fin posible) puesto que algo tiene que suceder (weil Etwas geschehen soll). Mientras el saber concluye que alguna cosa es (o sea) (que actúa como causa suprema) porque algo sucede (weil etwas geschieht). Pero si la pregunta de la esperanza se ata a la de lo que viene como «esto tiene que suceder», si no sólo queda constantemente supuesta de antemano, implicada en la pregunta especulativa del saber y en la pregunta práctica del «¿qué hacer?», sino que además las anuda entre sí, se sabe también que en otro lugar (en la Introducción a su curso de Lógica) Kant somete estas tres preguntas a una cuarta. ¿Cuál? La del hombre («¿qué es el hombre?») y del hombre como ser cosmopolítico, como ciudadano del mundo.
 
Las tres primeras preguntas, y la que las fundamentaba y las recogía como pregunta de la esperanza ante la venida de lo que sucede, procedían de la razón humana, de la razón del hombre, por ende no en cuanto ser natural sino en cuanto ciudadano del mundo, no como sujeto político perteneciente a tal o cual nación, ciudadano de éste o de aquel Estado, sino en cuanto ciudadano cosmopolítico. Y Kant no se ha contentado con yuxtaponer la cuarta pregunta a las otras tres. Las tres primeras, incluyendo entonces el «¿qué hacer?» y «¿qué me está permitido esperar?», hay que ponerlas a la cuenta de la antropología fundamental ya que estas tres preguntas remiten a la cuarta.
 
Sin imponerles una disertación, tan sólo anoto que, respecto del horizonte de esta antropología y del derecho internacional que debía ordenar este pensamiento de lo cosmopolítico, de las relaciones entre naciones y de la soberanía de los Estados, etc., Kant podía entonces arreglárselas a partir de unas Ideas, Ideas reguladoras que seguían siendo también onto-teológicas. De ahí que las preguntas del hacer y de la esperanza podían formularse, cómo no, pero en el mismo lance se encontraban como neutralizadas, cerradas de antemano por una suerte de respuesta anticipada. De un solo lance formadas y cerradas. La condición de posibilidad de su formación sella de inmediato su cerrazón. Se creía saber qué hacer desde el momento en que la pregunta podía ser planteada. No sobra señalar cómo este horizonte regulador, que ha venido desconstruyéndose como por sí mismo, sea hoy más indeterminado que nunca, así como lo es la respuesta a la pregunta «¿qué es el hombre?», aunque se dé por anticipación y presunción, sin hablar de la que concierne al mundo, al hombre en cuanto ciudadano, como lo que puede o no atar la democracia al Estado y a la nación, etc. Esta pregunta por la esencia del hombre no es una pregunta de especulación metafísica abstracta para filósofos de profesión: hoy se plantea, lo sabemos, en la urgencia concreta y cotidiana, al legislador, al sabio, al ciudadano en general (trátese de los problemas del genoma llamado humano, del capital, de la capitalización y de la apropiación, estatal o no, del saber, del tecno-saber a este mismo respecto, en los bancos de datos -enorme problema de la capitalización y del derecho a la apropiación que sigue todavía intacto ante de nosotros, junto con la pregunta por la propiedad en general y por la propiedad del cuerpo propio, con las preguntas biotecnológicas alrededor del injerto, de la proteticidad en general, de la inseminación artificial, de la madre como madre-portadora, etc., de la diferencia sexual y del derecho de la mujer de disponer de su cuerpo, de la inteligencia artificial, de la historia de los conceptos que definen los derechos del hombre, el sujeto, el ciudadano, las relaciones entre el hombre y la tierra, el hombre y el animal, el inmenso debate llamado ecológico, etc- si ustedes así lo quisieran, podríamos precisar la cosa al infinito). Por lo tanto nuestra pregunta «¿qué hacer?» y «¿qué está permitido esperar?» no puede olvidar su historia kantiana (y pre-revolucionaria), pero tampoco confiar en ella y repetirla. Es porque ya no disponemos de sus premisas ni de su horizonte teleológico que nuestro «¿qué hacer?» es a la vez más desesperado, más desvalido y de un solo lance más próximo de lo que él ha que ser (a saber desvalido, abierto a la irrupción absolutamente radical de lo nuevo, aunque sea respecto de quien hace la pregunta: si esta pregunta debe guardar todo su vigor radical, ni siquiera tenemos que presumir que sepamos quién la formula, ni si esta pregunta es propiamente humana, ni lo que pueden querer decir las palabras propiamente humana, ni tampoco de cuál revolución, una vez más esta pregunta define el espacio pre-revolucionario).
 
Por eso no sólo toca pensar: es más urgente que nunca, y no se reduce ni al ejercicio del saber ni al del poder. Por el contrario supone cierta vigilancia suplementaria dirigida hacia estas áreas de decisión del pensamiento (por ejemplo la pregunta por el hombre, por el ser del hombre y por la vida y por sus prótesis, por el tele-trabajo, la pregunta por la producción y la pregunta por el ser, ahí donde comanda la pregunta todavía nuevísima del «¿qué hacer?», la pregunta del «ven», la pregunta por la justicia alrededor de la que en Espectros de Marx intenté mostrar cómo resulta indisociable de la pregunta por la presencia o no-presencia del presente, etc.). Estas áreas de decisión, cuyo enunciado telegráfico me perdonarán, tienen que imponerse ya a cada instante, cotidianamente, inmediatamente, a cada paso, a cada frase, de manera nueva, no solamente a cada cual sino particularmente a quienes hacen profesión es decir a quienes pretenden ejercer los cargos de decididores responsables, magisterios o ministerios (hombres políticos de toda clase, sean legisladores o no, hombres y mujeres de ciencia, enseñantes, profesionales de los media, consejeros e ideólogos en todos los dominios, en particular de la política, de la ética o del derecho). Todas estas personas serían radicalmente incompetentes, paradójicamente, no si de antemano supiesen, como casi siempre creen, qué es el hombre, etc., qué es la vida, qué quiere decir «presente», etc., qué quiere decir «justo», qué quiere decir «venir», es decir el que viene, el otro, la hospitalidad, el don; serían incompetentes, como creo que lo son frecuentemente, porque creen saber, porque están en posición de saber y son incapaces de articular estas preguntas y de aprender a formarlas. No saben dónde y cómo se han formado, o cómo aprender a volverlas a formar.
 
Hubiera querido proponer un argumento análogo respecto del «¿qué hacer?» de Lenin, en 1911-2, pero el tiempo se está acabando. Recuerdo lo que en este texto, como en el de Kant, hoy no ha envejecido: la condena de la «baja del nivel ideológico» para la acción política, la idea de que toda «concesión» teórica, según la expresión de Marx, es nefasta para la política, así como la condena del oportunismo (hay que pensar y actuar a destiempo, contra la corriente), la condena del espontaneísmo, del economismo y del chauvinismo nacional (lo que no suspende las tareas nacionales), la condena de la «falta de espíritu de iniciativa de los dirigentes» políticos, es decir revolucionarios, que deberían correr riesgos y romper con las facilidades de consenso y de las ideas recibidas (es lo que propone Alain Minc en un libro tan leninista, en el fondo), y sobre todo, lo que envejeció menos que nunca, el análisis de lo que liga la internacionalización, la mundialización del mercado, no menos que de la política, a la ciencia y a la técnica. Todo esto se amarra en el «¿qué hacer?» de Lenin. Échenle ojo.
 
Sin embargo el sujeto revolucionario de este horizonte cosmopolítico que orienta el «¿qué hacer?» de Lenin ya no es el sujeto del derecho kantiano y de su revolución. Por ende ya no es el mismo «¿qué hacer?». Este nuevo «¿qué hacer?» prescribe una revolución en el concepto de revolución.
 
Respecto de lo que hoy nos importa, respecto de lo que se nos viene y lo que decíamos respecto de la velocidad y de las dos leyes heterogéneas de la aceleración, habría que interrogar lo que Lenin afirma del sueño en la decisión política. Finge temer a los marxistas realistas que van a recordarle, contra la utopía, cómo la humanidad según Marx se asigna únicamente tareas realizables y en la perspectiva de unos objetivos que crecen juntamente con el partido; he aquí que Lenin enfrenta a contrapelo esta lógica realista como lógica del partido y, al reparo de una cita de Pissarev, hace el elogio del sueño en política. Pero distinguiendo dos sueños y dos desfases entre el sueño y la realidad. El buen desfase, el buen sueño, se da cuando mi sueño, cito, «va más rápido que el curso natural de los eventos», o todavía, sigo citando, llega a «adelantarse al presente». «Sueños como estos, desafortunadamente son muy escasos en nuestro movimiento», anota Lenin. La mala disyunción onírica se produce cuando el desfase no tiene esperanza y no se adelanta a nada: cuando el pensamiento de aventura, sin el que no hay porvenir y ni siquiera evento político, sin el que no viene nada, llega a ser el juguete de los aventureros y del aventurismo.
 
Puesto que mi intención no consiste, ni aquí ni en otros lugares, en hacer la apología de Marx o de Lenin, mucho menos del marxismo-leninismo en bloque (es fácilmente imaginable que la cosa no me interesa mucho), apenas sitúo con una palabra el lugar en que Lenin, a su vez, sutura sea la pregunta «¿qué hacer?» sea esta posibilidad radical de distinción sin la que no hay ni pregunta «¿qué hacer?», ni sueño, ni justicia, ni relación con lo que viene en cuanto relación con el otro; y esta sutura o esta saturación condena a la fatalidad totalizante y totalitaria tanto a los revolucionarismos de izquierda cuanto a los de derecha. Pues Lenin mide el desfase con el metro de la «realización», es la palabra que él emplea, mediante el cumplimiento adecuado de lo que él llama el contacto entre el sueño y la vida. El telos de esta adecuación suturante -de la que traté de mostrar de qué manera cerraba igualmente la filosofía o la ontología de Marx- clausura el porvenir de lo que viene. Prohíbe pensar lo que, en la justicia, supone siempre inadecuación incalculable, disyunción, interrupción, trascendencia infinita. Esta disyunción no es negativa, es la misma apertura y el chance del porvenir, o sea de la relación con el otro como lo que viene y quien viene. La definición mínima de la justicia que, en Espectros de Marx o Fuerza de ley, es a la vez distinta del derecho y opuesta a toda una tradición, incluida la de Marx, de Lenin o de Heidegger, corresponde a la definición propuesta por Levinas, de manera breve aunque intratable, cuando, hablando de esta irreductible inadecuación, de esta desproporción infinita, dice: «La relación con otro, o sea la justicia» (Totalidad e Infinito, p. 62).
 
 
 
Jacques Derrida
Extraído de «Derrida en castellano»

jueves, 27 de febrero de 2014

Reseña: The Beginning of Everything - Robyn Schneider

Título: The Beginning of Everything 
Autora: Robyn Schneider 
Editorial: Katherine Tegen Books
Género: Young Adult - Contemporáneo
Fecha de Publicación: 27 de agosto de 2013
Sinopsis: El chico dorado Ezra Faulkner cree que todos tienen una tragedia esperando por ellos—un simple encuentro después del cual todo lo que realmente importa sucederá. Su tragedia particular esperó hasta que él estuviera preparado para perderlo todo: en una noche espectacular, un conductor temerario destruye la rodilla de Ezra, su carrera deportiva y su vida social. 
Ahora que ya no es un favorito para ser el Rey del Baile de Bienvenida, Ezra se encuentra a sí mismo en la mesa de los inadaptados, donde conoce a la chica nueva, Cassidy Thorpe. Cassidy no es como alguien que Ezra haya conocido alguna vez, dolorosamente natural, ferozmente inteligente, y decidida a incluir a Ezra en sus interminables aventuras.
Pero mientras Ezra se sumerge en sus nuevos estudios, nuevas amistades, y nuevo amor, aprende que algunas personas, como los libros, son fáciles de malinterpretar. Y ahora debe considerar algo: si tu única tragedia ya ha sucedido y todo lo que queda después importa bastante, ¿qué sucede cuando más hechos desafortunados ocurren?
The Beginning of Everything de Robyn Schneider es una novela lírica, ingeniosa, y desgarradora sobre lo difícil que es interpretar la parte que la gente espera, y cómo los nuevos comienzos pueden derivar de finales abruptos y trágicos.


Reseña


Fuente
Ezra tiene una vida casi perfecta. Su familia tiene dinero, así que no tiene preocupaciones. Es un buen jugador de tenis, es popular y tiene a la novia más guapa de la escuela. Pero en una noche de fiesta descubre a Charlotte, su novia, engañándolo con un chico de universidad. Ezra está tan enojado que deja la fiesta sin pensarlo dos veces y la tragedia lo alcanza cuando un auto desconocido golpea el suyo y huye. Su rodilla queda destrozada y Ezra ya no jugará ningún deporte. Nunca más. Y esto no sólo afecta su vida de deportista, sino que también le quita su estatus de popularidad (o es lo que él cree), así que se ve relegado a la mesa de los raritos gracias a su ex mejor amigo de la niñez. Poco a poco va descubriendo que él es mucho más que el tenista popular sin ningún plan para el futuro. Y también conoce a Cassidy, una chica descomplicada y simpática que logra robarse su corazón. Pero la tragedia no termina de golpear a Ezra y pronto tendrá que recibir un nuevo golpe y él no está preparado para eso.

Creo que ya he dicho lo mucho que me encanta leer libros desde puntos de vista masculinos, así que cuando vi éste supe que definitivamente tenía que leerlo, y no me ha decepcionado en lo absoluto.

Ezra siempre ha tenido una vida fácil y jamás esperó que algo como un accidente le sucediera a él y le cambiara la vida tan drásticamente. Al ser golpeado por el auto no sólo perdió su posibilidad de jugar tenis, también perdió su identidad, y lo más difícil, a los que creía eran sus amigos. Cuando empiezas la historia te encuentras con un protagonista perdido y un poco agobiado, pero página tras página vas viviendo su transformación junto a él, y ves cómo el chico despreocupado y un poco superficial va desapareciendo, y un chico mucho más decidido, inteligente y con una mente muy ágil empieza a aparecer. Ezra es un personaje increíble, simpático, buen chico, pero también un adolescente que se equivoca y que tiene muchas inseguridades, así que es muy fácil entenderlo y sentirse atraída por su historia.

Fuente
Pero el libro no sólo se centra en Ezra, su cambio y su forma de ver la vida. No. También tenemos un complemento romántico (mi parte no tan favorita) que viene de la mano de Cassidy. Cassidy no es una chica común, es diferente, un poco bohemia, despreocupada y tal vez un poco demasiado hipster a veces. Aunque en varios momentos me gustó muchísimo su interacción con Ezra, cómo la relación de ellos transcurre y va cambiando y haciéndose más fuerte y cómo ella influye para bien en la forma de ser de él, también debo decir que no fue mi personaje favorito. Muchas veces la sentí demasiado "forzada", como si tuviera una actitud de "soy demasiado genial porque no soy superficial" y eso terminó molestándome un poco, así que se convirtió en mi personaje menos favorito... y entonces llegué al final de la historia. Ahí la comprendí un poco mejor y su actitud tuvo más sentido, pero igual no fue de mi agrado del todo.


Y otra de las partes fundamentales de la historia son las nuevas amistades de Ezra. Debo decirlo, ¡estos chicos son geniales! Toby, con sus corbatines y su actitud despreocupada y bromista me encantó desde la primera vez que aparece (y él también tiene su propia tragedia como de película de terror :O), Phoebe, con sus inseguridades y su crush on Ezra, Austin y su obsesión por los videojuegos, e incluso Luke, con su odio y su actitud prepotente. Todos toman parte importante en el cambio de Ezra y lo ayudan un poco a descubrir su nueva faceta.

La forma de escribir de Robyn es sencilla y directa. Logra combinar buenos momentos de diversión con momentos reflexivos que te hacen pensar un poco más. Creo que logró captar la esencia de un chico a la perfección (vale, que no lo sé con seguridad porque no soy un chico, pero fue la impresión que me dio XD), uno que puede dejarse llevar por las hormonas y enamorarse y desenamorarse con facilidad, pero también un chico inteligente y muy fuerte que aprende de los problemas a los que se enfrenta.

En mi opinión, los últimos capítulos son muy precipitados, pero también bastante esclarecedores y la autora me ha sorprendido con un giro que en realidad no me esperaba. El final fue completamente apropiado. No sé si sea un final que todo lector apoye o ame, pero para mí esta historia no podría haber terminado de forma diferente. Creo que la autora logra cerrar la historia de la misma forma reflexiva como la empezó y eso me encantó.



The Beginning of Everything tiene un argumento interesante y profundo, con sus buenos momentos de diversión. Ezra es un protagonista que logra conquistarte con su historia y su forma de enfrentar las tragedias que pasan en su vida y aprender de ellas.

Puntuación:




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Robyn Schneider es una escritora, actriz, y personalidad online que malgastó su juventud en un pueblo coincidencialmente similar a Eastwood. Robyn es una graduada de la Universidad de Columbia, donde estudió escritura creativa, y de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pennsylvania, donde estudió ética médica. También es la autora de los libros middle-grade Knightley Academy, escritos como Violet Haberdasher. Vive en Los Angeles, California, pero también en internet. Puedes ver sus vlogs en youtube.com/robynisrarelyfunny y seguirla en  Twitter, Tumblr, Facebook e Instagram.



¿Te llama la atención?

Nos leemos :)

martes, 25 de febrero de 2014

Top Ten Tuesday (22): Tendencias en literatura juvenil que me gustaría ver más/menos


Top Ten Tuesday es una sección hecho por el Blog The Broke and the Bookish. Se trata de una sección donde dicho blog propone un tema todos los martes y se realiza un conteo de diez libros, autores o cosas que se relacionen con el tema. 


Hola!

Esta semana en esta sección era el turno para un rewind, así que podías escoger un tema anterior para hacerlo. Y yo me he decido por este porque me ha parecido interesante  ;)

Tendencias en literatura juvenil que me gustaría ver más/menos


Más:

1. Tomos únicos. Me gustaría mucho que los autores de juvenil no contemporánea (distopía, fantasía, etc.) se decidieran a escribir más tomos únicos. Puede que sea un poco difícil cuando tienes que inventarte todo un mundo nuevo, pero valdría la pena intentarlo, creo yo.

2. Historias interraciales y/o interculturales. ¿Soy la única que se pregunta por qué no se toca mucho más este tema en libros juveniles? No es un secreto que en el mundo todavía existe el racismo y la xenofobia, así que sería muy interesante que más autores se interesaran por escribir más historias interraciales e interculturales.

3. Chicas malas. Siempre he dicho que adoro a las chicas malas, así que definitivamente me gustaría tener más libros donde la protagonista no fuera una tonta que no sabe que es guapa *rolls eyes*

4. Chicos buenos. Amo a los chicos un poco akward y nerds, así que... ¿más por favor?

5. Sexo. Todavía hay autoras que ven el sexo entre adolescentes como algo prohibido o tabú, y no creo que eso esté bien. Quiero decir, no espero que los libros juveniles se conviertan en mini-eróticos, pero si se tiene la oportunidad de hablar del sexo (como por ejemplo si el prota es un mujeriego, como suele pasar, que va por la vida durmiendo con muchas chicas), pues no estaría nada mal tocarlo más a fondo, ¿no?




Menos:

6. Chicos malos. La contraparte al punto tres. Los chicos malos abundan en la literatura juvenil y ya se ha vuelto algo demasiado cansino. No más chicos malos/machistas/imbéciles.

7. Protagonistas buenas y perfectas que no saben que son hermosas. No, por favor.

8. Distopía. Y no es porque esta clase de libros tengan algo malo, es que sencillamente ya cansan un poco. De todo lo que se lanza últimamente creo que casi más de la mitad son distopías y eso ya empieza a cansarme.

9. Padres ausentes. Este es un gran cliché que odio completamente. Digo, estaría bien unos cuantos padres buenos como para variar, ¿no?

10. Slut-shaming. Para mí el slut-shaming no está bien. Tratar mal a una chica por su experiencia sexual no está bien. Definitivamente este es un tema que no quiero ver en libros juveniles.



Y a ti, ¿qué tendencia te gustaría ver más/menos en la literatura juvenil?

Nos leemos :)

lunes, 24 de febrero de 2014

Reseña: Beautiful Player. Un seductor irresistible - Christina Lauren

Título: Beautiful Player. Un seductor irresistible
Serie: Beautiful Bastard #3
Autora: Christina Lauren
Editorial: Random
Género: Romántica Adulta - Erótica
Fecha de Publicación: 13 de febrero de 2014
Sinopsis: Hanna llega a Nueva York para trabajar en un respetado laboratorio. Tiene veinticinco años y se ha pasado la vida estudiando para construir su brillante futuro profesional. Se podría decir que es una rata de biblioteca, ensimismada en la ciencia y sus estudios. Como es de esperar, no tiene vida social y Nueva York es el lugar perfecto para encerrarse aún más en su torre de marfil. Su hermano, Jensen, está muy preocupado y quiere ayudarla para que se relacione con más gente. Por suerte Will Sumner, uno de sus mejores amigos, está trabajando en Manhattan y las cosas le van muy bien. Le pide que introduzca a Ziggy, así es como siempre han llamado a su hermana pequeña, en su círculo de amistades. Will acepta a regañadientes. No le apetece tener que cargar con aquella mocosa empollona a quien recuerda vagamente, pero lo hace por Jensen. Hanna tampoco está demasiado conforme. Recuerda a Will como un chulo engreído, un ligón sinvergüenza, un mujeriego sin escrúpulos, en definitiva, un donjuán de poca monta que nunca la impresionó. No podrían ser más distintos, pero poco a poco se irán descubriendo mutuamente y entablarán una relación muy especial.

Reseña


La sinopsis me parece un poco equivocada. La historia en realidad va así: Hanna (de 24) lleva ya casi dos años en Nueva York estudiando su posgrado, pero en todo ese tiempo sólo va de la casa al laboratorio, por lo que no tiene vida social. Su hermano la obliga a llamar a Will, su amigo de la universidad (el de el hermano XD), para que la invite a salir. Hanna recuerda que estaba encaprichada con Will en su adolescencia, y aunque le da un poco de pena molestarlo, decide llamarlo. Will no recuerda mucho a Hanna, ella es siete años menor, así que cuando se reencuentran se sorprende mucho al encontrar a una mujer guapa, divertida y para nada "empollona". Los dos empiezan a quedar, ella le pide consejos sobre cómo conquistar a hombres y los coqueteos empiezan a ir y venir. Una cosa lleva a la otra y pronto se ven envueltos en algo mucho más que una amistad. ¿El problema? Ninguno sabe cómo terminará esto. ¿Ven? Suena un poco diferente a la sinopsis.

Debo decir que me negaba rotundamente a leer esta serie porque en un principio fue un fanfic. No me gusta mucho leer fanfics porque no me parece que sea algo justo publicarlos oficialmente, pero quise dejar a un lado mi renuencia y darle una oportunidad. Y en realidad me ha sorprendido positivamente.

Aunque esta historia cae en todos los tópicos del género (chica sexualmente frustrada que no sale mucho, hombre mujeriego y muy experimentado, relación sexual sin compromiso, sexo y más sexo, drama estúpido durante los últimos capítulos) admito que logró hacerme reír unas cuantas veces y entretenerme la mayor parte del tiempo.

Hanna es una chica guapa, inteligente y bastante introvertida (o eso parece, porque de repente aparece Will y ya no lo es o.O). Aunque no es virgen, tampoco ha gozado de las mieles del sexo, así que cuando se encuentra con el experimentado Will, espera aprender de él y empezar a salir más. Aunque, en general, me gustó mucho su personalidad, sus apuntes y las ideas locas que podían pasar por su cabeza, en algunos momentos me pareció que su lado listillo era un poco forzado, y durante los últimos capítulos me pareció demasiado ingenua y bastante molesta.

Por otra parte está Will, el mujeriego encantador, un hombre de 31 años extremadamente guapo, inteligente y muy activo sexualmente coqueto. Will está pasando por la fase ya-no-quiero-tirarme-todo-lo-que-se-mueva, así que cuando empieza a conocer a Hanna se ve atraído por su personalidad y su humor y sus lindos senos. Es un hombre acostumbrado a "amarlas y dejarlas", pero encuentra en Hanna a la primera mujer que quiere conservar, así que verlo enamorarse es bastante entretenido; ver cómo tiene que lidiar con los prejuicios de sus amigos y Hanna me pareció lo más interesante de la historia. Aunque tiene sus momentos de macho alfa que no disfruté nada, en general Will me gustó mucho más que Hanna.

La historia está escrita en dos puntos de vista en primera persona, así que puedes ver/leer de primera mano lo que cada uno piensa del otro y eso es bueno porque conoces de primera mano sus sentimientos. Aunque la historia es bastante típica, me gustó mucho que fuera Will el que empezara a tener sentimientos en la relación, ya que en el género se acostumbra a que sea la mujer la primera en enamorarse *rolls eyes*, así que esto fue un buen cambio. Y aunque la relación no me ha parecido la más profunda de la vida, me divirtió bastante.

Las escenas de sexo... *suspira*. Las escenas de sexo estuvieron bastante bien, las autoras son imaginativas y le dieron buena movilidad a la relación sexual de estos dos. El problema es que fueron demasiadas. Durante el último cuarto de libro ya no soportaba más sexo, estaba aburrida de leerlos haciéndolo de nuevo en un lugar diferente. Fue bastante cansino. Creo que hubiese sido agradable que sacaran un par de escenas sexuales para agregar algo más interacción CON ropa donde se profundizara en la relación amorosa y el lector pudiera creerse completamente el amor entre ellos (porque aunque a mí me gustó la relación, la verdad creo que se enamoraron del sexo, mas que el uno del otro).

Los últimos capítulos me parecieron bastante forzados, agregando drama salido de la nada sólo para alargar un poco la historia. No es algo que me guste y me dañó un poco el libro. El final... Hmmm, demasiado rosa para mi gusto (y lo dice alguien que ama los finales rosas).


En general, es un libro sin muchas pretensiones que logra entretener lo justo. Con protagonistas divertidos y escenas de sexo que seguramente muchos disfrutarán.

Puntuación:



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Christina Hobbs y Lauren Billings son un dúo de escritoras apasionadas desde siempre por las novelas románticas. Estas co-autoras y mejores amigas hablan varias veces al día, están de acuerdo en que 'Ruby pumps' es el mejor color de esmalte de uñas, y en que si pudiesen se pasarían todo el día mirando el mar desde el muelle San Clemente. 
Separadas por el estado de Nevada, se conocieron en 2009, cuando ambas publicaban fanfics bajo los respectivos nombres de tby789 (The office) y LolaShoes (My yes, my no). 
Tras aunar sus esfuerzos para escribir la popular A little crazy, revisaron y reescribieron el famoso fanfic The office, que arrasó en la red y posteriormente se convirtió en la novela Un tipo Odioso, publicada en diez países y cuyos derechos cinematográficos fueron adquiridos por una importante productora estadounidense.



¿Han leído la serie? ¿Qué opinan de ella o de este libro?

Nos leemos ;)


Portadas Reveladas (32)

¡Hola, feliz lunes!

Empezamos esta semana con un set corto de portadas reveladas :)

Portadas Reveladas



 





Mi favorita es Invaded *-*. Amé el primero y su portada y me encanta esta también. Y la menos favorita es Donna of the Dead o.O... Es feísima! 

¿Cuál es tu favorita?

Nos leemos :)

domingo, 23 de febrero de 2014

Recital poético solidario: "Acercando orillas", Jueves 27 de febrero, 19:00 hs, La Nau (Valencia)

 
 
 
Jueves 27 de Febrero
19:00 hs.
LA NAU, C/ Universitat 2
 
 
En el marco de la campaña solidaria “Yo dono” que tiene como fin recaudar fondos que permitan mejorar la ayuda a inmigrantes y refugiados en situación de especial vulnerabilidad, Accem Valencia invita a todos los interesados al recital poético solidario “Acercando orillas”.

Participarán poetas de distintos grupos de poesía que desarrollan su actividad en la ciudad de Valencia. 
Participantes:
1. Aldo Alcota
2. Mar Benegas
3. Arturo Borra
4. Guillermo Cano
5. Bibiana Collado
6. Elena Escribano
7. Jesús Ge
8. Laura Giordani
9. Víktor Gómez
10. Luïsa Lladó
11. Antonio Martínez
12. Vicent Nacher
13. María Peyró
14. Begonya Pozo
15. Sergio Pinto Briones
16. David Transhumante