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viernes, 21 de febrero de 2014

Políticas del vallado en España: el estigma de los cuerpos



 
Las noticias funestas con respecto a la gestión de fronteras en Europa y, en particular, en España, en la que participa la Agencia de Control Fronterizo Europeo (Frontex), no hacen más que multiplicarse. Tráfico y trata de personas, deportaciones ilegales (con las que lucran, entre otras, compañías como AirEuropa, Halcón Viajes o Travelplan [1]), naufragios con decenas o cientos de muertos (2), redadas policiales racistas (3), represión en las vallas (4), CIEs (5), entre otros abusos, constituyen vejaciones manifiestas  regulares a los derechos humanos de aquellos que los estados europeos producen como material desechable. La muerte reciente de 15 inmigrantes, objeto de una actuación policial que sólo cabe calificar de criminal, actualiza el fantasma del racismo y la xenofobia institucionalizadas. La muerte regular de personas en situación irregular no es nueva ni mucho menos: forma parte del control represivo de aquellos flujos migratorios que los gobiernos juzgan como “indeseables”. Demasiado a menudo se pasa por alto que ese control es efecto de una política migratoria no menos nefasta que ha dado un nuevo giro reaccionario y discriminatorio, restringiendo de forma tendencial las oportunidades de los sujetos migrantes regulares y criminalizando a los que se encuentran en situación irregular.
 
La enumeración de los crímenes perpetrados tanto por mafias organizadas como por autoridades públicas y empresas privadas colaboradoras no sólo nos instala en la ignominia moral más absoluta: institucionaliza la excepcionalidad como pauta de actuación con respecto a los colectivos más vulnerables, expuestos a una sociodisea tan dramática como evitable. Lo que los massmedia presentan como «trágico» -una suerte de mal inexorable, generado por fuerzas incontrolables-, no es otra cosa que el efecto de una política migratoria que se empecina en resolver por vía policial y militar lo que es un problema político-económico de primer orden, atinente tanto a los desequilibrios entre norte y sur como a las relaciones neocoloniales que Europa mantiene con respecto a las periferias del capitalismo. Es completamente previsible que esa política arroje de forma regular un saldo de “muertos” anónimos, parte habitual de ese paisaje vallado en que han convertido las fronteras.
 
Repasemos algunas aristas de este drama colectivo que afecta, principalmente, a los migrantes pobres, en contraposición a aquellos otros flujos provenientes del norte y el centro de Europa, de los desplazamientos de grupos de ejecutivos y profesionales de residencia temporal (habitualmente, de EEUU y la propia comunidad europea), inversores orientales o rusos con amplia capacidad adquisitiva. Por contraste, entre estos otros tipos de migración (repudiados por los gobiernos y sobreexplotados de forma habitual en el sector agrícola como mano de obra barata intensiva),  las restricciones no cesan de proliferar. No se trata solamente de una política de denegación de derechos de ciudadanía a miles de personas. Lo que estados como el español están obstruyendo de forma activa y deliberada es, lisa y llanamente, el cumplimiento de los derechos humanos; no ya el sujeto como ciudadano, sino en tanto que ser humano.
 
La ambigüedad de la Carta de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, modificada tras la segunda guerra mundial, ha sido señalada en diferentes ocasiones; para el caso, lo relevante es que esos inmigrantes no cuentan ni como ciudadanos ni como humanos. No está en juego solamente el derecho al trabajo, a la seguridad social o a la protección contra el paro forzoso y la enfermedad, entre otros, sino el deber de los estados de conceder a todos por igual y sin distinción una protección legal por medio de tribunales independientes, partiendo de la presunción de inocencia hasta que no se demuestre la culpabilidad. Todo ello, incluso, podría resumirse en el derecho más primario a una vida humana digna, diferenciada de la mera supervivencia.

Por lo demás, la hostilidad estatal hacia la inmigración irregular (aunque no solamente) no ha cesado de incrementarse en los últimos años, justificado por sus ejecutores por razones de seguridad y soberanía territorial. Incluso si aceptamos la necesidad de una “política de fronteras” determinada, el actual maltrato y abandono de estos grupos de seres humanos tiene como razón fundamental infundir pánico entre los que sueñan con acceder a territorio europeo, a menudo engañados por las mafias locales a cambio de unos miles de euros. Puesto que esos grupos son inmediatamente confinados en Centros de Internamiento y mayoritariamente deportados a sus países de origen, la brutalidad de la actual gestión de los controles fronterizos, en última instancia, sólo puede tener como objetivo el amedrentamiento de esa masa indigente de personas que vagan a la espera de una oportunidad siempre postergada, así como obtener el apoyo de una parte de la población, no siempre identificada de forma explícita con la derecha. Desde luego, no se trata meramente de un “exceso policial”, sino de una práctica institucionalizada que cuenta tanto con el respaldo del gobierno español como con la aquiescencia de las autoridades europeas, a pesar de algunas protestas tibias en sentido contrario por parte de la comisaria europea del interior.
 
Tras esa constatación diaria, otra vez una constatación más amplia: el estigma de los cuerpos negros va enlazado al estigma de los cuerpos pobres o, para decirlo en otros términos, “raza” y “clase” quedan soldados como parte de la experiencia colectiva del rechazo: racismo y clasismo se articulan en una política de estado que estigmatiza categorías enteras de seres humanos, un mercado capitalista mundializado que se desentiende de aquellos que quedan excluidos o marginados del consumo y una aprobación tácita y vergonzante de algunos sectores y grupos nacionales que no cabe subestimar, incluso cuando no disponemos de estadísticas al respecto (7).
 
En este contexto, ¿qué queda de la retórica multiculturalista de la “tolerancia”? ¿qué expectativas razonables podemos formarnos con respecto a la necesaria reversión de esa situación histórica a la que están sometidos aquellos que Fannon llamó alguna vez “condenados de la tierra”? ¿Qué hipocresía eurocéntrica podría mantener todavía el papel de Europa como guía moral y política de la humanidad, invocando una superioridad desmentida de forma persistente por este tipo de prácticas? ¿En nombre de qué política de seguridad puede sostenerse este abuso sistemático del que son objeto estas masas indigentes? ¿Qué anquilosamiento moral se ciñe sobre las poblaciones locales ante semejantes crímenes de estado? Y, lo que no es menos grave, ¿a qué peligroso umbral histórico nos estamos aproximando, allí donde la vida de los otros resulta cada vez más indiferente?
 

Arturo Borra
 
 

(1)      Remito a “Las deportaciones en vuelos especiales”, Eduardo Romero, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178761.

(2)      Al respecto, puede consultarse “Las políticas migratorias siguen arrojando cadáveres al mar”, Pablo 'Pampa' Sainz Rodríguez, en https://www.diagonalperiodico.net/global/20098-politicas-migratorias-siguen-arrojando-cadaveres-al-mar.html

(3)      Ver “No es redada racista, es prevención de la delincuencia”, Ana Álvarez, en https://www.diagonalperiodico.net/global/no-es-redada-racista-es-prevencion-la-delincuencia.html

(4)      La entrevista "En la frontera la violencia estatal española y marroquí alcanza niveles intolerables" a José Palazón (presidente de la organización de derechos humanos Prodein) es elocuente al respecto. Puede consultarse en https://www.diagonalperiodico.net/global/la-frontera-la-violencia-estatal-espanola-y-marroqui-alcanza-niveles-intolerables.html

(5)      He abordado la problemática de los CIE en “Pequeños holocaustos cotidianos. Las consecuencias previsibles de los CIE”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142052y en “Acerca de los Centros de Internamiento de Extranjeros. La política del encierro”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=131848.

(6)      Sobre este punto he reflexionado en “Operación «borrado». ¿Quién da cuenta del racismo y la xenofobia en España?”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=133119

viernes, 26 de abril de 2013

La ley de la discriminación: migración y mercados de trabajo en España

F
Fotografía de Juan Rulfo

Una breve contextualización

Referirse a la relación entre inmigración y mercados laborales en España exige al menos la referencia a cinco puntos específicos, en el contexto global de un proceso de reestructuración sistémica del capitalismo. Ante todo, i) la persistencia de una política de asilo restrictiva, ii) la consolidación de una política migratoria regresiva que ha dado un giro significativo a partir de 2008 y que el recambio de gobierno no ha hecho más que acentuar; iii) el cambio de ciclo migratorio a partir de 2012; iv) la extensión relativa de prácticas y discursos racistas y xenófobos en Europa y v) la pérdida de prioridad pública de la inmigración en general, en función de una agenda pública centrada de forma excluyente en el discurso tecnocrático de la superación de la crisis. Deforma sumaria, ampliemos estos puntos.

i)        En primer término, hay que referirse a una política de asilo restrictiva (1), tanto a nivel europeo como a nivel nacional. Según los últimos datos disponibles recopilados por CEAR, en España se presentaron sólo 3395 solicitudes, de las cuales se denegaron 2410, lo que significa que algo más del 70% de solicitantes de asilo o protección internacional en España quedaron en situación irregular, en consonancia al elevado porcentaje de solicitudes denegadas por el conjunto de la UE27, que asciende al 75% (2). En términos más amplios, el 90% de los refugiados son acogidos por los llamados “países en vías de desarrollo”, lo que no hace más que reafirmar la transferencia política de responsabilidad de los países más ricos hacia los más pobres. El informe “La situación de los refugiados en España” (3) es contundente: “El bajo índice de solicitudes en España se debe en buena parte a las enormes dificultades existentes para acceder al procedimiento de protección internacional en los CIE, puestos fronterizos y costas. Tanto en los CIE como en los aeropuertos se han detectado múltiples irregularidades que tienen que ver, esencialmente, con el derecho a una asistencia jurídica especializada. Además, la ausencia de un procedimiento de identificación de personas que puedan requerir determinada protección (menores de edad, víctimas de trata, solicitantes de protección internacional, etc.) hace que muchas de ellas no accedan al procedimiento de protección internacional” (pág. 180).

ii)      En segundo término, hay que referirse a la política migratoria española que de forma inequívoca endurece las exigencias y requisitos para residir y trabajar en territorio nacional. Esta política, aunque suele definirse como una “política de fronteras cerradas”, se caracteriza más bien por la segmentación que establece al interior de la población inmigrante, es decir, por la construcción jerárquica que establece entre diferentes categorías socio-económicas dentro de estos colectivos. Por un lado, se favorece la movilidad geográfica de inmigrantes con tarjeta azul (ejecutivos, universitarios, profesionales con alta cualificación) y, de manera más reciente, a un tipo de inmigrante de una franja de ingresos elevada (como es el caso de los compradores de viviendas de más de 160.000 €, que adquieren permiso de residencia y trabajo de manera automática), sumándose a los históricos privilegios de inversores y empresarios que, en muchísimos casos, gozan de exenciones fiscales de excepción para instalarse en el país. Por otro lado, se trata de vedar el paso a flujos migratorios que son juzgados por los estados europeos como “indeseables” -especialmente, procedentes de África y Medio Oriente- caracterizados de forma genérica por sus carencias económicas y cualificaciones más reducidas. En síntesis, la actual política migratoria se caracteriza por una fuerte selectividad de inmigrantes según su pertenencia de clase (o, si se prefiere, según su poder adquisitivo), instaurando un patrón selectivo que plantea una relación de apertura ante elites profesionales y económicas en simultáneo a la restricción de flujos migrantes de trabajadores manuales y personas en situación precaria. La supresión de fondos de integración, la reducción drástica del presupuesto para políticas de co-desarrollo y cooperación, la desfinanciación de partidas destinadas a asociaciones y ONG que trabajan con estos colectivos, el refuerzo de una política de control migratorio que incluye la militarización contra la inmigración irregular en África, la política persistente de redadas policiales y expulsiones, el mantenimiento de los CIE, la exclusión de los inmigrantes en situación irregular del sistema sanitario gratuito, etc., forman parte del arsenal de políticas que dificultan una inclusión igualitaria de estos colectivos, creando nuevas «ciudadanías periféricas» dentro de los llamados países centrales y la criminalización de personas en situación irregular. El objetivo de conjunto es claro: forzar el retorno de un “excedente” de extranjeros residentes y retener a quienes sigan “compitiendo” con salarios bajos, puedan atemperar la caída del consumo y sigan aportando, mediante contribuciones fiscales directas e indirectas, recursos económicos al estado español. 

iii)    También tenemos que referirnos al cambio de ciclo migratorio en España: en 2012, según el INE, se estima que 927.890 personas abandonaron el país, de las cuales 117.523 eran españolas y 810.367 extranjeras. En total, el saldo entre número de inmigrantes y emigrantes es negativo: 137.628 personas menos. Así, de ser predominantemente un país receptor de inmigrantes, España se ha convertido en un país productor de emigrantes. Este saldo negativo –que seguirá incrementándose en los próximos años- equivale a una fuga de trabajadores cualificados (ingenieros, investigadores, profesionales de la sanidad, técnicos con formación superior, jóvenes licenciados, etc.) que, probablemente, retrasará más cualquier reactivación económica, como no sea mediante la importación sustitutiva de mano de obra profesionalizada o la repetición de un modelo productivo que ha mostrado de sobra sus límites. La contradicción es clara: por un lado se expulsa indirectamente a muchos jóvenes españoles con educación superior (públicamente financiada) en situación de desempleo y, por otro, se priva al sistema económico de una de las franjas de la población activa que España más necesita para diversificar los mercados de trabajo y propiciar un cambio de modelo productivo. Si se tiene en cuenta el decrecimiento poblacional y el aumento relativo de la población pasiva, es previsible que esta ola de emigración también producirá efectos negativos en el sistema de la seguridad social (por no mencionar las consecuencias sociales y psíquicas de esta diáspora).

iv)    Asimismo, las prácticas discriminatorias por cuestiones de nacionalidad o raza también se han incrementado en los últimos años tanto en España como en el resto de países europeos, creando nuevas barreras culturales de ingreso a los mercados laborales y al desarrollo de una sociedad igualitaria. La xenofobia y el racismo, como operadores selectivos, aparecen como refugio no sólo de grupos de ultraderecha, sino también de una parte creciente de la población, expuesta a situaciones de exclusión social y a la caída de su calidad de vida. Ello crea las condiciones ideológicas propicias para que los discursos xenófobos y racistas tengan mayor calado (y la prueba más rotunda de este crecimiento es la consolidación electoral de una derecha que ha hecho de la restricción de la inmigración una de sus banderas). Desde luego, la visión instrumentalista y economicista de la inmigración tiene como contracara un discurso que plantea a este colectivo como “sobrante” o “amenaza laboral”. El tópico que restringe el alcance del racismo y la xenofobia a la ultraderecha es una mera coartada intelectual que mantiene a distancia la verdadera magnitud de estos problemas, tanto a nivel social como institucional: omite la discriminación racial y por origen en los mercados de trabajo. No es un asunto menor que no exista ninguna publicación de datos estadísticos oficiales relativos a denuncias y procesos penales de delitos racistas en territorio español (4). La extensión del racismo y la xenofobia exige un debate público pendiente, que constituye una deuda estructural de cualquier sociedad mínimamente democrática. Nada señala que esta ofensiva racista y xenófoba (incluyendo la islamofobia, la gitanofobia y el antisemitismo) que recorre Europa vaya a detenerse en los próximos años, como no sea con un giro de las políticas públicas comunes.

v)      Al panorama anterior hay que sumar la omnipresencia del discurso tecnocrático de la crisis que oculta problemas no menos graves, como ocurre con el de la inmigración. El «borrado» de la problemática migratoria en los discursos oficiales forma parte del desentendimiento con respecto a su bienestar. Al respecto, en los últimos cinco años puede reconocerse un giro: si desde los 90 la “inmigración” estuvo ligada a “mercados de trabajo” (asociada a una política de provisión de mano de obra barata para mercados subcualificados), el nuevo giro convierte en residual esta política: más que una fuerza instrumental relativamente valorada por su aportación laboral intensiva, en la actualidad la inmigración tiende a ser valorada especialmente por su aportación de capital o su aportación fiscal, lo que reconfigura radicalmente el mapa migratorio.

 
Mercado laboral formal: confinamiento sectorial, desigualdad y tasa de paro

Referirnos a la segmentación operada por la política migratoria no niega el efecto de homogeneizaciónque por casi dos décadas esa misma política produjo entre trabajadores inmigrados. Para circunscribirme al caso español: desde la década de los 90, el «confinamiento sectorial» de la mayoría de inmigrantes a puestos de trabajo precarizados, en posición subordinada y en sectores económicos de baja cualificación, resulta inequívoco: 8 de cada 10 inmigrantes sigue trabajando en hostelería, industria, comercio minorista, servicio a personas, agricultura y pesca y construcción.

De forma complementaria a este confinamiento, la «tasa de desempleo» de inmigrantes extracomunitarios supera en más del 12% la tasa de paro de trabajadores nacionales y comunitarios, situándose a la fecha en poco menos del 38% (5). La creciente marginación de estos colectivos está vinculada no sólo a las dificultades para acceder a los mercados laborales locales sino también al tipo de empleo y a las condiciones de contratación a los que accede. La categoría de “trabajador pobre” es una realidad cada vez más visible (que incluye desde luego tanto a personas inmigrantes como nacionales).

Como consecuencia de esta «crisis del trabajo», dentro de los colectivos de inmigrantes se está produciendo un doble fenómeno: retorno a los países de procedencia en algunos casos (especialmente, procedentes de América Latina) y la pérdida de los permisos de trabajo y residencia de miles de personas inmigradas, que necesitan trabajar al menos 6 meses por año para poder renovar su documentación. La imposibilidad de cumplir con este requisito supone el tránsito hacia una situación irregular, así como la exclusión del sistema sanitario gratuito, el deterioro de sus condiciones materiales de vida y la dificultad para asumir sus deudas hipotecarias o de otro tipo. De hecho, ya en 2011, según Eurostat, el 18% de los nativos estaba expuesto a la pobreza, mientras que esa cifra alcanzaba entonces al 32% de los inmigrantes.

Tras un análisis sistemático de las condiciones laborales de los inmigrantes extracomunitarios que acceden a un empleo y su comparación cualitativa con los puestos laborales reservados a españoles y comunitarios los resultados no dejan lugar a duda: tanto en términos salariales como en acceso a puestos jerárquicos dentro de empresas y otras organizaciones (incluyendo la administración pública), la desigualdad es notoria y relevante. En esta dimensión, no sólo cuenta la tasa de parados desigual, sino también la calidad desigual de los empleos a los que acceden respectivamente inmigrantes y locales. La referencia a una «inclusión subordinada» dentro de los mercados de trabajo resulta fundamental: no importa sólo la obtención de un empleo, sino la calidad del mismo. Basándonos en el informe “Inmigración y mercado de trabajo 2011”, a la par que la tasa de temporalidad de los inmigrantes disminuye a medida que la estancia es más duradera, se mantienen las diferencias salariales entre españoles y extranjeros (5). El salario medio anual de la población extranjera se sitúa en una franja entre el 51% y el 61% del correspondiente a la población española, dependiendo de la fuente estadística utilizada (6). Las causas de estas diferencias son diversas: variables laborales (tipo de contrato, tipo de jornada, el puesto de trabajo que se ocupa o la actividad productiva de la empresa en que se trabaja); variables sociodemográficas (sexo o lugar de nacimiento) y, según menciona el informe citado, la “discriminación” (p. 157). En última instancia, las tendencias de la participación de la inmigración en el mercado de trabajo español se mantienen, en particular, la «segregación ocupacional» y la «especialización por género». El informe es contundente: “La participación laboral de los extranjeros nacidos fuera de España sufre de sesgos terciarios y sesgos femeninos, concentraciones en puestos de trabajo de baja cualificación y mayor especialización en ramas y categorías laborales concretas” (p.158). En menor medida, esta situación es similar en el caso del colectivo de la población ocupada española nacida fuera de España.

Aunque a menudo suelen plantearse las desigualdades laborales como diferencias en las cualificaciones profesionales, un análisis comparativo de cualificación desmonta esta falacia. Según los datos publicados por Eurostat en 2011, si la sobrecualificación profesional en España alcanza al 31% de los trabajadores, el fenómeno de la sobrecualificación se acentúa entre los colectivos inmigrantes, con una tasa que alcanza el 58%. La amplia mayoría de la población inmigrante tiene una ocupación no cualificada por debajo de su nivel formativo, sumado a las dificultades en la homologación de sus títulos, obstaculizando una inserción laboral mínimamente satisfactoria y una cierta movilidad laboral ascendente.

Cualquier explicación meritocrática, al respecto, se derrumba: no existe correlacíón entre cualificación, puesto de trabajo y remuneración. La discriminación laboral por razones de origen o etnia, en suma, se hace manifiesta de diversas formas: bajo la forma de segregación ocupacional, desigualdad salarial, tasa de paro más elevada, temporalidad superior y asimetría en las oportunidades laborales. 

¿Qué cabe decir sobre la participación por parte de diversos inmigrantes en la economía sumergida, esto es, trabajadores privados de derecho? Según la estimación de carácter extraoficial del Ministerio de Economía y Hacienda ya en 2011 se calculaba que la economía sumergida en España representaba el 23% del PIB, mientras que en 2012 representó el 22, 5% del PIB, esto es, 212.125 millones que, entre otras cosas, no tributan ni aportan a la seguridad social. Aunque reflexionar sobre la economía sumergida exige un estudio pormenorizado que no puedo emprender en este contexto, señalemos que el empleo irregular implica más de 4.000.000 de personas, de las cuales al menos medio millón son extranjeras. Trabajar en la economía sumergida no sólo supone incumplir las normas laborales vigentes e incurrir en fraude, sino que expone a una manifiesta vulneración de los derechos de los trabajadores. Todo ello debería ser suficiente no sólo para incrementar de forma notable las inspecciones de trabajo y crear más controles a un sistema desenfrenado de lucro, sino para propiciar un giro radical en las políticas migratorias tanto en España como en el resto de Europa. Aunque es improbable que ocurra algo similar en los próximos años, debería ser una de las exigencias fundamentales de un horizonte político de izquierdas.

A modo de conclusión

Lo anterior permite sostener que el cambio de las condiciones económicas a partir de 2008 en España, si bien afecta de forma general a las clases trabajadoras, ha golpeado con particular rigor a inmigrantes extracomunitarios, de forma similar a otros colectivos especialmente vulnerables. Si bien el deterioro de los mercados de trabajo no afecta solamente a estos colectivos, dicho deterioro se hace peculiarmente visible en la población inmigrante, siendo los menos afectados aquellos que disponen de una mayor cualificación.

Hay buenas razones para suponer que las prácticas discriminatorias son sistemáticas y sistémicas, aunque ningún indicador aislado permita sostenerlo de forma inequívoca. Sin embargo, la convergencia de múltiples indicadores en un mismo sentido permite interpretar algunas realidades como manifiestamente discriminatorias: la tasa de desempleo, la tasa de temporalidad, las desigualdades salariales, la movilidad laboral, etc., señalan un trato desfavorable hacia los inmigrantes extracomunitarios que obstruye seriamente cualquier proyecto de integración. Por recuperar lo dicho en el Informe “Inmigración y Mercado de Trabajo 2011”(pág. 160): “Apenas existen estudios que hayan determinado con rigor la discriminación que sufren los trabajadores extranjeros en el mercado laboral, pero hay indicios claros de que tal discriminación existe. Por el momento, la discriminación no ha merecido una atención especial en el proceso de inserción laboral de la población inmigrada, porque la simple legalización de tal inserción ha sido prioritaria. Ahora, sin embargo, combatir la discriminación es ya asunto inaplazable y ello demanda, en primer lugar, cierto aprendizaje para detectarla y calibrarla. La lucha contra la discriminación requiere una vigilancia específica que comienza por el acceso al trabajo, asegurando que se cumple el principio de igualdad de oportunidades y sigue con las condiciones laborales y los procesos de promoción interna en las empresas. La discriminación en algunos casos puede ser burda, pero en otros es muy sutil, y es por ello por lo que no puede ser detectada ni corregida sin mecanismos específicos establecidos a tal efecto”.

Sería apresurado suponer que la discriminación opera de forma indiscriminada. Aunque apenas hay estudios sobre esta materia, hay indicios suficientes para mostrar que tal discriminación laboral (abierta y encubierta, social e institucional) está extendida, no sólo en cuanto a la falta de igualdad de oportunidades, sino también en las condiciones laborales establecidas y los procesos de promoción interna en las empresas.

Desde luego, que esta discriminación sistémica ni siquiera esté reconocida como tal no hace sino agravar el problema. Queda todavía por saber si en la próxima década Europa afrontará esta fractura en términos de derechos económicos y sociales o si se conformará con disimularla bajo una altisonante retórica de la igualdad.

Arturo Borra 
 
 
(1)     Para una reconstrucción más amplia de la situación de refugiados y desplazados en el mundo, remito a “Más allá de un proyecto de bienestar cercado: refugiados y desplazados en el mundo”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=131170.

(2)     Dichos datos pueden consultarse en el resumen estadístico de CEAR,  http://www.cear.es/files/up2012/asilo%20en%20cifras%202011vr%20web.pdf.

(3)     Puede accederse al informe completo en http://www.cear.es/files/up2012/Informe%202012.pdf.

(4)     Basándonos en informes de la Red Europea de Información sobre Racismo y Xenofobia (RAXEN), en España, cada día al menos 10 personas sufren una agresión física o verbal por motivos de raza, etnia o nacionalidad, además de más de 80 personas asesinadas desde 1992, víctimas de delitos de odio. El “Informe Racismo 2010” de la DGII, desde una perspectiva conceptual más amplia, muestra que una parte significativa de la población española, superior al 60 %, no sólo no muestra una actitud de apertura hacia la inmigración sino que, en medidas variables, considera que la desigualdad entre nacionales y foráneos es legítima. Para información relativa al campo laboral, remito al Informe de “Inmigración y mercados de trabajo 2011”, http://extranjeros.empleo.gob.es/es/ObservatorioPermanenteInmigracion/Publicaciones/archivos/OPI_28_Inmigracion_y_Mercado_de_trabajo-Informe2011.pdf

(5)     Me remito a los últimos datos de la EPA: http://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0211.pdf

(6)     Estas diferencias han sido puestas de manifiesto con datos de la Estadísticadel mercado de trabajo y pensiones y de la EAES (Encuesta Anual de Estructura Salarial). La primera fuente la sitúa en 9.950 euros a favor de los españoles en  2010 y la segunda estima la ganancia salarial media de los españoles en 23.019 euros frente a una ganancia de 14.058 euros en el caso de los latinoamericanos y de 14.690 en el de asiáticos y africanos en 2009.

martes, 3 de enero de 2012

Diez preguntas sobre la urgencia: una entrevista a Eduardo Milán de Arturo Borra


1.      Para muchas personas la poesía se ha convertido en un lujo que -habida cuenta de sus urgencias vitales- consideran que no pueden permitirse. ¿Qué cabe esperar de quienes consideramos más bien que la producción poética forma parte de esas urgencias? O, para repetir la pregunta de Hölderlin: ¿para qué la poesía en tiempos de penuria?

La pregunta de Holderlin es fundamental no sólo para la modernidad en que se conceptualiza. ¿ A quien se sirve? Los dioses de Holderlin son el orden, la explicación, la trascendencia, la posibilidad Otra. Pero también lo que escucha, lo que oye. Con quien se dialoga. Para Holderlin se sirve a ese condensado de atributos. Pero en plena secularización, para un poeta, un dios se parece a un lector. O sea, el verdadero poeta -y es difícil esta categoría- no sirve a nadie. Es lo bueno. Pero hay poetas -y eso no quiere decir que sean falsos sino que para mí quiere decir que no cumplen con la dignidad de la poesía- que sirven al lector. El sueño de la mercadotecnia, el sueño del espectáculo -eso propio de ciertos novelistas, de actores, políticos y cantantes de rock: celebrities-- no escapa a nadie. Por otra parte, diría que no cabe esperar nada de quienes consideramos -yo al menos- a la poesía no como una urgencia sino como una necesidad luego de un azar, como un destino aceptado luego de ciertas contingencias que señalan rumbos. Pero decir o preguntarse “qué cabe esperar” es como creer que hay algo de elegidos -secretamente, en voz baja, murmurado porque carece de prestigio en el mundo real- en los que escribimos poesía y somos poetas. Lo que está en juego hace tiempo es lo humano. Y luego, de ahí, lo mejor de lo humano que puede ser la creación. Pero hay que precisar: la creación de buena calidad. También abunda la mala. En esta época es dominante.

2.      En el contexto del presente, marcado por la masacre y el estado de excepción, ¿cómo podríamos contribuir a transformar desde el campo poético lo extrapoético? ¿En qué sentido la poesía podría tener eficacia política, en unas condiciones culturales que la marginan de forma radical?

Es una cuestión ética. La poesía juega a partir de la ética del poeta, no juega sola. Me cansé de aquellas voces que salvan por anticipado a la poesía, que la salvaron siempre, que, de alguna manera, le otorgaron un lugar tan especial. Alguna vez - en Resistir creo que fue- arrinconé ese argumento contra las cuerdas -no sólo contra las vocales: contra las del ring- y hablé de un mundo donde la poesía se salvaba y se hundían los humanos. A esa paradoja lleva decretar la salvación de la poesía por anticipado. La poesía es política como todo acto humano. Y puede ser política como forma de resistencia. En la medida en que se acepte que la palabra está gastada porque la poesía es gasto ejercido, no ahorro, no capitalizable. De modo que hay un deseo. El deseo no preserva su gasto. Que lo hiciera sería como hablar de un capitalismo del espíritu. Lo que quiero decir es que la poesía no es el ejercicio de un deber ser, de un superyó. Es un acto de libertad. Y depende del alcance que se le dé al concepto y al término. Una sociedad donde todo se consigue no es una sociedad de libre deseo sino de “libre” condicionamiento, valga la contradicción. Cuando uno empieza a decir: “la palabra poética es la contención frente a la”, etc, uno ya condicionó la cosa. La poesía puede ser un acto de contención ante la emisión moldeadora de opinión de ciertos medios dirigidos y orientados para controlar. Puede ser una forma de contención ante la emisión meramente contactual (de hacer contacto) del habla común y cotidiana que son formas de ejercer y poner a funcionar un código. Pero uno puede también comprobar luego que ciertos poetas que rodean la palabra de silencio luego rodean un libro de mutismo y luego esperan en la fila del Nóbel sin hablar de lo que pasa. Insisto: un poema tiene que ser lo que yo quiero, no lo que los pueblos que sufren. A los pueblos que sufren puede o no interesarles la poesía. Y luego veremos qué poesía les interesa. Fabricamos equivalencias con la facilidad de la necesidad. ¿Cuáles pueblos? ¿La parte que se levanta contra el capitalismo o la parte que busca un lugar en el capitalismo? Volviendo a tu pregunta anterior: si algo cabría esperar de nosotros los poetas es que sepamos caminar por este borde difícil, en este equilibrio difícil. Hoy todo está en juego. Hay que preguntarse si ese mundo extrapoético o ese afuera -esa gente, esos lectores- quieren mejorar o quieren cambiar. Si todo está en juego, insisto, la poesía también está en juego. Es insostenible la complicidad de los poetas alrededor de la poesía como si la poesía fuera la misma cosa. Hace mucho que la poesía no es esa cosa esencial que nos vuelve hermanos.

3.      En conexión con lo anterior, ¿qué puentes podríamos y quizás deberíamos construir quienes participamos en el campo poético con respecto a movimientos sociales críticos, como por ejemplo el movimiento de indignados que, en los últimos meses, se ha expandido a escala mundial?

Indignarse es llenarse de dignidad y desbordarse. Cuando Góngora dice “escribo para pocos” está en el núcleo de la dignidad, no desbordado. Habita pleno la dignidad. La poesía ahí es esa cosa que ocupa su propio lugar, brilla como un insecto que ocupa su propio lugar. Es el momento de alta calidad, o sea: donde contiene su novedad autoabastecida, sin más mercado que el paso de la oreja, los ojos, la sensibilidad y la conciencia, los cuatro pasos del placer en poesía. Pero ese nivel es difícil de mantener. Y empieza el negociado. La indignación de la poesía es no aceptar el negociado. Como la indignación del indignado de la Puerta del Sol o de la Plaza Libertad es no aceptar el ser negociado, el que le roben, secuestren o vendan su futuro y el de los suyos. Pero hay que ver lo que te decía antes: saber si lo que se quiere es no perder la dignidad ante lo intolerable -esa venta, ese negocio de la vida, esa biopolítica del aire- o la demanda de un lugar en el espacio del capital, que ya es bien otra cosa. Queremos cambiar -mantener la dignidad de la poesía en lo que la poesía significa para uno- o queremos reivindicación -acomodarla a cómo dé lugar al deseo o a la necesidad de un lector, de un mundo. O sea, hacerla posible. Lo más hermoso de la poesía, lo que yo considero belleza, es la imposibilidad que esa cosa contiene, su incomunicable intrínseco, su exhibición y defensa de ese incomunicable. Ese efecto que crea de no estar y estar ahí, de no haber estado nunca, de nunca haber sido, de poder ser por no haber sido. Pero jamás volver a ser. Y jamás volver a ser igual, lo mismo siempre. Esto último negaría  lo esencial para mí, lo que más quiero. Y creo que es lo que está en juego en la relación dignidad de la poesía-indignados.

Lo otro que me parece de primera importancia de los indignados -que parecieron mucho tiempo dormidos, en verdad, o confiando en un estado de cosas que no era, esa ingenuidad que se parece a los latinoamericanos fascinados con Obama porque se oponía tanto en imagen como en contenido a la bestialidad de Bush- es el riesgo que eso asume en relación a su estado de permanencia en la indignación. El que despertó del sueño de esta sociedad saqueada dirigida por saqueadores - en el capitalismo actual, no vale la pena -aunque no todo es lo mismo, no es lo mismo el sur que el norte- hablar de países o de gobiernos bajo la lógica dominante de las corporaciones- difícilmente pueda volver a soñar aquel sueño. Podrá dormir con la conciencia tranquila en la medida en que actúe. Y los poetas tienen palabra. El problema es el uso de esa palabra. Ese es el gran problema. Ya lo sabemos: esto va para largo. Y esto contradice la noción de urgencia. Urgencia, en realidad, no hay. Yo apoyo a los indignados como ser humano. Yo me indigno. Eso marca mi escritura. Pero no es una receta ni un mandato. “Todo poeta debe indignarse”. Todo ser humano debe indignarse. Se juega la vida en eso. Como poeta no sé si es necesario proclamarse. ¿En la modernidad la poesía no ha sido una suerte de indignación más o menos estentórea? No era Rimbaud un indignado? Lautréamont? Baudelaire? Mallarmé? Artaud? Duchamp? Satie? Martínez Rivas? Nicanor Parra? Décio Pignatari? Y sigue la lista. La creación artística que yo valoro vivía en el punto de indignación. Otra no. El problema es que esa que no se volvió mayoritaria y dominante. Tampoco se volvió celebratoria como un Perse o un Guillén. Se volvió pasiva, acompañante, expectante de los resultados de la Academia. Eso también indigna. La dignidad de la poesía pasa por no esperar nada. Y eso es dificilísimo en este mundo.

4.      Ante el devenir secta de los grupos poéticos dominantes, una estrategia típica para “hacerse hueco” en el campo es la apelación al pluralismo estético (lo que a menudo se convierte en una forma de desentenderse del ejercicio de la crítica a esos grupos). ¿Cómo articular –si cabe- una cierta forma de pluralismo con la elucidación de los límites de una determinada escritura y de las prácticas más o menos legítimas que la posibilitaron?

Lo único es respetar una frontera. No se puede dejar de creer en lo que uno cree por convivir en forma pacífica. Eso es suicida. También empezar a conceder mediante espacios de silencio -no decir nada ante lo que uno no puede soportar porque considera mal hecho, mal pensando, o, como digo: entregado al lector- termina siendo autoaniquilante. Hay que acordar las diferencias. Delimitar los bordes. No se puede renunciar a la crítica. Los grandes maestros de la negación -como los grandes maestros de la Nada en Oriente- fueron los que formaron el concepto que manejamos de la conciencia, sobre todo la crítica. Renunciar a la conciencia crítica es enfermarse. El mayor síntoma de salud que conozco es denunciar los abusos del Poder. Y eso está considerado, precisamente, una especie de “enfermedad negativa”. Los cansados de negación son los que ahora vienen con el abrazo hermano y con la poesía “para mirarse a los ojos”. Conmovedor de veras. Equivale en términos políticos a la negación de la justicia. Viva la hermandad caritativa del beso. A mí que me cuenten fuera.

5.      Decías en otra ocasión que la poesía exige trabajar con la pérdida. Ante esa sombra que remite a la melancolía, quizás sea preciso repreguntar: ¿qué es lo que perdemos en la escritura? También podría reformularse la pregunta de forma paradójica: ¿tuvimos alguna vez aquello que la poesía supone que pierde?

Se relaciona con el ser. El ser pierde por ahí. Toda la poesía es un ejercicio de esa pérdida, de ese dejarse ir del ser. O sea: lo contrario de esa sobre-potencialización atribuida a los grandes metafóricos -no Quevedo ni Góngora- a los grandes poderosos de la poesía, creadores de grandes universos. No es el ejercicio de una debilidad: es el de una pérdida en el sentido de algo ya constituido. Una pérdida no en el sentido que deja un hueco, un buraco: en el sentido que va hacia otra cosa. Toda la poesía -esto no tiene que ver, por una vez, con la cantidad en el sentido de una industrialización de la cosa- es un gran movimiento hacia la pérdida, una trashumancia hacia la pérdida de sí misma. Nada sacrificial, nada en nombre de otra cosa, ninguna hoguera, ningún quemarse: esos siguen siendo los enemigos. Pero esa herejía frente a lo institucionalizado del ser, primero, y luego frente a lo institucionalizado del olvido del ser como dice Heidegger, toda esa glaciación, todo ese imprevisible de la vida -que pudo haber sido otra cosa radicalmente distinta-, eso lo lleva la poesía en sí misma. Una nostalgia de su ausencia, si quieres. Eso es lo que quiero decir. Todo arte tiene para mí la emanación de esa nostalgia de no haber sido y no de haber sido otra cosa como un caballo que llora por dejar de haber sido grifo, una almendra por haber dejado de ser ojo egipcio o dos combas tocadas en sus inicios sobre el cielo. O mucho menos imaginaria y como me gusta a mí: una pobreza que lamenta su ser riqueza ya perdida. No esa aristocracia. Algo más libre. Se trata de algo que lleva lo de la vida, ese movimiento. No ponerse dramático. La cosa es compleja. Alain Badiou hablaba en ese libro magistral “El siglo” de las posibilidades todavía del arte a través de lo que él llama sustracción -como francés lo puede decir: aquí sustraer es robar, hay que decir tal vez restar, o en términos de acción sustraer (se) es omitirse, no estar allí. Hay una enseñanza total en esto. Los  poetas complejos y paradójicos (Guillaume de Poitiers, Juan de la Cruz, Garcilaso, Góngora, Quevedo, Lope, John Donne, Holderlin, Von Kleist, Rimbaud, Laforgue, Augusto de Campos, John Cage, López Velarde, Rulfo) lo sabían. ¿Por qué lo olvidamos nosotros? Porque no hablamos de lo mismo cuando decimos “poesía”.

6.      La concepción del poema como «erizo», que lleva en su superficie lo incomunicable, suele toparse con el reclamo de más claridad y sencillez, exigiendo algunas certidumbres poéticas para atemperar nuestra perplejidad. De hecho, uno de los señalamientos habituales es que ese tipo de poema “espanta” al lector… ¿Qué presupuestos sobre lo poético y lo político implican posturas semejantes? Y como contraparte, ¿cómo replicar a una posición así, erigida en presunta portavoz de lo popular?

Si la implicación política del erizo-poema es la incomunicación bienvenida sea. La comunicación es para los comunicadores. Si un poema espanta hoy en día todavía hay esperanza. El problema es precisamente que ningún poema espanta. El adormecimiento que da lo previsible necesita de vampiros, días después de mañana, sequías, hambrunas de radical suelo rajado. Hoy la incomunicación es política porque actúa como alternativa a la sobre-comunicación. Seamos contingentes. Esto es hoy, política es hoy. No ayer ni mañana. Hay que decirle -si uno quiere decirle- a esa masa, a ese pueblo que tanto había a principios del siglo XX, a ese movimiento de gente pendular que vela -cuando vela- o reacciona solamente por sus intereses que tiene que aprender a no comunicarse. Tiene que aprender re-individualizarse y no andar por ahí en patota esperando la promesa después de las urnas -o sea, la post-vida, la ultratumba. Indignado es el que renunció a la promesa de la falsa democracia. Eso es lo que interesa. ¿Si uno renuncia en la vida a esa falsa democracia va a pedir verdadera democracia para la existencia en sociedad del poema? ¿Qué locura tan fea es esa? ¿De lo contrario cómo va a distinguir a Bob Dylan de Palito Ortega o del bueno de Joselito?

7.      En varios ensayos tuyos has contrapuesto una “lengua del exilio” a un “exilio de la lengua”. ¿Qué supone esa lengua de la que nos exiliamos y qué lugar (más o menos inestable) traza o promete nuestra escritura? En ese desplazamiento, ¿cuáles serían sus fronteras infranqueables, en caso de que existieran?

Esa lengua del exilio de la lengua no existe como lugar, no hay eso, supone una posición y una creación. No hay un lugar en la lengua llamado exilio de la lengua. Hay que crearlo en la escritura. Significa agarrar el lenguaje por los cuernos de la luna que no tiene. Ahí sí no hay fronteras, en la medida en que siga siendo exilio. La condición exiliar -así me gusta decir eso- no se pierde nunca. Es la utopía personal en mi hábitat, lo que yo me comprometo a hacer. De todos modos significa además no intentar crear ninguna lengua del exilio, eso que hablaríamos todos en esa situación. La mayoría de los exiliados intenta regresar a casa. Y no hay reproche de ningún tipo de mi parte. Regresar de noche con los focos prendidos o sin los focos prendidos, recién orillado el barco o desmontado el caballo, con los ojos fijos de plato de la liebre sobre ti o sin sus ojos, los del vecino detrás de la cortina. Sólo que ya no se puede intentar escribir en posición de un exiliado de la lengua. Uno vuelve para volver -valga la redundancia- no para seguir afuera.

8.      En tu crítica a la claustrofobia del presente, en una entrevista anterior señalaste que el poema es, precisamente, la instancia que abre la puerta (lo que no significa que los pájaros salgan necesariamente). Una vez más: ¿forjar salidas hacia dónde, en qué dirección, para que no se conviertan en nuevas trampas? En particular, ¿qué poéticas contemporáneas contribuyen a crear esas salidas?

Bueno, ahora hay que aguantar esto: forjar salidas hacia el afuera. Y luego vemos. Porque adentro se muere sofocado. Lamento la falta de garantía. Pero es un problema de integridad. La dirección se ve en la marcha. De nuevo lo del exilio. Cuando uno se exilia muchas veces no tiene la seguridad de la meta -en realidad, sólo transitoriamente se le presenta, en general. Nunca fue lo mismo salir a México que a Noruega -y eso que México estaba muy bien en el 79. O mucho mejor que ahora. Vivimos este mientras tanto que posibilita alguna acción sin saber hasta cuándo ni hacia dónde. En cuanto a las poéticas, vivimos el tiempo de las variables. No sé si una variación mínima puede señalar un rumbo. Aquí la teoría del diminutivo no ayuda mucho. “Una lucecita que nos guíe y devuelva el esplendor”, decía el extraordinario Ezra Pound en traducción de Vázquez Amaral. O apostar por la reversibilidad catastrófica. De cualquier manera es cuestión de tiempo. El capitalismo también es cuestión de tiempo. La eternidad, si existiera, expulsaría al capitalismo asqueada.

9.      Puesto que toda producción poética está situada en condiciones sociales e históricas determinadas, ¿qué huellas más o menos reconocibles deja en tu discurso tu estancia prolongada en México? Como contraparte, ¿qué persiste de ese Uruguay del que te exiliaste?

México es la cultura que tiene el mayor componente mítico que conozco en América Latina. En algunas partes se toca con un Brasil que quiero, ese Brasil del sertao de Glauber Rocha y de Joao Guimaraes Rosa, que coexiste con esa otra grandeza que representa -antímitica por cierto- la  de los poetas concretos de Sau Paulo, Augusto de Campos, Décio Pignatari, Haroldo de Campos, toda esa herencia que me viene de mi madre brasileña. México practicaba en su cultura una gran coexistencia cultural. Pero faltaba, en los ochenta, práctica  crítica. Yo no hacía crítica literaria ni de poesía en Uruguay. Estudié Letras. Empecé por invitación de Octavio Paz a escribir una columna de poesía en Vuelta alrededor de 1987. Ya escribía poesía en Uruguay, tenía tres libros publicados antes de salir a México. En 1991 publiqué un libro, Errar, con el que fui reconocido como poeta, no unánimemente. Tengo el orgullo de no haber sido un éxito en nada. Una de las huellas que en mi discurso se pueden notar es la resonancia  de los que me quieren y la resistencia a una buena cantidad de gente que no me quiere y detesta lo que hago. En cuanto a Uruguay, persiste lo esencial. Me siento un uruguayo en México, nunca dejé, salvo en períodos de flotación amorosa, de sentirme uruguayo. Hablando de dignidad, Uruguay para mí es una lección, en cuanto a su sociedad -algo que viene de Artigas- de dignidad y resistencia. La figura de mi padre -que alcanza una dimensión muy particular con su prisión política de 12 años- es una presencia permanente en mi vida, difícil, constitutiva.

10. Para terminar, en una realidad drástica en la que todo parece naufragar, ¿cuál es la tarea más urgente para una poesía que no se conforma con sobrevivir entre los escombros?

Hay que tratar de ser buenos fenicios. No mercantes: navegantes. Navegar, no en internet sólo, no precisamente. Navegar en la conciencia. Crear posibilidades. No todo está cerrado. Hace diez años cuando todo parecía más abierto -en Europa, sobre todo- no sé si no estaba más cerrado. El poder-no de los indignados es una esperanza. Se puede ir todo al demonio. Es posible. Pero insisto en que despertar a un cierto grado de conciencia vuelve imposible soñar el mismo sueño. En todo caso, profundizar en los grados de conciencia. No aceptar la homologación: “Nosotros, los poetas…”, “la poesía, que para nosotros…” ¿nosotros quiénes? Esto no es separar: esto es discernir. Hay una gran confusión en todo esto. La clase dominante no sé si está en riesgo. Pero la clase dominante no discierne entre poesía y poesía.

jueves, 18 de agosto de 2011

La discriminación en el mercado laboral español: crisis capitalista y dualización social



a) El derrumbe de la explicación meritocrática

¿Por qué un temporero inmigrante gana 15 € diarios (en una jornada de 12 horas de trabajo de recolección de cítricos) y los cabos, casi todos de origen nacional, cuadriplican su salario? ¿Por qué un profesor extranjero no puede acceder ni participar en pie de igualdad con profesores locales en las instituciones educativas, a pesar que en ocasiones disponen de una trayectoria institucional más relevante y unos perfiles intelectuales comparativamente mejores? ¿Qué lugar tienen los diversos profesionales procedentes de diferentes regiones del mundo en el mapa económico de España, incluyendo las administraciones públicas y los órganos sindicales? ¿Por qué la mayoría de las grandes cadenas comerciales no contratan a inmigrantes en general o les reservan puestos de trabajo de baja cualificación? ¿Qué porcentaje de directivos de procedencia extranjera hay en las empresas españolas? ¿Cuál es la tasa de temporalidad comparativa entre autóctonos y extranjeros? En suma, ¿por qué el mercado laboral español plantea una desigualdad radical entre trabajadores locales y trabajadores inmigrantes  (cualificados o no), incluyendo las diferencias salariales en puestos de trabajo similares?
Partiendo de la premisa de que existen múltiples formas de discriminación, incluyendo la «discriminación múltiple» (p.e. una mujer musulmana de procedencia africana mayor a 45 años), señalemos que además de la segregación por motivos de raza, etnia o nacionalidad, se plantean otras formas discriminatorias por género, edad, clase u orientación sexual. Es claro que esas otras formas siguen vigentes y consolidadas en los mercados laborales, aunque en este trabajo me contentaré con distinguir entre población local y extranjera para mostrar la clara desigualdad existente entre ambos.

No se trata, por supuesto, de una afirmación novedosa, pero es parte de nuestra tarea crítica documentar estas asimetrías que ponen radicalmente en cuestión la apertura política de la globalización capitalista y la injusticia que gobierna las relaciones sociales y económicas actuales. La labor de cuestionamiento de nuestra realidad histórico-social no tiene su justificación en una supuesta “originalidad” autoral (una búsqueda bastante repetida por cierto), sino en la convicción de que sólo un trabajo técnico pormenorizado puede desmontar las falacias conceptuales que contribuyen a sostener dicha realidad, entre otras cuestiones, por el desempeño de una intelligentia tecnocrática. Avancemos, pues, en esa dirección.
A los efectos de dar cuenta de la desigualdad laboral suele invocarse con frecuencia la «explicación meritocrática»: las diferencias en las condiciones de trabajo responderían tanto a una cuestión de competencias y formación («aptitudes») como a una cuestión de disposición para el trabajo («actitudes»). Si las diferencias aptitudinales ameritarían una desigualdad salarial, por su parte, las diferencias actitudinales (el “esfuerzo” efectuado por cada quien para “conseguir algo en la vida”) justificarían la desigualdad en el acceso a puestos jerárquicos de trabajo. La movilidad ascendente, disponible para todos, sólo estaría dada para aquellos dispuestos a “competir duro” por el logro de sus objetivos en el mundo laboral. Si los inmigrantes no ocupan puestos de mayor responsabilidad y jerarquía sería, según esta perspectiva, por su “retraso cultural” (cuando no su “incultura”), su “falta de formación” (si no de “educación”) y, tampoco faltan variantes que avanzan hasta invocar “pereza crónica” y la correlativa incapacidad de asumir “grandes responsabilidades” por parte de los (in)migrantes. Por supuesto, esta explicación se retacea a sí misma para no resultar inverosímil y grotesca. Se invocará de forma parcial pero, en general, se mantendrá el principio de mérito que justifica las desigualdades económicas en nombre de un diferencial de esfuerzo, tenacidad y cualificación en condiciones de partida presuntamente igualitarias.

No es preciso hacer una contrastación empírica rigurosa para saber que dicha explicación se desploma no bien se comprueba la existencia de empleos idénticos en una misma empresa que varían su salario según la condición del empleado, así como en las promociones o ascensos laborales, inclinados favorablemente hacia los empleados locales. Invocar un diferencial de esfuerzos se parece al discurso de algunos líderes políticos que quieren explicar las asimetrías de poder político-económico de los países-miembro de la Unión Europea sosteniendo que algunas naciones (las del Sur) tienen que hacer mejor los deberes (reducir salarios, recortar derechos y mejorar la productividad) para parecerse a las del esmerado Norte. O, para introducir una perspectiva histórica, dicha explicación podría con ironía retrotraerse a las leyendas sobre la “displicencia” de los indígenas con que los conquistadores justificaban su sometimiento, mientras apuraban con trabajos forzosos el expolio.

Me abstendré de ahondar en esas direcciones. El desplazamiento migratorio por factores económicos ya es una muestra suficiente para acreditar la voluntad de trabajo de esa masa marginal que, con frecuencia, es arrojada fuera de sus contextos geográficos en busca de oportunidades laborales. La cuestión, sin embargo, no se resuelve ahí. También podría invocarse la tasa de actividad de personas extranjeras (en proporción, significativamente superior a la autóctona). No seremos nosotros quienes se refugien en una nebulosa intencionalidad para determinar los factores de este diferencial.

b) La discriminación en cifras

El punto más crucial para rebatir esta perspectiva es el análisis comparativo de cualificación. Según datos aportados por el INEM, la formación de la población inmigrante es similar a la de la población local. Que el propio sistema estadístico oficial sea quien elabore estos datos evita cualquier sospecha de un enfoque sesgado de la cuestión (al menos, de un enfoque especialmente favorable ante los fenómenos inmigratorios). Dicho lo cual, es claro que la diferencia porcentual de más de un 13% entre parados locales y extranjeros (1) no responde a problemas de «empleabilidad», sino a una clara preferencia por los trabajadores locales, que sufren en menor medida los efectos del paro. Asimismo, también sabemos que alrededor del 80 % de los trabajadores extranjeros está ocupado en 6 sectores de la economía de baja cualificación (hostelería, servicio doméstico, comercio minorista, agricultura, industria y construcción). Ya hemos señalado que dicho confinamiento sectorial no obedece a problemas formativos, sino lisa y llanamente a la discriminación directa e indirecta que sufren estos colectivos.  

En síntesis, tanto por el mayor porcentaje de parados (la tasa de paro entre inmigrantes es del 32 %), por los puestos de trabajo que ocupan dichos trabajadores (empleos subcualificados y de baja cualificación), por la alta temporalidad de su inserción y por el nivel de retribución, muestran una discriminación flagrante, relativamente conocida y que, sin embargo, no suscita mayor escándalo. La conclusión no puede ser otra: en el mercado laboral español se ha naturalizado la sobreexplotación de los inmigrantes (un plus a la ya deplorable explotación laboral de los trabajadores locales) y, con ello, se suma una variante más de la discriminación laboral que sepulta cualquier idea de «igualdad» material en el acceso a oportunidades laborales.

Aunque la información proporcionada es una prueba suficiente para hablar de discriminación laboral entre trabajadores locales y extranjeros, el problema es demasiado grave para no hacer un esfuerzo adicional para documentar la situación.  Prosigamos, entonces, con otros datos relevantes, aportados por el “Informe de inmigración y mercado laboral 2010”(2). La población trabajadora inmigrada tiene tasas de temporalidad “muy superiores” (pág. 19) a las de la población autóctona. “Al finalizar 2009, la tasa de paro para el conjunto de la población fue del 18,8%, pero para los españoles fue del 16,8% y para los extranjeros del 29,7%.” (pág. 156).

No obstante la crisis económica, en los trabajadores españoles no se ha interrumpido el proceso de movilidad ascendente, mientras que en el caso de los inmigrantes no están beneficiados en las mejoras en su distribución por categorías (pág. 158). A pesar de los prejuicios que enfatizan la condición amenazante del trabajador inmigrante con respecto a los españoles, no ha habido sustitución de los segundos por los primeros: “En casi todas las ocupaciones en las que los españoles pierden ocupados, también los pierden los extranjeros” (pág. 158).

Hasta en el último informe anual se señala este agujero negro: “Apenas existen estudios que hayan determinado con rigor la discriminación que sufren los trabajadores extranjeros en el mercado laboral, pero hay indicios claros de que tal discriminación existe. Por el momento, la discriminación no ha merecido una atención especial en el proceso de inserción laboral de la población inmigrada, porque la simple legalización de tal inserción ha sido prioritaria. Ahora, sin embargo, combatir la discriminación es ya asunto inaplazable y ello demanda, en primer lugar, cierto aprendizaje para detectarla y calibrarla. La lucha contra la discriminación requiere una vigilancia específica que comienza por el acceso al trabajo, asegurando que se cumple el principio de igualdad de oportunidades y sigue con las condiciones laborales y los procesos de promoción interna en las empresas. La discriminación en algunos casos puede ser burda, pero en otros es muy sutil, y es por ello por lo que no puede ser detectada ni corregida sin mecanismos específicos establecidos a tal efecto” (pág. 160).
En esa escasez de estudios al respecto, habría que remontarse más de una década para hallar algún informe pionero, en el que se hacía un relevamiento empírico del campo empresarial español, como es el caso de La discriminación laboral a los trabajadores inmigrantes en España, del Colectivo IOE: M. Angel de Prada, W. Actis, C. Pereda y R. Pérez Molina (3). Lamentablemente, su información está desactualizada y no contamos con ningún estudio similar en el presente. Sólo indirectamente podemos inferir que la “discriminación de intensidad notable” (sic) que detectaban los investigadores con respecto al colectivo de marroquíes (la población estudiada) no sólo no ha desaparecido, sino que se ha agravado.
Aunque la discriminación laboral por motivos de raza, etnia o nacionalidad se trata de un hecho probado, es difícil prever si el estado español desarrollará planes específicos para corregir estas tendencias negativas, más allá del “Proyecto de Ley Integral para la Igualdad de Trato y la no Discriminación” (pendiente de aprobación), tan necesario como insuficiente. El giro hacia la derecha del gobierno español y la inminente consolidación del neoconservadurismo como formación hegemónica permiten anticipar un pronóstico negativo: es probable que la discriminación laboral en los próximos años se agudice, al punto de hacerse endémica, sin avances significativos en la «gestión de la diversidad» dentro de las empresas y las instituciones en general.

c) Discriminación y capitalismo

Paradójicamente, aunque el ciclo migratorio ha cambiado (su ritmo no sólo se ha desacelerado notablemente y puede producirse un saldo negativo en los próximos años, como ya está ocurriendo en algunas comunidades autónomas) la ola xenófoba y racista ha aumentado en los últimos tres años (4). A esa ola ha contribuido el propio estado español (entre otras cuestiones, criminalizando a los inmigrantes irregulares, restringiendo con cierta discrecionalidad legal el acceso y permanencia a trabajadores regulares, taponando los mecanismos de regularización y asilo y, en general, invisibilizando el problema del racismo y la xenofobia). No obstante lo dicho, sería apresurado suponer que la discriminación opera de forma indiscriminada en las estructuras del estado. Antes que un rechazo general a los trabajadores inmigrantes, sus políticas han optado por mecanismos selectivos (p.e. la tarjeta azul) que permitan discriminar categorías de trabajadores requeridos de otras consideradas prescindibles, en previsión a las necesidades instrumentales de mano de obra, sostenibilidad de la seguridad social, ingresos fiscales y crecimiento demográfico, entre otras razones.

La resultante de esta combinación explosiva de crisis económica, cultura hegemónica crecientemente xenófoba y racista y políticas de estado restrictivas es la producción de un proletariado periféricoque atiende -a bajo costo y con derechos mermados- las demandas fluctuantes del sistema productivo, sin el más mínimo respeto de un principio de igualdad y trato no discriminatorio. Trabajos de mala calidad, mal remunerados, de baja cualificación (habitualmente, subcualificados según los perfiles competenciales de los trabajadores), sin posibilidades reales de promoción y con alta temporalidad son las características de los puestos laborales que se ofertan a inmigrantes desde el mercado. Ni siquiera el  desaprovechamiento de sus capacidades por parte del sistema productivo ha frenado esta práctica de trato desfavorable a una parte de la población residente en el país, presuntamente ciudadanos de pleno derecho pero tratados en verdad como ciudadanos de segunda mano. No debería sorprender la aparición más o menos mediata de brotes de indignación de colectivos específicos: son producto de una inclusión subordinada y precarizada en el mercado laboral, cuando no directamente de la exclusión del sistema económico, facilitada en cierta medida, por la utilización generalizada de tecnologías de la producción.

En última instancia, no se trata de un problema local. La discriminación abierta y encubierta es, en verdad, propiciada por la “mano invisible” de los mercados capitalistas que, a fuerza de desregulación, tiene vía libre para explotar a mano de obra más vulnerable y apostar por una reducción salarial general. Puesto que no media regulación suficiente al respecto, la inmigración laboral constituye fuerza sobre-explotable (habida cuenta de la explotación habitual de los trabajadores, cualquiera sea su origen) y por otro, usada como chivo expiatorio de la crisis, poniendo a distancia la responsabilidad de las empresas en el propio estancamiento económico. Responsabilizar al eslabón más débil de la cadena de producción tiene sus beneficios secundarios: no enfrentarse con aquellos agentes más poderosos de los que depende, en cierta medida, la propia subsistencia. Para establecer un símil, la situación es similar a cuando se acusa a una mujer maltratada de ser la responsable de su maltrato. Si bien el menosprecio hacia los sujetos más vulnerables no es sino una renegación de la situación temida para sí mismo, además de confundir el blanco, prepara las condiciones para la expansión de una práctica de cuño totalitario.

En síntesis, aunque podría leerse un cierto “cosmopolitismo del capital”, siempre y cuando sea funcional a su propia rentabilidad, por otra parte no debería llamarnos a engaño: la discriminación interna al mercado es garante de salarios bajos y de procesos de precarización laboral que reducen costos a fuerza de incrementar el malestar colectivo. La contratación de trabajadores inmigrantes no sólo presiona para una caída salarial general, sino también para el deterioro de las condiciones de trabajo en su conjunto. Tal como Marx señaló,  los parados constituyen un “ejército de reserva” que limita los niveles salariales y, como tal, son condición de existencia de la producción de plusvalía. Como complemento, un “ejército de irregulares” participa en la economía sumergida o en los sectores más precarios de la economía formal, posibilitando la vulneración absoluta o relativa, respectivamente, de derechos laborales básicos y consolidando el disciplinamiento del nuevo proletariado fragmentado. Es necesario insistir en el punto: lo que en este contexto de «metamorfosis del trabajo» (5) está en juego no es sólo la posibilidad real de negociación colectiva, sino la calidad misma del trabajo. La degradación en ese mundo, desde luego, es inseparable al deterioro de las condiciones sociales de vida, lo que no deja de ser una razón de más para consolidar unas luchas políticas y unas resistencias colectivas. 

Aunque se suela invocar la crisis como factor central de la discriminación, dicha percepción es errada: esta práctica discriminatoria claramente le preexiste y la crisis no ha hecho más que agudizarla. Se trata de una perversión intrínseca al capitalismo: sin discriminación, esto es, sin construir categorías socioeconómicas que sostengan la desigualdad efectiva entre trabajadores, la relación de fuerzas entre clases tendería a equilibrarse (en términos relativos) y las exigencias colectivas podrían estructurarse con mayor eficacia. Desde una perspectiva extraeconómica, el antagonismo entre trabajadores locales y extranjeros quiebra el mutuo reconocimiento necesario para construir unos intereses y demandas comunes, esto es, una (com)unidad de lucha. Sin esa unidad estratégicamente construida, el antagonismo con las clases dominantes queda, si no desactivado, sí al menos desenfocado.

Si por un lado la globalización capitalista garantiza flujos desregulados de capital, por otro, regula fuertemente los movimientos migratorios, en concordancia a las necesidades del capital trasnacionalizado (lo que equivale a decir: según sus territorializaciones y desterritorializaciones continuas). La dualización entre trabajadores extranjeros y locales forma parte de una estratificación social más vasta que el capitalismo produce entre trabajadores diferentes. En última instancia, es un movimiento complementario de la tendencia a la concentración monopólica: si por una parte el sistema procede por concentración (de capital), por otra parte, necesita operar por dispersión o división (de la fuerza de trabajo). En ese escenario, no cabe descartar en absoluto la producción de un excedente de mano de obra técnicamente prescindible, tanto desde la perspectiva de la producción como del consumo (habida cuenta de su ínfima participación en el mismo). Dicho de forma brutal: el capitalismo, en esta fase, produce un «sobrante» estructural de personas que son condenadas a la marginación social. Ni siquiera las requiere como recambio social a una de por sí amplia clase trabajadora que busca en la formación técnica el paracaídas que ralentice la caída o, en otras palabras, el desarrollo de competencias que disminuya los riesgos de la precarización laboral. En esta dimensión de la problemática, aunque a menudo el miedo al paro termine significando esta disyuntiva como primaria, no nos enfrentamos a la simple alternativa entre trabajo y no-trabajo sino a algo mucho más complejo y difícil: la reconstitución del «trabajo» reducido a «empleo», más o menos inestable y precario, vaciado de cualquier significación vital estructurante. Semejante metamorfosis, desde luego, requiere una elucidación independiente y desborda la reflexión aquí acotada a ciertas formas de discriminación laboral.

En cualquier caso, las crisis sistémicas forman parte del ciclo económico del capitalismo: construir categorías –trabajo intelectual y manual, cualificado y no cualificado, fijo y temporal, jerárquico o subordinado, etc.-, esto es, discriminar según criterios identitarios, forma parte de sus técnicas de dominación de una fuerza de trabajo que no está asegurada de por sí y que produce resistencias más o menos articuladas, según cambiantes relaciones de poder. No por azar la retórica de la «productividad» impregna los discursos empresariales y gubernamentales, como un modo de aumentar la rentabilidad y construir mecanismos de distinción entre los trabajadores categorizados. Pero precisamente porque detrás de esa fuerza lo que hay son sujetos humanos concretos, con sus añoranzas y su sufrimiento, es nuestra tarea cuestionar de raíz las estructuras colectivas e institucionales que sostienen y reproducen las desigualdades en aumento. 


Arturo Borra


(1) Me remito a los últimos datos de la EPA:   http://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0211.pdf

(2) Dicho informe puede consultarse en:

(3) Dicho informe puede consultarse aquí:
http://www.ilo.org/public/english/protection/migrant/download/imp/imp09s.pdf

(4) Para esta cuestión, remito al artículo donde me ocupé de esta cuestión: "Operación borrado: ¿Quién da cuenta del racismo y la xenofobia en España".


(5) Los trabajos de André Gorz (La metamorfosis del trabajo, Sistema, Madrid, 1997) y Benjamin Coriat (El taller y el cronómetro. Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa, Siglo XXI, Madrid, 1993) resultan especialmente esclarecedores al respecto.