martes, 9 de octubre de 2012

...vacío...






...quiso esconderse del resto del mundo...metió la cabeza entre sus rodillas, replegó cada músculo en un frustrado intento de hacerse pequeño...las ideas resonaban atronadoras en su cabeza...el silencio hacía eco en su pecho...¿acaso su corazón ya no latía?...la soledad corría a gran velocidad por sus venas...la oscuridad invadía su voz...ni un aliento de esperanza entre tanta desolación...vacío...solo vacío...

...infinitos besos para vuestros bolsillos...


domingo, 7 de octubre de 2012

Reseña: The Raven Boys - Maggie Stiefvater

Título: The Raven Boys (Raven Cycle #1)
Autora: Maggie Stiefvater
Editorial: Scholastic
Páginas: 319 páginas (Ebook)
Género: Young Adult/Paranormal
Fecha de Publicación:18 de septiembre de 2012
Sinopsis: Está haciendo frío en el cementerio, incluso antes de que los muertos lleguen.
Cada año, Blue Sargent se para junto a su madre clarividente mientras los “próximos a ser muertos” se acercan. Blue nunca los ve… no hasta este año, cuando un chico sale de la oscuridad y le habla directamente.
Su nombre es Gansey, y Blue pronto descubre que es un estudiante rico de Aglionby, la escuela privada local. Blue tiene una política de mantenerse alejada de los chicos de Aglionby. Conocidos como Raven Boys, ellos sólo pueden significar problemas.
Pero Blue es atraída hacia Gansey, de una manera que no puede explicar completamente. Él lo tiene todo, dinero familiar, buena apariencia, amigos devotos, pero está buscando mucho más que eso. Está en una búsqueda que ha incluido a otros tres Raven Boys: Adam, el estudiante becado que se siente resentido por todo el privilegio que lo rodea; Ronan, el alma feroz que pasa de la ira a la desesperación; y Noah, el observador taciturno de los cuatro, que nota muchas cosas pero dice muy poco.
Desde que tiene uso de razón, Blue ha sido advertida que hará que su verdadero amor muera. Nunca creyó que eso sería un problema. Pero ahora, cuando su vida se ve atrapada en el extraño y siniestro mundo de los Raven Boys, ella ya no está tan segura.

—Hay sólo dos razones por las que un no-vidente vería un espíritu la víspera de San Marcos —dijo Neeve—. O eres su verdadero amor… o lo mataste.
Blue tiene una familia extraña, no conoce a su padre, su madre es psíquica, su tía es psíquica, y básicamente todo en su vida es bastante anormalparanormal… menos Blue. Ella ya está acostumbrada a esa vida de “adivinación” donde las lecturas del tarot son comunes y las cosas más extrañas son dichas. Además ha vivido parte de su vida con una “profecía”: el amor de su vida morirá con su beso. Algo que una chica en realidad no quiere saber. Así que Blue, de manera muy práctica, decide que no se enamorará jamás. Pero dicen por ahí que en asuntos del corazón (y tal vez del destino) no tenemos control, así que Blue termina conociendo a un chico un tanto extraño. Un chico que será su amor o morirá por su culpa… O tal vez las dos. Aún no lo sabe ella (y menos nosotros, lo cual es intrigante).

Empezar esta historia fue un poco difícil. Es un libro bastante largo (y un poco complejo) y además es la primera vez que leo algo de Maggie, así que me sentí un poco renuente. Pero cuando lo tomé y me metí en la historia fue bastante atrayente. Debo decir que es un libro muy lento, en el que tienes que tener todos tus sentidos puestos para no perderte ninguna de sus partes intrigantes.

Es un libro original y muy cautivador. Contado en tercera persona, muestra la historia desde la perspectiva de varios personajes, lo cual es interesante, pero a la vez, debo decirlo, demasiado abrumador.

Blue es una chica tranquila y callada, se ha acostumbrado a ser la chica rara de su escuela por el trabajo de su familia, no tiene amigos y pasa su tiempo entre ayudar en casa con el negocio familiar y trabajar en una pizzería. Aunque es diferente a su madre, ya que no cuenta con las habilidades psíquicas, sí cuenta con una habilidad importante: es una fuente de energía que ayuda a expandir el poder psíquico. Aunque en realidad a Blue le encantaría ser algo más que un potencializador de poder.

Si bien Blue es el personaje principal (o al menos lo creí al leer la sinopsis), me pareció un poco aburrida y común. Es una chica en busca de su esencia, sólo ha sido tratada como una “fuente de energía”, así que no conoce otra vida, pero cree estar preparada para algo más. Cuando la historia es contada desde su perspectiva, me pareció plana y poco interesante, y en realidad creo que su personaje no fue desarrollado como se debía. Su relación con su madre es una parte interesante, pues ninguna de las dos está verdaderamente acostumbrada a actuar como madre e hija.

Pero no tenemos sólo a Blue en esta historia. Tenemos a los Raven Boys. Los chicos ricos, los privilegiados que viven en un internado cerca al pueblo de Blue. Chicos que no se mezclan con los lugareños y que están acostumbrados a hacer y deshacer sólo porque tienen dinero.  
Oh, no. No él. Todo este tiempo había estado preguntándose cómo podría morir Gansey y ahora resultaba que ella iba a estrangularlo. 

Todo en Gansey indica poder. Él ha crecido entre riqueza, su padre también lo hizo, y el padre de éste, así que Gansey no conoce la pobreza, lo que puede hacerlo un poco obtuso en eso de las relaciones personales; puede pasar por grosero y un tanto prepotente, pero no es algo consciente. Pero a pesar de su riqueza, Gansey no es otro chico privilegiado más. Él tiene metas que cumplir, metas que van más allá de ser un buen estudiante y tener más dinero... metas que van más allá de lo terrenal, en realidad. Su extraña obsesión por la Ley Lines y por Glendower lo ha llevado a visitar muchas partes del mundo, lo ha llevado a Aglionby, su posición actual… Y por una extraña razón, lo ha llevado hasta Blue.

Es mi personaje favorito del libro. Porque a pesar de ser un chico rico, él se preocupa por algo más que por sí mismo. Es el polo a tierra de su grupo de amigos, es el chico explorador que tiene metas claras y es la conexión a todos los personajes de la historia.


Y no puedo olvidarme de los demás Raven Boys… Así que además de Gansey, tenemos a otros tres chicos que son parte esencial de la historia: Adam, el chico becado y pobre, el que tiene problemas graves y una vida difícil. Su personalidad es alegre pero reservada al mismo tiempo, se siente atraído por Blue (veo problemas futuros), todo lo que quiere en su vida es ser alguien más que el chico del lado equivocado del pueblo, y tiene muchos problemas de inferioridad, lo que lo lleva a cometer ciertas estupideces (de las que aún necesito un poco de explicación). Ronan, el chico malo re malo, un personaje que no conocemos directamente, sólo a través de lo que muestran Adam y Gansey, un personaje con verdaderos problemas, misterioso y un poco patán, que sólo parece apreciar la amistad de Gansey (y sus consejos) y que tiene un lado bueno en el fondo… alguien que verdaderamente espero conocer en la siguiente entrega. Y por último (pero no menos importante), Noah: el frágil, el callado, el extraño y el que me dejó sin palabras en la segunda mitad del libro (lo aconsejo de verdad, ¡no se olviden jamás de Noah!).


—¿A casa de la psíquica? ¿Sabes qué era ese lugar? —preguntó Ronan—. Un palacio de castración. Si sales con esa chica, deberías enviarle tus bolas en lugar de flores.

La amistad es un tema importante del libro. Me gustó el liderazgo de Gansey, su apoyo incondicional hacia sus amigos, sus ganas de ayudarlos y su frustración cuando se da cuenta que no puede hacer que actúen de forma correcta. Y Adam, Noah y Ronan también son incondicionales y leales, siguen a Gansey en su búsqueda aunque no estén muy seguros y lo apoyan en todo. E incluso Blue logra unirse y ser parte de este grupo de amigos.

Y los personajes siguen… Y tal vez este es uno de los contras del libro: demasiados personajes que intervienen en la historia principal y que hacen que la lectura sea un poco lenta.


Si no te gustan los libros lentos, no te lo recomiendo... y si buscas una historia de amor tampoco, porque es un tema que queda bastante inconcluso y que, nuevamente, espero se desarrolle en el siguiente libro. Si buscas algo nuevo, una historia misteriosa con una combinación extraña de psíquicas, fantasmas, lecturas de tarot, magia y un poco de ciencia, te recomiendo The Raven Boys completamente.

Es una historia lenta, entretenida, con personajes fascinantes, con un toque de diversión y mucha intriga. Una historia sobre un tema del que no había leído antes, unos protagonistas extraños y aventureros y una saga que me encantará seguir y que ahora espero con ansias.

4/5


Extras:



Nos leemos :D

viernes, 5 de octubre de 2012

Traficantes de salud y Los peligros del negocio farmacéutico- Miguel Jara





TRAFICANTES DE SALUD
de Miguel Jara
Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad

(Icaria Editorial, 2007)

Con el paso del tiempo y el esfuerzo promocional de los laboratorios farmacéuticos los medicamentos han pasado de ser bienes esenciales a simples objetos de consumo. Hoy las reacciones adversas a los fármacos ya son la cuarta causa de muerte en países como Estados Unidos. Traficantes de salud: Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad es un documento imprescindible para conocer qué medicamentos peligrosos están a nuestro alcance y cuáles han producido muertes o graves daños en la salud de las personas en los últimos años. El libro es un recorrido por la cara B del sistema sanitario. Durante más de cuatro años Miguel Jara ha investigado las estrategias que utiliza la industria de la salud y de la enfermedad para ser el negocio legal más rentable del planeta.

Sepa cómo se inventan enfermedades para crear nuevos mercados y convertir en pacientes a los ciudadanos sanos, cómo se manipulan los ensayos clínicos a favor de los laboratorios, cómo se vence la voluntad de muchos médicos mediante la promoción, cómo se controla a los trabajadores rebeldes y a los medios de comunicación o cómo se espía a los ciudadanos a través de la receta médica o mediante la implantación de la tecnología de radiofrecuencias en los envases. Conozca el grado de corrupción al que ha llegado el sistema sanitario actual y cómo le afecta. Qué medicamentos son ineficaces y el fraude científico que suponen muchos de ellos y las consecuencias humanas de la desigualdad del abastecimiento que promueve el mercado.

Traficantes de salud saca a la luz informaciones ocultas o que pasan desapercibidas para la mayor parte de la ciudadanía y que afectan de manera decisiva a nuestra calidad de vida. Este es un libro con efectos secundarios: después de leerlo su manera de entender la salud habrá cambiado.

“Sencillamente MAGISTRAL, se lo digo sinceramente. Un libro muy riguroso de un autor valiente que cuenta una historia amena, muy documentada y fácil de leer. Este trabajo acerca a la ciudadanía informaciones decisivas para conservar su salud que a menudo pasan desapercibidas. Es una aportación fundamental para anteponer las personas a los negocios”

Juan José de López Torres – Presidente de la Asociación Nacional de Consumidores y Usuarios de Servicios de Salud (Asusalud)

“Este libro muestra una situación intencionadamente caótica, provocada por los intereses económicos de un puñado de transnacionales farmacéuticas, dueñas de la salud y la enfermedad de todos los ciudadanos del mundo. Somos su negocio desde antes de nacer hasta que morimos y atreverse a afirmar que existen crímenes corporativos y documentarlos, además, es un trabajo de mucha envergadura y responsabilidad. Hacía falta alguien como Jara que tuviera no sólo el tiempo sino la valentía de empezar a hablar, a afirmar, a probar y a poner las cartas sobre la mesa”.

Ángeles Parra – Secretaria General de la Asociación Vida Sana y Directora de BioCultura, Feria de las Alternativas y el Consumo Responsable

“Durísimo libro de denuncia sobre el actual sistema sanitario: Traficantes de salud”.

Revista Discovery Salud


Video de la conferencia de Miguel Jara para La Caja de Pandora: Los peligros del negocio farmacéutico





Miguel Jara nació en Madrid en abril de 1971. Es escritor y periodista free lance, independiente. Está especializado en la investigación de temas relacionados con la salud y la ecología. Es autor de cuatro libros. El último se llama Laboratorio de médicos. Viaje al interior de la medicina y la industria farmacéutica (Península, 2011). Los anteriores son: La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo (Península, 2009); Conspiraciones tóxicas. Cómo atentan contra nuestra salud y el medio ambiente los grupos empresariales (Martínez Roca Ediciones, 2007), en colaboración con Rafael Carrasco y Joaquín Vidal; y Traficantes de salud. Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad (Icaria Editorial, 2007).
El principal medio de comunicación en el que publica es su blog, www.migueljara.com que está entre los más influyentes en Salud según el medidor de rankings Wikio. Es colaborador de British Medical Journal (BMJ) y de Discovery DSalud.
Está galardonado con el Premio Eupharlaw-Ibercisalud 2011 a la personalidad del año en el ámbito sanitario.

jueves, 4 de octubre de 2012

Portadas Reveladas (1)

¡Hola!

Esta es una entrada rápida con las portadas que fueron reveladas esta semana (o al menos de las que me he enterado :P); los libros son Young Adult y son lanzamientos para el 2013. Para más información (en inglés), dale clic bajo la imagen.









Nos leemos :D

lunes, 1 de octubre de 2012

Reseña: Something Like Normal - Trish Doller

Título: Something Like Normal
Autora: Tris Doller
Editorial: Bloomsbury USA Children 
Páginas: 142 páginas (Ebook)
Género: Young Adult
Fecha de Publicación:19 de junio de 2012
Sinopsis: Cuando Travis vuelve a casa de su paso por Afganistán, sus padres se están separando, su hermano le ha robado a su novia y su auto, y él es perseguido por pesadillas de la muerte de su mejor amigo. No es hasta que Travis se tropieza con Harper, una chica con la que ha tenido una relación difícil desde la escuela media, que la vida en realidad empieza a mejorar. Y mientras él y Harper empiezan a salir más, él comienza a abrirse camino a través del campo minado de problemas familiares y estrés post-traumático a la posibilidad de una vida que podría parecer normal de nuevo. El sentido de humor seco de Travis, y un increíble sentido del honor lo hacen un héroe irresistible y eminentemente adorable.

Me siento muy mal. En parte porque no sé qué decir, pero en su mayoría porque estoy vivo.

Travis es un chico de diecinueve años que acaba de regresar de Afganistán. Ha pasado por el peor momento de su vida: ha visto morir a su mejor amigo; y ahora tiene que pasar un mes en su casa, compartiendo con una familia que ya no lo conoce; una madre que está verdaderamente feliz de tenerlo a salvo, un padre que no le perdona haber echado a perder su oportunidad de jugar fútbol en la universidad, un hermano demasiado fresco y que parece no importarle Travis, una exnovia que ahora sale con su hermano, y una chica que aún no olvida el daño que le hizo cuando él tenía catorce años.

Travis a simple vista parece un chico estadounidense normal: guapo, popular y con las hormonas muy alborotadas. Pero después de su primer año como soldado, todo en él cambió. Su casa ya no se siente como un hogar, su relación con su padre está incluso peor que antes y sus hormonas siguen traicionándolo en lo referente a su exnovia (Paige). Y lo peor de todo: las pesadillas y la constante aparición de su amigo muerto no cesan.

—¿Cuál es tu problema?
Harper me mira fijamente por un momento y estoy hipnotizado por el verde de sus ojos. Así que no lo veo venir cuando me golpea en la cara.
—¿Estás bromeando?
—Jesucristo… ¡au! —La cuenca de mi ojo late, definitivamente no golpea como una chica… y voy a tener un ojo negro.

Travis es tan humano que eso me hace quererlo. Él es como muchos chicos que están a punto de graduarse del colegio/instituto/preparatoria y no tiene idea de qué harán con su vida; un chico que ve la idea de enlistarse como una manera de escapar de su casa, de sus padres, de un futuro incierto. Es bueno leer sobre un chico que no quiere ser un héroe, que lamenta que lo traten como héroe y que verdaderamente no se siente como uno.


Leer sobre la relación de Travis y su madre es muy interesante, ver cómo él empieza a entender lo fuerte que es su madre, cómo su partida la afectó y saber que puede contar con ella siempre. Travis a través de las páginas se da cuenta del amor de su madre, y que en realidad no está tan solo como creyó al principio.

No sé mucho sobre estrés post-traumático o sobre las consecuencias de la violencia a la que están expuestos los soldados, pero creo que este libro da una buena idea de lo que pasa cuando un soldado vive momentos difíciles en su carrera. Trish Doller se encarga de mostrar cómo la vida entera de Travis se ve afectada por su experiencia: las pocas horas de sueño, cómo los ruidos similares a disparos o bombas lo asustan, las terribles pesadillas que le recuerdan una y otra vez la muerte de su mejor amigo. Él sabe que tiene un problema pero aún así cree que aceptarlo es demostrar debilidad, así que trata de vivir su vida, queriendo algo de normalidad, pero sin hacer mucho por conseguirla.


La relación con sus amigos también es muy importante. Sentí su dolor por la muerte de Charlie, y también sentí su conexión con los otros  soldados, otros chicos que sobreviven a su propio modo las consecuencias de presenciar la guerra.

Y está Harper… adoré a esa chica desde el principio. Dulce, guapa, centrada, y con un corazón enorme capaz de perdonar a Travis por su error de niñez. Harper se convierte en su polo a tierra y en la persona capaz de brindarle paz al Travis roto.


Es un libro que me llegó por la realidad de sus personajes. Es  el primer libro que leo que está escrito completamente desde el punto de vista de un chico, y no me decepcionó. Travis es un personaje complejo y real, un chico que se equivoca y sabe disculparse por ello, con las hormonas al cien y los pensamientos un poco calenturientos (XD), un chico que madura a través de las páginas, que logra sobrellevar sus miedos y enfrentar la realidad de su vida ahora como soldado.

Me hubiera gustado que la escritora hubiera mostrado un poco más de la relación de Travis con su hermano, o que los flash-backs no estuvieran tan en medio de toda la historia presente de Travis (aunque me gustaron algunas partes donde se muestra un poco de la vida en Afganistán); esos momentos de recuerdos mezclados con pesadillas no me convencieron del todo.

No me gusta la guerra, ni siquiera me gustan los soldados, pero recomiendo completamente esta historia. Es un libro sencillo de leer, con una historia compleja y unos personajes reales que logran alcanzar su objetivo: enseñarle al lector un poco sobre la vivencia de un soldado y sus implicaciones en su vida personal.

No sé si mi vida alguna vez será completamente normal, pero algo parecido a la normalidad es un buen comienzo.




4/5



(Ya me dirán qué tal la reseña, porque siento que he perdido práctica :C)

Nos leemos :D

domingo, 30 de septiembre de 2012

¡Inaugurando!

Probando, probando... Uno, dos, tres.... :D

Bueno, estoy de regreso en la zona bloguera después de una larga ausencia, y este es mi strike 2 en llevar un blog.

Este, nuevamente, será un blog de reseñas de libros juveniles y románticos adultos, y cualquier otra locura que pueda pasar por mi cabeza en algún momento.... Y bueno, no soy muy genial con las palabras, así que simplemente diré: 

¡Bienvenidos a un blog de literatura!

Ya me irán conociendo, porque sé que esa presentación fue muy básica :P

Nos leemos :D

sábado, 22 de septiembre de 2012

La economía política del sacrificio (IV): «El triunfo de la voluntad»


 

-I-

En 1935, la directora Leni Riefenstahl estrenaba El triunfo de la voluntad, la película más destacada de propaganda nazi que se haya realizado jamás. Encomendada por Hitler, este largometraje -a medio camino entre el documental y la ficción- basado en el congreso del partido nacionalsocialista de 1934, pasa revista por las múltiples dimensiones del nazismo, no sólo como “poderío militar”, sino ante todo, como “poder popular”: cientos de miles de seguidores coreando el nombre del Führer, en tanto líder absoluto del “renacer alemán”.

Poco comprenderíamos si redujéramos el fascismo a su faceta belicista o a una suerte de racismo exacerbado. El despliegue estético y simbólico que efectúa El triunfo de la voluntad, en la víspera de la segunda guerra mundial, rebasa claramente esas facetas: irradia un optimismo radical con respecto al nacionalsocialismo alemán como fuerza redentora, garante de la restitución mesiánica de la nación y de su misión esencial en el mundo. En tanto renacimiento alemán se trata ante todo del poder de la voluntad como fuerza ilimitada, emanación de un presunto Sujeto pleno que quiere imponer su impronta en el mundo por el “mandato cardinal” de dios y reparar, así, el sufrimiento del pueblo causado por la primera guerra.

La primera escena ya nos sitúa en esta proximidad del Líder con lo divino: a través de diversos planos de las nubes, la directora muestra el viaje de Hitler a Nuremberg (donde tendrá lugar el mencionado congreso). El líder está literalmente en el cielo. Cerca de dios, como un águila guerrera capaz de proyectar su sombra majestuosa sobre la tierra. Desde el descenso del Führer, una multitud ferviente lo aclama de forma incesante, mientras las familias desde los balcones honran al recién llegado con banderas nazis extendidas. Los primeros planos abundan: niños sonrientes, mujeres fascinadas por el talante del líder, jóvenes que reencuentran la figura del Padre… Desde los primeros compases, los fragmentos discursivos seleccionados por Riefenstahl ahondan en esta dirección: el Führer no es sino la divina encarnación del Pueblo Alemán: “Cuando usted juzga, el pueblo juzga; cuando usted actúa, el pueblo actúa” sentencia uno de los jerarcas nazis en uno de los tantos panegíricos del film.

Cuatro años antes del estallido de la segunda guerra mundial, el sueño de una Identidad Absoluta es presentado como Gran Cuerpo Orgánico, dispuesto al sacrificio heroico, en el que ya no queda individualidad posible. Ejércitos de obreros con palas al hombro, como si fueran armas, desfilan por las calles, preparados para llevar a Alemania a la nueva era imperial. La “comunidad del Pueblo” –basada en la exclusión de elementos juzgados como “degenerados” y “débiles”, incluyendo viejos, enfermos, gitanos, judíos o comunistas- es establecida a partir del trabajo manual tanto agrícola como fabril. El industrialismo es significado como punto basal del proyecto nazi: una multitud homogénea, como la referencia a una mítica juventud que “no sabe de clases ni de castas” es elevada a categoría metafísica, capaz de acometer, con infinita lealtad y de forma desinteresada, el “más alto autosacrificio en pro de esta Nación”, empezando por el Führer.

Los enfoques contrapicados no hacen sino reforzar la jerarquía del que se presenta como enviado para liderar la tarea de construir un “pueblo” alemán: “Queremos ser un pueblo y a través de ustedes, llegar a ser este pueblo” declara Hitler. El sujeto popular, en este discurso, se construye a partir de la obediencia incondicional de los individuos, “amantes de la paz y valientes”, capaces de sostener el imperio a partir de una fortaleza resistente a la adversidad. Elllamado al endurecimiento se consuma en la disposición al sacrificio. Es precisamente ese «sujeto» el elegido para realizar en la historia la misión superior de Alemania. El optimismo, llevado a este extremo maquínico, no es sino la confianza ciega en la propia capacidad de dominio del sujeto, su poder para dejar su sello en el mundo, mucho más allá de sus manifestaciones militares.

Quizás por eso el poderío militar del nazismo sólo irrumpe tardíamente en la película, como una demostración de fuerza que adquiere sentido a través del respaldo del Pueblo (definido por la hermandad de sangre) fluyendo en un mar de banderas con la cruz-insignia nazi. Decenas de legiones militares y paramilitares de las SS y las SA mantienen filas frente al discurso del Führer, rodeado de simbolismos que convierten el acto en una liturgia planificada. Las formaciones armadas son presentadas como una unidad sin grieta, irrompible e incorruptible, que corona la lucha de Alemania, ligada al “porvenir del partido” en su estricta aristocracia. No se trata, pues, de un “pueblo” en el que las jerarquías hayan desaparecido; sólo los mejores tienen lugar como “camaradas” del partido nacionalsocialista, “eterno e indestructible pilar” del futuro que “pertenece enteramente” al Imperio. 

En síntesis, en la película de Riefenstahl la exaltación del nacionalismo corre pareja a la cancelación de cualquier vestigio de (auto)crítica con respecto al modo de concebir la nación en términos suprematistas. Aunque es indudable que el despliegue retórico del entonces canciller alemán es una evidente declaración de hostilidad ante los que son declarados como “no integrables” al gran Cuerpo Orgánico (similar, en eso, a líderes políticos mucho más recientes), quizás lo más perturbador en este discurso cinematográfico sea el despliegue espectacular de un dispositivo de identificación de gran escala, capaz de movilizar a millones de conciudadanos y de construir una voluntad colectiva orientada a la expansión ilimitada de la nación (lo que conocemos típicamente como «imperialismo»). En otras palabras, lo que quizás más inquieta en el film es la envergadura de un ritual colectivo en el que cada parte (reducida a partícula) manifiesta su sumisión incondicional a un presunto Todo cerrado, omnipotente y homogéneo.

Los primeros planos que hace Riefenstahl retratan una euforia esencial: la de estar presenciando lo increíble. Y, en efecto, la incredulidad misma cede ante la evidencia de que lo imposible se ha convertido en posible: la fragua de un “ejército invencible” de soldados-obreros, llamados a cumplir su misión dominadora en el mundo. Lo irresistible del espectáculo entra en escena; se convierte en un «optimismo ilimitado». La supuesta restitución de la plenitud del Sujeto (borrada en el plano simbólico su falta constitutiva) se manifiesta así en la certeza de la potencia, en la autoconfianza como base imperturbable del triunfo.

Resulta llamativo que apenas se haya reparado en este optimismo ilimitado al momento de interpretar el fascismo. Y, sin embargo, está implicado necesariamente: si el vínculo con el Otro es de desprecio absoluto ello es así, ante todo, porque este sujeto de dominio se auto-encumbra como esencialmente superior, en tanto encarnación plena del triunfo de la voluntad, potencia invulnerable ante los “obstáculos” humanos y técnicos que la ponen a prueba. Desprecio por el Otro y auto-exaltación -que rechaza lo que pudiera haber de otro en el sí mismo- son solidarios: como «proyección» de lo repudiado, la alteridad aparece en tanto imagen invertida. Cuanto más omnipotente me concibo, más despreciable me parece el Otro (1). La fantasía de omnipotencia del sujeto, representado como voluntad ilimitada, se cobra su saldo en el repudio generalizado de los otros reducidos a la impotencia.

No hay razones para suponer que esa solidaridad entre este desprecio hacia el exterior (proyectado sobre una “raza”, una “religión”, una “etnia” o una “nación”) y la autoexaltación (en última instancia, como autodesprecio reprimido) sea exclusiva al nazismo. Puede que esta suerte de odio primario hacia una exterioridad forme parte de lo que Castoriadis denomina «mónada psíquica». Tampoco es exclusivo al nazismo ese optimismo ilimitado: como autoconfianza plena, está presente en las fantasías más primarias del ser humano. En tercer lugar, la construcción discursiva de un “pueblo” tampoco es privativa a esta ideología; forma parte de cualquier discurso político con pretensiones hegemónicas.

Lo singular del fascismo, más bien, hay que buscarlo en la específica articulación que produce entre lo psíquico y lo sociohistórico: en la apropiación que hace de estos elementos inconscientes reaccionarios y en la modelización de este pueblo como sujeto fiel, valeroso, obediente y desinteresado, capaz de autosacrificarse en nombre de la Causa alemana. En pocas palabras, si hay algo específico al fascismo es su poder para articular en su producción discursiva un deseo de omnipotencia y una promesa de restitución de una unidad social desgarrada. El sufrimiento padecido por más de dos décadas tras la primera guerra, mediante esta perspectiva redentora, adquiere una significación suprema: llevar a la nación a un destino de grandeza. Sobre ese transfondo, resulta menos sorprendente que este discurso político no sólo haya resultado verosímilpara una multitud contemporánea, sino también que haya sido capaz de producir una identificación colectiva de gran magnitud (2).

Contrariamente a quienes sostienen el carácter esencialmente único e irrepetible del nazismo y del holocausto judío, habría que insistir en que no hay nada “esencial” en esta forma de totalitarismo. Dicho de otro modo, fuera del carácter performativo de este discurso fascista no hay nada. Su poder de interpelación está ligado, simultáneamente, a la apelación a deseos profundos del ser humano y a la promesa mesiánica de un orden (la “comunidad popular”) capaz de restaurar la unidad primigenia de la sociedad. Comoformación discursiva, a través de una estética meticulosa y una estrategia propagandística efectiva, escenificó (produjo como escena real) la fantasía delirante del poder de la voluntad, a través de una interminable exhibición de fuerza. La historia del fascismo (que desborda con creces el “fascismo histórico”) es la historia de la encarnación del delirio de un funcionamiento maquínico ilimitado, en la que el propio mundo social es administrado racionalmente en función del dominio del sujeto.

Si la construcción de una «sociedad democrática» depende, en primer término, de mantener a raya esos delirios mediante la autolimitación ética y política, esto es, de la posibilidad de darnos normas comunes que permitan un juego transaccional equilibrado entre los otros y nosotros, lo peculiar del fascismo quizás sea el haber llevado más lejos de lo que se había hecho nunca en la historia la institucionalización de ese optimismo ilimitado de sí -mediante la técnica de la guerra y la industrialización de la masacre- en el que la voluntad del otro ya no cuenta. La cámara de gas y los campos de concentración, en este sentido, constituyen la contracara siniestra de esta confianza plena en el triunfo de la voluntad (transindividual): puesto que todo nos está permitido como pueblo, la voluntad de los otros queda reducida a cenizas, literalmente. El mismo hecho de que esas existencias puedan ser reducidas a nada las convierte, en esta lógica circular, en “despreciables”.

Así, la resultante de esta investidura psíquica y social es doble: por un lado, la expectativa inquebrantable de dominio por parte de este sujeto hacia el mundo, dominio que compromete simultáneamente la voluntad y la técnica. Por otro lado, un objeto de dominio constituido sobre lo repudiado, expulsado a la exterioridad, despojado de sus derechos de ciudadanía, de sus derechos humanos, de su condición humana. La primera dimensión de esta investidura puede ejemplificarse con la actitud persistente de Hitler ante las sucesivas batallas perdidas en el frente de Moscú (al punto de que la mera posibilidad de la derrota le fuera insoportable); la segunda dimensión queda ilustrada por el despojamiento a judíos y gitanos, entre otros, de su nacionalidad alemana, convirtiéndolos en extranjeros, para luego ser confinados a campos de exterminio. Apenas hace falta insistir que en la estructura misma de esos campos, la humanidad de los confinados queda reducida a la pura animalidad, lo que explica de cierta manera su constitución como objetos de experimentación y eliminación en serie.

La tenacidad de este proyecto suprematista, en cualquier caso, rebasa cualquier análisis psicológico e incluso psicoanalítico. Lo que entra en juego es el deseo colectivo de instituir una sociedad como invulnerable, incluso si para ello debe expulsar a crecientes masas sociales de su interior, a partir de algún rasgo identitario juzgado como “degenerado” (ser judío, comunista, homosexual, gitano, deficiente mental…). En este contexto, la aceptación de la propia vulnerabilidad hubiese supuesto la frustración de esa “expectativa inquebrantable de dominio” omnipresente en el fascismo. Como contrapartida a esta ceguera ideológica, dar al otro una posibilidad de existencia autónoma, una mínima consideración de su humanidad, hubiese significado la interrupción definitiva de este optimismo voluntarista. La ceguera, sin embargo, no es algo que pueda rectificarse con evidencias en sentido contrario: si el otro resiste como puede ante el poder de mi voluntad, tanto peor para el otro. Para invertir una expresión de Benjamin: la contratara del fascismo como «optimismo organizado» -que institucionaliza una fantasía delirante de omnipotencia- no es otra que la de los campos de exterminio y de la guerra mundial.     

-II-

Si es cierto que en la raíz del fascismo se halla el discurso de la omnipotencia que desprecia todo aquello que podría limitarlo/alterarlo, ¿qué cabría decir sobre ciertas matrices discursivas actuales? Por poner dos ejemplos, ¿qué habría que decir con respecto a esa jerga empresarial en la que sólo hay “ganadores” y “perdedores” o a la retórica belicista de los estados imperiales en la que sólo hay “demócratas” y “terroristas”?

Sería erróneo suponer que el fascismo intrínseco de estos discursos reside en la construcción de una dicotomía (o una separación binaria) entre la propia comunidad y los otros (habitualmente juzgados como inferiores). Puesto que no hay cultura que no instituya de forma específica esa frontera dicotómica, lo distintivo del fascismo reside más bien en el tipo de relación que construye con el Otro (en primer término, como sujeto racializado, pero más en general, como sujeto inconvertible).

Dicho lo cual, si hay un fascismo presente en el discurso capitalista (tanto en su variante empresarial como en su variante imperial) debe rastrearse en su ilimitada voluntad de lucro y poder, institucionalizada como práctica: literalmente, el Otro y los otros no constituyen un límite que habría que respetar. No es difícil adivinar que, en el discurso empresarial dominante, el “perdedor” está secretamente emparentado con el no-consumidor, el pobre por excelencia. A menos que se trate de un consumidor -y entonces el otro no es Otro-, la alteridad –lo que no se deja reducir a una equivalencia general- es considerada absolutamente despreciable. Su voluntad es indiferente: puedo experimentar con él, someterlo a hambrunas y enfermedades, imponerle una deuda infinita, condenarlo al desempleo estructural y a la marginalidad, apropiarme de su producto, encarcelarlo o hacerlo partícipe de una guerra; en suma, sacrificarlo en aras de la rentabilidad. Porsu parte, el discurso imperial desde su misma génesis declara su voluntad ilimitada de destrucción: no se trata de negociar o intentar construir con esos otros unos consensos mínimos sino sencillamente de aniquilarlos, incluso si para legitimar esta práctica terrorista contra el Terror necesita crear pánico entre los presuntos protegidos. La cuestión no se limita a los métodos usados contra el terror (tortura, encierros preventivos, control ilegal de las personas, asesinatos selectivos) sino también a los fines que tras esa guerra se urden: en primer término, la instauración de un estado de excepción permanente en el que todos los otros son sospechosos y potenciales enemigos.

Por lo demás, referirse al discurso capitalista no debería inducir a engaños: se trata de un dispositivo material que produce realidades históricas efectivas, reactivando una práctica totalitaria que tal vez haya que redescribir como «fascismo de intensidad variable» (3): el desprecio absoluto del Otro, según contextos sociohistóricos diferenciados, puede manifestarse en distintas magnitudes o intensidades, incluyendo su abandono o su eliminación. Puesto que este Sujeto de la Voluntadse erige en Amo, la voluntad de los otros constituye un obstáculo. Habría que apresurarse a señalar que sólo en el límite la posición del amo coincide con este polo fascista: mientras el amo necesita preservar al otro como esclavo, en el caso del fascismo esa amarra ya no resulta imprescindible, en la medida en que hay un Pueblo dispuesto a auto-sacrificarse. El punto de intersección parece claro: en ambos casos, el valor del Otro es puramente instrumental. Debe ser sometido si ha de triunfar la voluntad. La diferencia es que mientras en la dialéctica del amo y del esclavo este último conserva su vida a cambio de la pérdida de autonomía, en el devenir-fascista la pérdida de autonomía no supone necesariamente la preservación de la vida.

No hay garantía alguna: como metafísica del sacrificio exige una rendición absoluta y, simultáneamente, declara inútil dicha rendición: Auschwitz, los gulags, Guantánamo están ahí. El mismo sujeto popular que se auto-sacrifica está condenado a servir a una Voluntad trascendental de la que él no es más que su instrumento. Como en El Proceso de Kafka, la decisión sobre nuestra culpabilidad es inescrutable. No hay defensa posible. El poder de muerte (la «tanatopolítica») es ejercido de forma discrecional por una autoridad mística que se sustrae de cualquier control público y, en consecuencia, de la posibilidad de su cuestionamiento radical. Como encarnación del triunfo de la voluntad, esta autoridad encumbrada como soberana se arroga la potestad del exterminio. El fascismo como institucionalización de la voluntad ilimitada es la operación que borra los vestigios de otras posibilidades representadas como imposibilidad. Su optimismo radical consiste en una autoafirmación incondicional, perfectible a condición de que se la acepte como el fundamento mismo del Ser. El correlato objetivo de esa subjetividad es la de un mundo mejorable pero insustituible.

Llegados a este punto, ¿no estamos llevando demasiado lejos esta analogía entre «optimismo organizado» y «fascismo»? ¿No incurrimos en un error teórico fundamental al confundir este proyecto totalitario con la realidad histórica? Y más en general: ¿no estamos confundiendo un rasgo común a toda política –la gestión de la promesa- con una característica específica al fascismo? A mi entender, las tres preguntas deben ser contestadas de forma negativa.

La tesis de partida no es que todo voluntarismo optimista sea fascista, sino que el fascismo retoma e intensifica esa dirección práctica al punto en que no cabe ya la reflexión sobre los límites posibles y deseables de la propia acción. Sostener entonces que el fascismo promueve una acción autoafirmada incondicionalmente, fuera de toda limitación ética y política (en la que el Otro es cosificado, reducido a puro obstáculo) no es llevar “demasiado lejos la analogía”. Si todo antagonismo social tiende a construir una dicotomía entre “nosotros” y “ellos”, el fascismo plantea como forma específica de gestionarlo la imposición unilateral de la propia voluntad de dominio mediante la creación y organización de un sistema que abate a las mayorías, incluso si ese abatimiento no significara de forma inmediata el exterminio físico de los otros sino su confinamiento y marginación sistémicos. 

En segundo lugar, la “realidad histórica” no es nada por fuera de los proyectos políticos que la construyen. Como institución efectiva, esa realidad histórica no es una fatalidad sino resultante de la disputa (desigual) entre esos proyectos relativamente elucidados. Si un proyecto totalitario tiende a confundirse con la realidad histórica ello se explica, ante todo, por su carácter hegemónico. Eso no es negar, desde luego, resistencias sociales relativamente organizadas o prácticas sociales ancladas a otros imaginarios políticos. Pero esas resistencias no deberían hacernos perder de vista la hegemonía de un proyecto político que se basa en la construcción de la alteridad como amenaza sistémica que hay que suprimir a toda costa (asumiendo, además, ciertos “daños colaterales” planteados como “inevitables”). Como proyecto que encarna lo que Gramsci llamó una «voluntad colectiva», el fascismo actual pretende justificarse en nuevos fundamentos extra-sociales: no ya la Raza o la Nación, sino el Mercado, la Civilización o incluso la Democracia.

Finalmente, no toda promesa se gestiona como «redención» a partir de la autoafirmación ilimitada de la voluntad y por extensión del sacrificio de los otros. Lo peculiar del fascismo –como variante del mesianismo- es que esgrime una promesa de plenitud basada en la restitución mítica de la organicidad del cuerpo social, en la supresión del antagonismo eliminando arquetípicas identidades “parasitarias”. En este caso se trata de una promesa construida como certeza de un futuro reconciliado: la erradicación del Otro como reparación de las desgarraduras de la sociedad.  

 
                                                      -III-

En su texto sobre “El surrealismo, la última instantánea de la inteligencia europea”, Walter Benjamin destacaba un peculiar optimismo social-demócrata al que contraponía la «organización del pesimismo» por parte de una política revolucionaria (1988: 59 [4]), caracterizada por una desconfianza múltiple: 

Desconfianza en la suerte de la literatura, desconfianza en la suerte de la libertad, desconfianza en la suerte de la humanidad europea, pero sobre todo, desconfianza, desconfianza, desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, entre los pueblos, entre éste y aquel (1988: 60).

En efecto, ¿cómo podríamos abogar por una sociedad diferente sin “pesimismo organizado”? Contra el optimismo social-demócrata, Benjamin invoca la «desconfianza» no como forma de eximirse de la propia responsabilidad política ante los otros, ni mucho menos como restauración de una política beligerante sino, por el contrario, como reconocimiento de una dificultad en la construcción de un  “entendimiento” común entre clases, pueblos, individuos. De ahí esta desconfianza frente a las expectativas triunfalistas que el reformismo introduce. No hay nada seguro en una “política revolucionaria”. La literatura, la libertad, la humanidad europea, el mutuo entendimiento no pueden darse por firmes sin más, como si estuvieran aseguradas de una vez, desterrada al fin la “barbarie”.

Sólo nos queda nuestra voluntad (limitada) de intentar un cambio social radical, sin falsos triunfalismos ni esperanzas escatológicas. Antes que la ilusiónsocialdemócrata de que las “cosas funcionan a pesar de todo” (llámese mercado, estado, democracia o instituciones sociales a secas), esta política antifascista debe partir de un cierto pesimismo organizado, capaz de cuestionar radicalmente la herencia de la masacre industrializada.

En nuestros términos: mientras el reformismo socialdemócrata pretende regular el “sacrificio” que el fascismo produce a diario, una política revolucionaria buscará cuestionar de base la misma economía política del sacrificio que presupone el capitalismo y sus ideólogos neoconservadores. Ahora bien, ¿no son los defensores de la socialdemocracia profundamente cínicos cuando declaran que no saben del sacrificio, de la muerte planificada, del desprecio absoluto que el capitalismo instituye ante los no-consumidores, los disidentes, los parias, en definitiva, los «suicidados de la sociedad»? Si toda burocracia fascista ya es cínica al ocultar su impotencia en un desenfrenado optimismo, ¿no se es infinitamente más cínico cuando se nos llama a mantener un optimismo moderado por este sistema, cuando sabemos que no hay ninguna razón para hacerlo? ¿Qué podrían decir, por lo demás, los profetas neoliberales que no sea una prepotente racionalización del mal ajeno en función de los propios beneficios (simbólicos y económicos), incluso si para ello precisan ocultar el punto de no-retorno que estamos traspasando como humanidad?  

Puede que el devenir del capitalismo no tuviera por qué habernos conducido, de forma inevitable, a esta forma de fascismo en la que vivimos (aunque es indudable que su estructura misma ya presupone la desigualdad de clases). Puede incluso que «modernidad» y «holocausto» no estuvieran enlazados de forma constitutiva y se trate de un lazo contingente que se institucionalizó a fuerza de diferentes metamorfosis culturales, políticas y económicas. Si hubiera un devenirineludible, entonces, no habría estrictamente devenir sino una ley inmanente de desarrollo histórico: el “origen” ya contendría su principio de transformación interna. Pero que ese devenir no fuera la resultante necesaria del capitalismo no niega en lo más mínimo que la «significación imaginaria social» del dominio racional del mundo –para volver a Castoriadis- no haya adquirido una supremacía inédita en la historia humana, al punto de apartar de forma violenta la significación de la autonomía individual y colectiva, central en la modernidad (5). La radicalización de ese “dominio racional” (que desata, por lo demás, fuerzas incontrolables) sobre el mundo y los otros es, precisamente, lo que hemos llamado el optimismo ilimitado del fascismo. En este sentido, nuestra sociedad contemporánea está regida cada más por la locura que supone la voluntad de instauración de un orden racional transparente, regido por imperativos unidimensionales de eficacia y eficiencia.

Si esto es cierto, el reformismo no es en absoluto un antídoto contra esa “somnolencia dogmática” en la que quieren sumirnos a fuerza de repetición mediática. Si el fascismo implica la autoexaltación voluntarista –incluso si para ello hunde en un irrevocable pesimismo a cada vez más seres humanos-, la ideología socialdemócrata es el llamado cínico a moderar esas expectativas, sin poner en cuestión los basamentos de este sistema de abatimiento al que nos hemos referido. Una política revolucionaria, antes que proponerse restituirel optimismo entre esos miles de millones de humanos representados como cuerpos descompuestos o como descomposición del Cuerpo Orgánico, tiene que hacerse cargo del pesimismo: organizarlo para articular una promesa que necesariamente parte de la desesperación a la que nos arrojan. En otras palabras, no es nuestra tarea invitar a una confianza en el futuro, enarbolando falsos consuelos, una especie de esperanza metafísica a resguardo de la historia. Más bien, se trata de sumergir en la historia un horizonte de fuga, enganchar –por decirlo así-  pesimismo y esperanza. Del pesimismo puede y quizás debe nacer otra forma de promesa: la que sostiene que otro mundo es posible. La que emerge de la negación de que “las cosas funcionan a pesar de todo”.

Precisamente porque en primer lugar no se trata de que las cosas funcionen -como si los parámetros instrumentales fueran fines-, ni mucho menos de “volver a lo de antes” o esperar a que “todo se resuelva” (como si las soluciones tecnocráticas actuales no fueran formas de reducir a la nada lo que escapa a ese “todo” deseado). Nada se resuelve: ya no podemos ni queremos aguardar. No tenemos más que el deseo de darnos lo que no tenemos. No es que nutramos secretamente un optimismo futuro. No tenemos certeza de que alguna vez la realidad histórica sea más justa; y si hay lucha, si luchamostodavía, es porque esa realidad no está asegurada ni puede estarlo de una vez. En ese punto, es cierto, siempre fuimos pesimistas. Pero aun así, si luchamos todavía, es porque en esa incerteza, la promesa de una salida revolucionaria nos permite sustraernos de una ética de la resignación. Esaesperanza incierta, minúscula, sustraída del mesianismo (al que tampoco Benjamin escapa) es la que quizás nos atañe en un tiempo en el que, en nombre del optimismo, están aplastando de forma literal nuestras vidas.


Arturo Borra
 
(1) Este componente proyectivo fue planteado pocos años después del holocausto nazi por Adorno y Horkheimer en “Elementos del antisemitismo” en Dialéctica del iluminismo (1997), trad. H.A. Murena, Sudamericana, México DF.

(2) Al respecto, resulta esclarecedora la reflexión de Castoriadis: “La disolución, en las sociedades capitalistas, de todas las instancias de colectividades intermedias significantes y, por lo tanto, la supresión de posibilidades de identificación alternativa para los individuos, seguramente tuvo como efecto una crispación identificatoria sobre las entidades religión, nación o raza y, por ende, exacerbó inmensamente la tendencia al odio al extranjero en todas sus formas” (Castoriadis, C. [2002]: Figuras de lo pensable op. cit, pág. 195).  

(3) Esta redescripción, por lo demás, parte de las reflexiones que Méndez Rubio ha ahondado como «fascismo de baja intensidad», en Méndez Rubio, A. (2012), La desaparición de lo exterior: Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad, Eclipsados, Zaragoza.

(4) Benjamin, W. (1988): Imaginación y sociedad. Iluminaciones I, Taurus, Madrid.

(5) Castoriadis, C. (1993): El mundo fragmentado, Altamira, Buenos Aires.