domingo, 14 de julio de 2013

Ineptos

La gente inepta me molesta. Me molesta enormente. Me inquieta ver como pierde su tiempo, pero sobre todo me inquieta ver como desperdician el mio. Es mejor pararse a pensar unos minutos y, una vez teniendo claro qué es lo que vamos hacer y cómo vamos a hacerlo, entonces podemos empezar a acometer nuestra tarea.

Todos fuimos dotados con la capacidad de pensar, mas no todo el mundo la utiliza. Toda una lástima! Cuantos cerebros desaprovechados y sin actividad de provecho alguna vagarán por el mundo?. Ya dijo Einstein que la estupidez humana es infinita.

Yo desconozco por qué la gente tarda tanto que realizar su trabajo. No sé si es que cuando nadie les ve, pasan sus horas de trabajo haciendo uso ilicito del internet de la empresa. O si por el contrario son más de perder su tiempo observando la belleza inconfundible y atrayente de los blancos techos de nuestro edificio.  No lo sé exactamente, y tampoco me importa.

Creo que la libertad individual, siempre que esta no sea una molestia para otras personas. Cada uno que haga lo que quiera, pero que mi tiempo no lo pierdan. Si hay algo que hacer, dime exactamente qué es y facilítame los datos más recientes de los que dispongas.

Menos vaguear y más trabajar.

viernes, 12 de julio de 2013

Yo te enseño las tetas y tú....

y tú no tienes ningún derecho a tocármelas a no ser que yo te lo pida. Son mías, si yo tengo a bien compartirlas contigo, dísfrutalas. Si no te dejo claro si quiero que me las toques, ante la duda, la mano al bolsillito, al tuyo.

Dejando de lado si me parece más o menos decoroso, y más o menos divertido ver o mostrar mis preciosos pechos a una muchedumbre de gente, normalmente borracha, y hambrienta por pillar cacho, no me parece de recibo, que si yo, haciendo un acto de generosidad enorme, decido mostrar mis maravillosos senos, que nadie se atreva a acercar sus manos, o más bien zarpas en algunos casos, a parte alguna de mi de mi anatomía.

Cuando de vez en vez, tengo el gusto de poder deleitar a mis preciosos ojos verdes, al observar un bellezón masculino ( y no, por favor, que no se parezca a Ronaldo, que me pone mala, pero mala de iughhh), no me tomo la libertad y el descaro de posar mis delicadas manos en ninguna parte de su fantástica anatomía. Primero porque yo soy una mujer, ante todo respetuosa con el espacio vital de cada persona. Y segundo, porque yo ya tengo la gran suerte de poder posar mis delicadas manos en una anatomía masculina más que fantástica.

En resumen, se mira con lo ojos, y tocar, mejor no toques....

Cómo Destruyeron Glass Steagall: movimiento Larouche


jueves, 11 de julio de 2013

Ponte sus zapatos

Hoy quería publicar una entrada comentando que era feliz cual perdiz. Bueno, soy feliz, pero ahora estoy muy molesta con comentarios que he oído hoy. Y es que a mí me enfada enormente cuando la gente no intenta ponerse en los zapatos de otra persona y de tratar de entender por lo que la otra persona está pasando.

Cada uno tenemos unas circunstancias personales e intranferibles. Hemos vivido experiencias distintas que nos hacen ver las cosas de una manera o de otra. Yo, por lo que me ha tocado vivir, por suerte o por desgracia, soy una persona con un plan B y un plan C preparado. Ésto supone, a priori más esfuerzo y mayor gasto de energía en pensar cómo hacer si pasa X. Habrá gente que diga que, no hace falta pensar en si pasa X, quizás no pase. Yo, por lo haber vivido lo que he vivido hasta ahora, pienso que es mejor tener siempre una segunda opción preparada, más que nada por si se diera el caso en el que el plan principal se torciera mucho, y lo que es peor, de manera inesperada.

Cuando uno tiene problemas no es capaz de pensar con claridad. Y muchas veces, para solucionar los problemas hay que pensar muy mucho antes de actuar. Es cierto que hay veces, en las que no queda otra más que apartarse para que la porquería nos salpique lo menos posible.

Hoy, en el trabajo, me han hecho un par de comentarios, que sin ser maliciosos, o por lo menos yo no he pensado que me los hicieran con intención de herirme, sí que me han dado mucho que pensar y eso sumado a mi cansancio mortal, ha hecho un estado de indignación se apoderara de mí. Menos mal que tengo mucho autocontrol y que ni se me ha notado.

Ahora mismo trabajo 2 horas semanales menos al máximo permitido para los estudiantes. Creedme es sumamente difícil trabajar tando y acabar una carrera. Y todo esto en un país que no es el tuyo, que por mucho que uno trate de aclimatarse, siempre habrá cosas que se nos hagan difíciles. Si trabajo tanto no es por gusto ni por amor al arte, es porque me hace falta el dinero; más claro agua. 

Cuando llegué a Alemania hace 4 años, llegué con apenas nada y acabando de pagar el ultimo plazo de la deuda que tenía con la universidad. Es lo que tiene ser pobre y no poder pagar los plazos de la matrícula puntualmente, uno contrae una bonita deuda, que la universidad se encargará de recordarte cada poco tiempo, bajo amenaza de congelación del expediente académico.

Llegué y trabajé como una mula durante casi un año. Era Au pair en una familia, limpiaba la casa de otra y daba clases de español al vecino. Vamos, un no parar de disfrutar. Cuando hice mi año erasmus disfruté de tres becas que en total cubrieron una cuarta parte de la estancia. Y eso que fue una estancia humilde sin mucha fiesta loca.

El curso universitario siguiente al del Erasmus yo era estudiante regular (todo un logro haber conseguido la plaza) y justo cuando ya no me quedaba dinero conseguí las primeras horas de trabajo y de ahí hasta ahora ha sido un no para de trabajar y un no parar de conseguir horas. Entiendo que haya personas a las que esta cantidad de horas les parezca algo exagerado, pero desgraciadamente no gano tanto como para poder trabajar menos y encima ahorrar. Si me quedo sin trabajo no tengo derecho a paro ni a ninguna ayuda. Aquí, de momento, sólo tengo derecho a pagar.

Me molesta enormente que se me hagan comentarios, por poco mal intencionados que sean, sobre si cuando acabe el master cobraré más; pues hombre eso espero. Me molesta que se me diga que dos horas más a la semana de trabajo no son tanta diferencia a final de mes. Pues perdona, son 88 euros más al mes. Si a ti te sobran dámelos, así yo trabajo menos y me llega para vivir dignamente y pudiendo echar una mano a mi familia, que desgraciadamente la necesita. No me llega para viajar, ni para comprarme chorradas, me  cuesta mucho ahorrar un par de euros por si me quedo sin trabajo.

Sí es duro, pero es lo que me toca vivir. No me vengas con tus comentarios lastimeros y después me dejes entrever que  te da la sensación de que me importa mucho el dinero. Sí, me importa y mucho. No quiero tener que volver a trabajar 12 horas al día. No quiero tener que trabajar teniendos meningitis. No quiero tener que pasar los apuros económicos que ya he pesado.

Y lo que más gracia me hace, es que estos comentarios me los hacen alemanes. Ellos, que son capaces de comprar comida de dudosa calidad para ahorrase un par de céntimos. Ellos que lavan la ropa poco, para que no se desgaste. Ellos que.... Lo dejo, no necesito citar más ejemplos.


lunes, 8 de julio de 2013

...solitud...

 
 
...como cada noche, al sentir las doce campanadas de la iglesia de Santa María, abrió la puerta de su confortable hogar y salió a pasear...le gustaba compartir con los gatos el silencio de la fábrica en la noche...escuchar el eco de sus pasos...admirar las grandes ventanas...imaginar el trabajo que se desarrollaba en el interior de esos muros...disfrutar de la solitud...ser consciente de cada uno de sus sentidos...ponerlos a prueba...vaciaba su mente en cada paso...sin rumbo...se dejaba llevar...era su momento...el momento de deshojarse...hasta quedarse desnuda...puede que alguna noche...pasadas las doce...te la encuentres en el silencio de la fábrica...entre esos grandes ventanales que la observan...puede que, por un momento, abandone su solitud y permita que la acompañes...
 
 
...infinitos besos para vuestros bolsillos...

jueves, 4 de julio de 2013

Y tú ¿estudias o trabajas?

O quizás ambas...

Estudiar es duro, bueno, es duro para los que estudian, para los que se pasan el cuatrimestre tocandose las narices, no es tan duro. En las universidades y escuelas superiores hay de todo.

Trabajar y estudiar es muy duro, y más si se trabaja más que un par de horas de vez en cuando. Trabajar a media jornada y acabar una carrera se hace, a veces, cuesta arriba. A mí me cuesta cambiar el chip al llegar a casa y ponerme a escribir o corregir el trabajo final de carrera, que es lo que ahora mismo me falta.

Hay gente que me dice que no entienden cómo puedo trabajar tantas horas a la semana y al mismo tiempo estudiar. Desde que empecé a trabajar horas sueltas los fines de semana en una tienda de chucherías cuando tenía 16 annos, no he parado de trabajar. He trabajado más o menos horas a la semana. Ganando poco o directamente una miseria. Con más o menos gusto por el trabajo a desempenas, pero siempre con una sonrisa en la cara y dando las gracias por poder trabajar.

No trabajo por gusto, aunque es verdad que el trabajo que hago ahora me gusta mucho. Trabajo por necesidad, porque desde hace tiempo mis padres no pueden ayudarme económicamente cómo a ellos les gustaría hacer. La vida es cara, todo cuesta dinero, y aunque no viva con muchos lujos jay gastos que son difíciles de asumir, y que para hacerles frente hay que apretar los dientes y tirar con lo que sea.

Si de algo estoy agradecida a mis padres, es de habernos ensennado a mi hermana y a mí a valorar el esfuerzo y a trabajar. Venga lo que venga, se puede salir de ello trabajando duro y con esfuerzo. Hay cosas que no se pueden comprar con dinero, y esta lección aprendida de manos de mis padres es una de ellas

La edad del cinismo (IV): daños colaterales

                     


Extraño credo del exterminio: barrer con todo con la secreta pretensión de sustraerse de sus efectos, recluidos en paraísos vallados por gendarmes del orden. Extraña inversión, también, de los términos de la vida: que las máquinas excavadoras arrasen las chozas que sirven de habitáculos y los disparos aplaquen lo naciente; que se ahoguen en el océano los que huyen de la pesadilla que nunca soñaron y que unos amos invisibles cultivan en algún lugar recóndito; dejar que se mueran, hacinados, hambrientos, desahuciados; encerrarlos en los campos que se propagan por el desierto; asesinar cualquier atisbo de revuelta; criminalizar a los que no aceptan callar y anestesiar a los que callan para que no puedan despertar jamás; dispararles desde la altura, torturar a sus hijos para que confiesen delitos que no cometieron; reventarles el cráneo, la esperanza; echarlos a las perreras, meterles un bozal y pegarles hasta que, furibundos, puedan destrozar a otros perros inermes; inocularles sobredosis de miedo hasta que imploren la protección de sus verdugos; inyectarlos con morfina; señalarlos como causas del fracaso en vez de esquirlas del sistema. Que se destrocen; que se mueran; que se arrastren o supliquen algo a cambio de migajas, haciendo ademanes reverenciales y sonriendo sumisos sin mostrar los dientes. Que se arrojen al vacío, se pongan un revolver en la sien y disparen contra sí mismos, anulando cualquier vestigio de autonomía. Que conviertan el mundo en un páramo. Que acumulen cielos custodiados mientras el infierno, cada vez más frío, se extiende en el submundo planetario. Que mueran como moscas, rociados por lluvias tóxicas; que no puedan nunca imaginar otra tierra para sus huesos y la sobrevida no quede expuesta por la promesa de lo diferente. Dejar que se coman el corazón del enemigo.
 
Esas imágenes no describen alguna obra terrorífica: forman parte del inventario del crimen organizado en el que (sobre)vivimos. Efectos colaterales del sistema. Los lugares se multiplican. Cuando pasa Afganistán viene Irak; cuando Irak es una escombrera viene Libia, convertido en una jungla; cuando Libia ya no es más que el recuerdo efímero de un líder empalado (tras su captura y entrega por parte de un comando franco-británico a la “turba salvaje”) viene Siria, el apoyo militar de Europa y EEUU a los grupos de Al Qaeda que participan enfilados en las tropas “rebeldes”. Después, o simultáneamente, puede ser otro. Habrá más, en el inventario modificable de las enemistades. Siempre habrá “tiranías” que destronar, a condición de que no coincidan con los intereses geopolíticos del bloque político-militar hegemónico. El asunto de primer orden es la construcción de enemigos mortales e infinitamente intercambiables, la invención de nuevas dicotomías que permitan perpetuar la globalización de la guerra. Su condición espectacularizada, análoga a un video-game, no niega en lo más mínimo la materialidad de los cientos de miles de muertos. Más todavía: cualquier reducción de la guerra a espectáculo olvida la condición irreductible de los cuerpos destrozados. La verdad de la aniquilación. La invisibilización de esta verdad convierte el sufrimiento en el fundamento (oculto) del espectáculo siniestro de la guerra.   
 
Infundir terror es la política a domicilio: si internamente se criminaliza a los movimientos disidentes, externamente se los aniquila o neutraliza bajo una montaña de escombros. El magnicidio está garantizado. El asesinato indiscriminado también. Los daños colaterales son parte del nuevo orden del mundo. Los sobrevivientes suplicarán seguridad a cambio de entregar los restos de su libertad. Incluso si eso supone desplegar un desproporcionado aparato de control sobre las poblaciones o preparar atentados de falsa bandera para lanzar los planes que de otro modo no podrían legitimar. El negocio de la guerra es también la rentabilización del crimen. La industria del miedo tiene que fundar la promesa de seguridad en el terror que produce por todos los medios. No es sólo una incitación al consumo que pueda calmar de forma temporal un miedo incesantemente incentivado; es también creación de nichos de mercado regando devastación en numerosos territorios. Las empresas de reconstrucción, desde hace tiempo, son complementarias a las fábricas del exterminio. Drones y excavadoras son la ecuación perfecta.
 
«Globicidio» -por recuperar el término acuñado por Günther Anders- es un término que define de forma ajustada la magnitud de la catástrofe en la que nos movemos: la atrocidad no sólo posible sino probable. No en vano Zygmunt Bauman lo cita en un libro elocuente desde su mismo título: Daños colaterales (1). El «síndrome de Nagasaki» se resume en la idea de que lo hecho una vez puede repetirse con un grado creciente de naturalidad. La naturalización del horror es uno de los males que afecta nuestra sociedad.  
 
Para decirlo de otro modo: el “potencial de barbarie” de la “civilización moderna” (por mantener esta terminología ambigua) es amplio. Las atrocidades nazis “(…) fueron excepcionales sólo en el sentido de que sintetizaron numerosos medios de esclavización y aniquilación ya puestos a prueba, aunque por separado, en la historia de la civilización occidental” (Bauman, 2011: 195). La Europa liberal es también un laboratorio de violencias tanto contra otros (que han padecido los efectos duraderos de la colonización y el imperialismo) como contra sí misma. El habituamiento a lo atroz es así una condición cultural del cinismo moderno. Los buenos padres y madres de familia hacen bien su trabajo con una soberana indiferencia ante lo(s) extraño(s).
 
La omnipotencia tecnológica presumida nos devuelve la imagen de nuestra impotencia. De ahí la idea misma de «tragedia» que ronda nuestro tiempo: se nos anuncia la inevitabilidad del desastre y la responsabilidad de los gobiernos de no impedirlo… Sin embargo, aceptar sin más esta posición es una claudicación política inadmisible. Una estratagema para llamarse al silencio, a la calma apócrifa de los despachos, al retiro de la escena pública, al resguardo de los altares y las misas académicas, a la imposición de un orden policial que se nutre de la represión del disenso. Tomar en serio la tesis foucaultiana que plantea -invirtiendo la tesis de Clausewitz (2)- la política como continuación de la guerra por otros medios es, ante todo, interpretar las fuerzas políticas en pugna como un campo de relaciones de poder, marcadas por diversos antagonismos sociales. A partir de ahí podemos empezar a pensar algo sobre nuestra contemporaneidad. Interrogar nuestro desarme, producto de derrotas históricas reversibles pero irreductibles. Nuestro punto de partida es la crítica a la resignación a la que quieren reducirnos. Desafiar la «paz perpetua» del capital, es decir, la declaración de guerra a todo(s) aquello(s) que no acepta(n) la alianza entre estado plutocrático, economía de mercado y cultura de masas como la ascensión final de la verdad o realización final de la civilización (supuestamente post-ideológica y post-histórica).
 
No necesitamos, sin embargo, seguir con estas “historias” para pensar nuestra historia, la historia en su proceso formativo, la historia que construimos colectivamente en condiciones de existencia determinadas, contra un cinismo hegemónico que pretende coagularla como destino inexorable, cosa irreversible, derrota intemporal de cualquier proyecto político que no se contente con la servidumbre. Por supuesto que dirán que la guerra es inevitable. Es su eslogan repetido. Dirán que no hay opción, mientras construyen una amenaza inusitada, una catástrofe inédita con magnitudes imprevisibles: armas de destrucción masiva, masacre inminente, terrorismo global, uso de armas químicas, violación de derechos humanos, tortura y crímenes de guerra… En cierto  sentido, su propaganda o sus profecías son perversamente certeras: despliegan exactamente todos los medios que adjudican a sus enemigos, produciendo las realidades terribles que anuncian.
 
El discurso imperial produce, pues, sus metáforas performativas: un escenario apocalíptico de destrucción que contribuye de forma decisiva a construir. No deja de ser sorprendente que estos ideólogos del apocalipsis acusen de “alarmistas” a quienes cuestionan radicalmente su retórica pacificadora y su práctica belicista. Ante la acusación de alarmismo nuestra réplica es que nunca lo somos suficientemente. Puede que en las condiciones actuales ni siquiera escuchemos la alarma cuando suene sobre nuestras cabezas, una vez más, este extraño credo del exterminio.
 
Arturo Borra
 
(1) Zygmunt Bauman (2011): Daños colaterales, s/n, FCE, Madrid, p. 192 y ss.
(2) Karl Von Clausewitz (2003): De la guerra, trad. Francisco Moglia, Astri, Buenos Aires. Si en Clausewitz “(…) la guerra es sólo un arma de la negociación política, y por ello, no es en absoluto independiente en sí misma” (op. cit., p. 239), en Foucault lo político es una forma de guerra: “La historicidad que nos arrastra y nos determina es belicosa, no es parlanchina. De ahí la centralidad de la relación de poder, no de la relación de sentido. La historia no tiene «sentido», lo que no quiere decir que sea absurda e incoherente; es, por el contrario, inteligible y se debe poder analizar en sus mínimos detalles, pero a partir de la inteligibilidad de las luchas, de las estrategias y de las tácticas” (Foucault, Michel [1999]: Estrategias de poder, trad. Fernando Álvarez Uría y Julia Varela, Paidós, Barcelona, p. 45).