miércoles, 19 de septiembre de 2012

Dimisión

Al leer en el periódico que la señora Esperezanda A. ha dimitido tardé varios segundos en comprender del todo la noticia. Creía que mi nivel de castellano se está oxidando, y me parecio entender mal, ya que no es muy común que en España un político dimita.

Este señora política, que cada vez que hablaba subía el pan, ha pasado a la historia de la política española por tener una carrera política muy larga, por sus despistados comentarios a micrófono abierto, y por los cambios que ha hecho en política.

En el 2011 tuvo cancer de mama, una enfermedad que no le deseo a nadie. Espero que este no haya sido el motivo de su retirada, porque yo no lo deseo una muerte así a nadie. Pero no puedo evitar alegrarme al ver que la señora se retira. Ha hecho bien en retirarse cuando ella lo ha decidido, pero no voy a celebrar el hecho de que haya dimitido, por muy insólito que en España sea que un político dimita.

Ahora bien, pienso, y creo no equivocarme, que esta señora tiene algún as escondido en la manga. Dudo mucho que se retire de verdad de primera linea de la política, creo que pasará a estar en la sombra, pero seguirá, de alguna u otra manera moviendo los hilos. Veremos que pasa...

lunes, 10 de septiembre de 2012

11 años después del 11-S

Después del dramático acontecimiento del 11-S, no sabemos exactamente qué ocurrió. Sin embargo, sí hay indicios y evidencias suficientes para saber que la versión oficial del 11-S es absolutamente insostenible, como ocurrió con tantos otros casos, incluyendo la segunda guerra contra Iraq, acusada de disponer de armas químicas que jamás fueron halladas.
 
La versión oficial -un atentado terrorista a gran escala perpetrado por cuatro aviones comandados por terroristas que apenas sabían volar, tres de ellos exitosos- es inverosímil por donde se la mire. Teorías de la vaporización, del derrumbe repentino de 3 de las torres del WTC por el calor de las llamas, caída inesperada de un cuarto avión por la lucha entre pasajeros y secuestradores, etc., arrojan una explicación de lo ocurrido que subestima profundamente la capacidad de indagación y contrastación de cualquier persona mínimamente inteligente.
 
Aunque las incertidumbres son muchas, la tesis de un atentado de falsa bandera -con la incontable colaboración activa de la elite político-militar de la administración Bush (J)- es una alternativa para nada descabellada . Los documentales aquí seleccionados, con testimonios de algunos protagonistas, entrevistas a expertos de diferentes materias y recopilación de distintos estudios técnicos, sugieren esa posibilidad.

¿Hasta cuándo aceptaremos explicaciones completamente incongruentes que sólo se hacen creíbles a fuerza de una incansable repetición mediática? ¿Cuándo exigiremos que se eluciden las responsabilidades del 11-S y podemos conocer a los criminales que lo perpetraron?









sábado, 8 de septiembre de 2012

"Tengo futuro"

El otro día vi por internet  el último reportaje emitivo por Comando Actualidad con el título "tengo futuro". Ellos pretendía dar ánimos haciendo ver que hay personas a las que les va bien, personas que tienen futuro. Como me apetecía ver algo positivo decidí hacerlo, y la verdad es que después de haberlo hecho me quedé con mal sabor de boca. Me explico, en el reportaje entrevistan a varias personas que se supone tienen un futuro prometedor, gente que está montando una empresa, personas que tienen un puesto de trabajo fuera etc.

No sé, decir de una persona y de su empresa que tienen futuro cuando acaban de arrancar, pero parece decir mucho. No tiene por qué ir mal, pero puede torcerse. Hacer ver que una persona que se va a trabajar fuera con un contrato de trabajo tiene futuro y será feliz, me parece decir mucho.

Esas personas que en estos momentos están tratando de arrancar con su empresa, esa enfermera que se va a Inglaterra con un contrato de trabajo tienen una nueva posibilidad, pero sin haber estado en el país afirmar categóricamente que se tiene futuro, me parece aventurar mucho.

Ojalá que les vaya  a todos a las mil maravillas, que los empresarios triunfen y creen puestos de trabajo, y que la enfermera encuentre su lugar en el nuevo país. Espero y deseo que les vaya bien, pero reconozco que esperaba más del reportaje. Bueno, en realidad no sé que esperaba, creo que quería ver a  una España con su gente saliendo de este largo tunel que les/nos toca recorrer.

El reportaje pretendía dar una inyección de optimismo, pero la verdad es que a mi me dejó con una desazón en el cuerpo. Yo llevo ya 3 años por tierras teutonas, y parece que fue ayer cuando me fui. Hay momentos en los que soy muy feliz, pero me sigue doliendo estar tan lejor de mi gente y de mi tierra. Para mi afirmar que se tiene un buen futuro si se sale de España hace que se me parta el corazón. Siempre ha habido gente que ha emigrado, pero muchos de los que lo hemos hecho no creo que volvamos, no a corto plazo; y desgracidamente muchos de los que estamos fuera tenemos estudios y hablamos varios idiomas.

No sé, será que el tiempo no acompaña, será que son muchos meses viendo pelear a los mios, y peleando yo misma contra viento y marea, que estoy cansada y necesito ver cosas positivas.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Apuntes sobre «La desaparición del exterior» de Antonio Méndez Rubio



I

Hay libros llamados a pasar en puntas de pie, casi inadvertidos, tanto por la propia exigencia de invisibilidad como por el desajuste que producen con respecto a las lecturas hegemónicas sobre el presente. Ese desajuste, producido a fuerza de un sostenido y consistente trabajo crítico con respecto al campo de la comunicación y la cultura, es el que reaparece en (otra) escena en La desaparición del exterior: Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad  (Eclipsados, Zaragoza, 2012), el nuevo libro del ensayista Antonio Méndez Rubio, en continuidad con trabajos precedentes como La apuesta invisible: Cultura, globalización y crítica social (Montesinos, Barcelona, 2003) o Encrucijadas: Elementos de crítica de la cultura (Cátedra, Madrid, 1997).

En este nuevo libro, Méndez Rubio reúne ensayos heterogéneos escritos entre 2001 y 2009, además de tres entrevistas recientes. Con su ya característico estilo lúcido, mordaz y provocativo el autor retoma el tejido problemático que enhebra a partir del borrado de una «exterioridad» tan incierta como necesaria para imaginar (y, por ende, instituir) otra forma de sociedad. Un tejido, por otra parte, capaz de asfixiar si se le da crédito. La misma dedicatoria a Joaquín Herrera Flores es elocuente con respecto al alcance de las tesis de partida: lo que está en juego (en riesgo, mejor) en nuestras sociedades contemporáneas no es sólo un asunto de derechos humanos, sino la vida misma.   

Para Antonio Méndez Rubio vale lo que decía Edmond Jabès: “Preguntar es estar sin pertenencia el tiempo que dura la pregunta; es estar sin pertenencia en la pertenencia, sin lazos en el lazo. Desatarse a fin de atarse mejor para volver a desatarse; es, del dentro, hacer un fuera perpetuo; es liberarse y, de esa libertad, disfrutar y morir” (1984: 24 [1]). Exactamente lo contrario a lo que produce el capitalismo: convertir el afuera en una interioridad perpetua que, paradójicamente, expulsa hasta los sueños, la imaginación, las añoranzas. Su poder de asimilación podría describirse como fuerza de interiorización neutralizadora de un exterior significado como amenazante. Esta deglución tendencial que produce el capitalismo es goce de muerte que plantea el lazo como imposible de desanudar. Estrictamente: la lógica de la esclavitud, que acepta como dados los vínculos, esto es, nudos “naturales” (en verdad, naturalizados) que no podrían desatarse. ¿Qué otra cosa podrían perseguir los imperativos hegemónicos que repiten de forma incesante la presunta inexistencia de alternativas ético-políticas a un presente cada vez más desolado? ¿Y cómo podría todavía cuestionarse ese poder asimilador, ese gran interior que se presume omnipotente e inalterable, como no sea a través de una interrogación interminable? 

La desaparición del exterior dispara en ese sentido, tal vez como una reivindicación no tan silenciosa de la intemperie. Con ello, se extraña del mundo social al que pertenece y, desde la libertad de crítica que ejerce, acepta el desafío de atravesar el desierto. El carácter perturbador de esta “desaparición” es claro:

En este mundo (no mundo-otro sino mundo-uno), la pauta de orden parece reproducirse a sí misma de manera obscena, autoevidente, como una negación del afuera, como un borrado de cualquier exterior (Méndez Rubio, 2012: 19).

La autoafirmación ilimitada de ese mundo-uno se hace patente, en primer lugar, en la difuminación de la distinción entre lo «público» y lo «privado» de la primera modernidad, así como en la totalización que el presente hace de sí mismo, avanzando en el viejo sueño totalitario de un «mundo clausurado», como décadas atrás denunciaran algunos intelectuales ligados al círculo de Frankfurt.

Los efectos claustrofóbicos que el actual orden globalizador produce son indisimulables, pero esa claustrofobia no es crítica todavía si no permite elucidar formas de análisis e intervención que contribuyan a fisurar esa membrana que se proyecta como invulnerable, incluso si para ello debe erigir un escudo que nos protegería de la presunta amenaza de la alteridad. Ante este espacio totalizado, Méndez Rubio enfatiza las claves culturales de cuño libertario que anclan las prácticas críticas a su condición (de)constructiva, poiético-política, que apunten a un movimiento diaspórico, capaz de quebrar esa frontera fijada entre un interior plácido y un exterior peligroso que mejor sería evitar.

La toma de distancia de un cierto progresismo reformista es nítida: no hay capitalismo de “rostro humano”. Por tanto, no se trata meramente de cuestionar supuestas “perversiones de la democracia” sino de trazar una crítica y unas luchas contra “una renovada y legalizada forma de fascismo histórico” (2012: 23). Tras las huellas de diversos autores ligados a un horizonte crítico –desde Adorno y Bauman hasta Sloterdijk o Virilio- Méndez Rubio procura reconstruir la filiación entre fascismo y modernidad e incluso, de forma más concreta, entre holocausto, industrialización y estatalismo. Si la cultura de masas instala como prototipo del fascismo al nazismo alemán (reduciéndolo así a un caso único, localizable y rentable), La desaparición del exterior avanza en sentido contrario: tanto el nazismo como la modernidad oficial comparten un industrialismo desenfrenado y un nacional-estatalismo que los emparenta de modo indisimulable.

Dicho lo cual, se plantea la hipótesis polémica que sostiene “(…) la existencia de un vínculo pragmático e inercial entre el ambiente social actual y un fascismo de baja intensidad” (2012: 25), entendiendo por «baja intensidad» una “presión mínima” pero en el contexto de una opresión constante, extensa y profunda. El autor apoya esa hipótesis al menos en cuatro bases: la “desaparición del espacio público”, la “neutralización expansiva de la información como propaganda y publicidad”, la “invisibilización del otro” construido como amenaza y la “producción adictiva de pobreza a gran escala”. Sobre esos escombros, se alzaría un orden social autoconcebido como “régimen inconstestable” que normaliza por consenso el control y la violencia extendidos.

Siguiendo a Foucault, Méndez Rubio define el actual espacio como una “(…) especie de espacio total, sin exterior, donde la amnesia ocupa el lugar tradicional de la memoria, la actualidad ocupa el protagonismo que tuviera la historia, y el mundo se traduce a códigos acelerados de interconectividad sin límite, de inmediatez comunicativa, donde, como se cansan de repetir eslóganes comerciales y políticos, todo es posible” (2012: 34). Ante esta realidad histórica, que coincide con lo que Hannah Arendt llamaba «totalitarismo», La desaparición del exterior contrapone un «antipoder de raíz crítica o todavía revolucionaria» que abogue por la producción de espaciamientos o aperturas imprevistas.

Sin embargo, difícilmente podemos cambiar esa realidad histórica si no atendemos a las especificidades de la actual fase postmoderna y globalizada del capitalismo, en la que lo cultural adquiriría una relevancia estratégica sin precedentes. Eso convierte nuestra vida en común en un campo de lucha decisivo y también habilita a una revalorización política y cultural de lo popular-subalterno, en tanto condición de alteridad y alteración de lo hegemónico. Tal vez en ese modo de producción podrían rearticularse unos conflictos que abran los espacios de poder hacia un exterior que, paradójicamente, no existiría. 

II

Sugerente en distintos sentidos, La desaparición del exterior también incide en la crítica a una sociedad del espectáculo que sobreproduce imágenes ante el vaciamiento del exterior, en una suerte de “virtualización de lo vivido” o “(…) espectacularización de un afuera que de alguna forma escópica suture la herida dejada abierta por la desaparición del exterior” (2012: 45). Antes que invitar al optimismo, el autor advierte sobre los peligros que se ciernen sobre la «comunicación» en un mundo que se presume plenamente intercomunicado y que, más bien, desplaza a una zona de “solipsismo interactivo” que pocas semejanzas guarda ya con la experiencia del diálogo.

En las condiciones de este “cercado existencial”, los espacios públicos son reconvertidos en espacios publicitarios, lugares de paso por un territorio sin límite que encarna en un mundo televisivo tan fascinante como virtualizado. Las implicaciones de ese espectáculo son graves; ante todo, el borrado de aquellos sujetos sufrientes entre los que cuentan los refugiados, los pobres, los esclavos, “los desechos sin valor del mercado global”.

Frente a una cultura que pone en crisis los vínculos comunitarios y nos encierra en un “ensimismamiento compartido” resulta de vital importancia la interrogación por lo común. Méndez Rubio ahonda en esa dirección, remitiendo tanto a la comunicación como “exposición con el afuera” (Nancy) como a la necesidad política de crear espaciamientos críticos (incluyendo la apertura simbólica de cierta producción artística, creadora de una “zona de incertidumbre”) en un espacio social que se pretende suturado.

Tal vez en esas indagaciones el lector sienta que puede respirar. El libro, sin embargo, no da tregua. De forma elíptica y polémica, Méndez Rubio advierte incluso sobre un cierto “activismo” que da por evidente la posibilidad de una acción crítica en el espacio público actual. Contra las “llamadas fáciles a la acción” que involuntariamente tienden a reproducir el orden existente, el autor insiste en la necesidad de revisar los propios presupuestos (o definiciones) del hacer, parafraseando a Zîzêk y su llamado a “hacer nada” –que de lugar a otro hacer y, en primer término, a otro modo de vivir. Y aunque ante un posicionamiento así uno se ve tentado de preguntar si no estamos ya “haciendo nada”, la puntuación crítica es más que pertinente en un contexto histórico en el que incluso las prácticas políticas más contestatarias corren el riesgo de ser asimiladas sin excesiva dificultad.

Cualquiera sea la respuesta a la cuestión previa, Méndez Rubio nos instala en un campo tan incómodo como imprescindible al momento de hacer una reflexión política radical. Si el valor de un trabajo crítico no reside en su novedad sino en su capacidad de perforación -o, si se prefiere, en su fuerza para desenlazar esos nudos que nuestra actualidad ha atado con violencia-, entonces, no hay dudas que La desaparición del exterior opera en ese sentido de un modo lúcido y ejemplar. Lejos de limitarse a repetir, persiste en la interrogación de una problemática de primer orden: el giro histórico de un  «fascismo clásico» ligado al nacional-socialismo a un «fascismo de baja intensidad» (2). Su tesis es tan clara como inquietante: el actual sistema global(itario) en el que vivimos puede caracterizarse precisamente por esta segunda variante fascista, en absoluto ajena a la realidad de un holocausto permanente:
           
Mientras tanto, la identificación de la política con la lógica del terrorismo y de la guerra sigue su curso afable, indiferente. Así que la subversión apenas perceptible, silenciosa, le queda aún el desafío de desbordar el esquematismo y el absolutismo autista del sistema, el reto de transgredir los límites secretos de una propaganda ilimitada. Esto es: la necesidad de encontrar las fisuras improbables de una realidad sin exterior (2012: 70).

En una época de “mirada sin visión”, la referencia a una “política nocturna” es ineludible; se trata de aprender a mirar contra la obviedad de la propaganda que incita al consumo mientras la información y la guerra se convierten en mercancías cada vez más rentables. Esa obviedad propagandística no sólo absolutiza y totaliza su punto de vista; también instala un discurso monológico y estandarizante que censura matrices discursivo-críticas, asimilando la producción de orden a la producción de miedo a gran escala. Correlativamente, la «guerra» aparece como “medio de reproducción de las alianzas entre mercado y estado, capitalismo y gobierno”, planteando la disidencia como una “amenaza sistémica”.

El diagnóstico es lapidario: tras el 11-S, vivimos en un estado de excepción permanente, bajo la hegemonía de un fascismo de baja intensidad. Si el fascismo clásico constituye una variante comparativamente más letal en el plano de los cuerpos, en este caso se trata de una variante que a través de la «ideología de la no ideología» apuesta a desarticular cualquier vestigio de una existencia autónoma y su apertura a la alteridad. A ese desplazamiento, que no niega rasgos comunes (el espectáculo, la propaganda, el aislamiento, la movilización masiva), le corresponden operaciones diferenciales: mientras el fascismo clásico opera predominantemente a través de un estado militarizado que administra el genocidio, el fascismo de baja intensidad opera de forma predominante a través de «golpes de mercado», con consecuencias no menos funestas para cientos de millones de vidas.

Ahora bien, si hay estructuras fascistas en la “vida democrática”, si la modernidad misma tiene como contracara el holocausto, entonces, cualquier proyecto de reingeniería social no hace más que agravar las cosas. Con ello, el reformismo como intervención política deja indemnes las bases socioculturales e institucionales que producen una masacre más o menos silenciosa: el racismo, el autoritarismo centralizado, la estabilización del estado de excepción, la pasividad de la población civil terminan institucionalizando el mundo como “campo de concentración”. En tanto nuevo fascismo no se plantea aquí una “solución final” puesto que ya no la necesita: la alteridad, gestionada como amenaza, está sometida al riesgo de la desechabilidad. Alcanza con observar lo que ocurre con tantos inmigrantes o grupos marginados para saber que ese riesgo regularmente se convierte en una sangrante realidad.

III

No es propósito de estos breves apuntes resumir un libro estrictamente irresumible. Como aventura intelectual y política, exige ser transitada en su complejidad y sus aristas más punzantes. Sus afirmaciones son suficientemente graves como para que el lector ahonde en sus implicaciones. No se trata, desde luego, de generalidades difusas: cada ensayo de Méndez Rubio, como un poliedro, aborda en profundidad diferentes dimensiones de un presente neofascista que (nos) amenaza de muerte: la guerra, la inmigración, los mass-media, la alianza entre mercado, estado y cultura masiva, la ciudad imposibilitada y algunas formas de resistencia cultural ante un presente devastador, son abordados de manera incisiva, con una argumentación implacable y luminosa. Pero Méndez Rubio no se limita a constatar el desastre: invita a “una travesía que empieza desde la derrota”. Puesto que “estamos dentro”, nuestra labor no puede ser sino el de intentar inventar una salida.

La desaparición del exterior recapitula unas tesis previas que ya anticipaban la ofensiva capitalista en curso desde hace una década, a escala planetaria. Sin embargo, en las condiciones históricas de producción de esas tesis, diez años atrás, la afirmación de que social-democracia y fascismo de baja intensidad mantenían una relación más estrecha de lo que en general se estaba dispuesto a admitir estaba destinada a ser desoída. La promesa de acceso ilimitado al consumo (a partir del endeudamiento) en el contexto de una democracia de masas, celebrada como el “fin de la historia” y articulada por los massmedia, parecía confinar esas tesis al desasosiego de la teoría crítica tardía, las más de las veces descalificada de manera simplista por «apocalíptica» en los términos de Eco.

Las ilusiones de un capitalismo benevolente, sin embargo, han estallado en muchos de los países que estaban presuntamente resguardados de sus riesgos. Con ese estallido, la tesis del fascismo en las llamadas democracias occidentales contemporáneas adquiere una renovada fuerza interpretativa. El régimen de pequeños privilegios del que antaño gozaban las presuntas “sociedades opulentas” se desvaneció en el aire y con éste la promesa social-demócrata de una sociedad del bienestar en un mundo arrasado. El giro hacia la derecha política en Europa –giro que precede claramente al ascenso electoral de partidos explícitamente neoconservadores- muestra lo que el conformismo cultural de principios de milenio quiso omitir: que el modelo de bienestar europeo se basó -y sigue basándose donde sobrevive- en un orden internacional criminal que transfiere el malestar a las periferias (interiores). La primacía de fuerzas económicas globales sustraídas de cualquier control público -suficientemente poderosas como para cambiar de modo drástico lo que en décadas anteriores se suponía, no sin cierta arrogancia, la “herencia de Europa”- es tan notable como inadmisible siquiera desde una perspectiva que se pretenda mínimamente democrática.

Ante estas transformaciones histórico-políticas, las condiciones ideológicas de recepción de las tesis formuladas en La desaparición del exterior quizás pueden resultar menos hostiles para algunos de los sujetos damnificados, esto es, disponer mejor a la escucha de lo que el discurso hegemónico quisiera borrar de modo definitivo: el recuerdo desequilibrante de un afuera improbable, que supone ante todo “mirar” de otro modo. Retroactivamente, la tesis sobre el fascismo no sólo tiene validez histórica en unas condiciones que predisponían a su rechazo apresurado, sino que muestra su poder anticipatorio: el capitalismo actual no puede sustentarse sin abatir a las mayorías sociales, sea a través de la eliminación y el confinamiento de masas marginales crecientes, sea a través del exterminio a gran escala mediante la guerra terrorista contra el Terror que para este interiorismo encarnaría el “afuera”.

La validez de esta tesis, sin embargo, no nos impide preguntar acerca de sus variaciones contemporáneas. ¿Podemos seguir describiendo en términos de magnitudes fijas o intensidades invariables lo que ocurre en la actual fase del capitalismo a nivel mundial? Para arriesgar una reformulación: la articulación específica de «guerra mundializada», «golpes de mercado» y «cultura masiva» puede dar lugar a intensidades diferenciales según los contextos históricos locales o incluso glocales. Quizás lo que en nuestro presente se está planteando con fuerza esté ligado a una articulación hegemónica elástica y multifocal entre estado de excepción, mercado capitalista y cultura fascista, capaz de producir y legitimar, alternativa o simultáneamente, según el caso, la criminalización y marginación de determinados grupos sociales, las guerras preventivas, las hambrunas de gran escala, la segregación in situ o el confinamiento en campos de encierro (incluyendo campos de refugiados o centros de internamiento), por mencionar sólo algunas de las aristas más estridentes de esta poderosa máquina de trituración. Dicho de otro modo: según imperativos inmanentes a esta articulación dinámica y la correlación de fuerzas sociales, la “presión” sobre las poblaciones puede variar de forma significativa. Así pues, cabría indagar sobre el vínculo entre este «fascismo de intensidad variable» y un recalcitrante neoconservadurismo convertido en ideología del capital trasnacional desterritorializado. Según las coyunturas histórico-concretas, habrá que investigar esas intensificaciones relacionadas, en cierta medida, a la magnitud de los antagonismos sociales que se plantean localmente y que, por definición, horadan esa interioridad sistémica que se pretende irresistible.

Desde luego, que esa operación hegemónica reclame según los contextos locales intensidades diferentes no nos hace olvidar que, globalmente, estamos ante la misma potencia fascista, productora en masa de residuos humanos o, para decirlo de una forma más sencilla, de un soberano desprecio hacia el Otro. El «capitalismo del desastre» -tal como insiste Naomí Klein- está entre nosotros. Méndez Rubio no se limita a constatarlo, sino que específica de forma crítica algunos de sus rasgos constitutivos, empezando por esa ideología triunfante que proclama la muerte de todas.

En este sentido, el interés por indagar en las grietas de esta gran membrana, por ver lo que a pesar del borrado persiste, es mucho más, y quizás algo esencialmente distinto, que una preocupación académica (legítima por otra parte). Allí se nos juega un modo de vivir, una apuesta invisible. Las encrucijadas son diversas y esa interrogación por lo que a pesar del borrado persiste resulta demasiado decisiva en la hora insegura como para no tener que volver sobre ella. Es cierto que no alcanza con mirar afuera cuando el muro está por todas partes o cuando ni siquiera sabemos si hay afuera. Pero ¿qué es la teoría crítica sino esa promesa más o menos explícita de ver más allá de la ceguera planificada de la masacre, partiendo de sus límites, acaso con la expectativa más o menos tácita de una emancipación nunca definitiva, rodeada de incertidumbres? Sin retorno posible a un bienestar cercado, a pesar del muro blanco, tal vez no todo sea motivo para el pesimismo. Y si lo es, se tratará en todo caso de un «pesimismo organizado» que no implica claudicación práctica. Como dice Méndez Rubio (2012, 240):

Precisamente porque el espacio se ha resquebrajado y abierto de una forma singularmente nueva, crítica, ahora las opciones se abren y reinventan también sin límite. Todos somos por una vez tan extras como protagonistas. Porque todo está en juego, y eso no se podía decir con la misma claridad en otros momentos o contextos. Un fascismo de baja intensidad produce un holocausto de baja intensidad, y reclama, entre otras cosas, una lucha de intensidad máxima.



Arturo Borra


(1)     Jabès, Edmond (2004): El libro de los márgenes II, trad. Begoña Díaz Zearsolo, Arena Libros, Madrid.
(2)   Otro de los intelectuales en el ámbito español que contribuyó a forjar este concepto es Carlos Taibo, quien en 2001 publicara un breve artículo llamado “Fascismo de baja intensidad” (en El Viejo topo, Nº 158, 2001, págs. 6-7).

sábado, 1 de septiembre de 2012

Dientes, dientes.



¿A que el título de la entrada os es conocido? Bueno, para el que siga en su mundo, para esa persona que aún no sepa qué frase es, hago la referencia completa: “Dientes, dientes, que eso es lo que les jode”- La Pantoja, la de Puerto Rico no, la otra, la cantante de copla.

Llegado a este punto, estaréis pensando que se me ha ido totalmente la pinza; deciros que aún no estoy totalmente ida, lo que sigo es flipada. Para que lo entendáis bien, mejor me remonto al principio de los tiempos: hace  10.000 millones de años, en la edad de…..venga vale, que no me sé las edades de ni piedras ni de hierros, mejor cuento lo que me pasó ayer, y así no me dejo más en evidencia.
Ayer una servidora tenía cita con el dentista para ver si necesito un aparato corrector o no, al que esté leyendo esto, decirle que, se puede ahorrar cualquier comentario al respecto, no me hace ni puñe*** gracia el tema. Bueno, pues ahí que iba yo a mi Beratungstermin-cita de asesoramiento-, con más miedo que vergüenza, por supuesto con mi par de preguntas requetesuper preparadísimas en correctísimo alemán, reitero lo de que tenía más miedo que vergüenza, para aquel que no le haya quedado claro. En esas que estamos en la consulta, mi maromen vino conmigo por aquello del apoyo psicológico, y no pude ni exponer mis preguntas ni nada, así sin habernos tomado un café el médico y yo juntos me metió los dedos en la boca, ¡como si ya nos tuviéramos tanta confianza!
El médico no se quiso mojar, y dijo que hasta que no viera la ortopantomografía no quería pronunciarse al respecto, así que esperamos media hora larga y me hicieron una. Llegados a este punto de la consulta se volvió todo raro, muy raro. Mi maromen y yo creíamos que después de hacer la ortopantomografía (¡cómo me gusta la palabra, es el nuevo supercalifragilisticoespialidoso!) la dentista nos daría su opinión al respecto, pues resulta que ella no tenía eso mente. La radiografía de la boca (veis, cambio de palabra, para que no me llaméis pedante) me la hizo un cirujano, más seco que la mojama y más rudo que un leñador alemán. Bien, pues el señor Venquetequierosacarunpardemuelas se emocionó con mis dos dientes de leche y propuso, así a lo loco, sacarme las 4 muelas del juicio (siento decepcionaros, aunque me las saquen, dudo que yo llegue a tener algo de juicio nunca) más los dos dientes de leche, porque y cito textualmente “hgkkklmnjqtergbbgetfz pgetrwsnakitrqzdg etc.” Y ahora en cristiano “sería muy interesante sacar el colmillo inferior izquierdo, y tratar de luxar (¿?¿?¿?¿?) el diente definitivo, y ver si sale o no. Yo sólo lo he hecho una vez, pero es un procedimiento que a mí me interesa mucho”
Después de escuchar y entender eso, y no, no es penséis que mi nivel de alemán es nulo que me he inventado una historia, el jeta del cirujano dijo eso, yo le pregunté, primeramente que qué era luxar, y después qué podría pasar si no lo hacemos. El hombre, así cansadamente y sin muchas ganas me explicó que luxar ese diente es, sacar la pieza de leche, hacer un agujero en la encía hasta la pieza definitiva y tratar de moverla. Si se mueve bien, el diente puede salir solo, sino se mueve date por jodido, porque hay que hacer una endodoncia y hacer un implante. Después de la explicación mi cara era un poema, así que reiteré mi pregunta de ¿y qué pasa si no lo hacemos? El hombre me respondió con voz grave y como tratando de impresionarme “uff se puede complicar todo mucho, y pueden pasar cosas muy muy graves” . A lo que yo pregunté, ¿qué puede pasar? Y él dijo vagamente, “uff cosas muy graves. Concierte ud.(en este país es así, te meten el miedo en el cuerpo mientras te tratan de ud.) una cita para una cita de asesoramiento.”
Evidentemente este señor cirujano ya se puede olvidar de sacarme ninguna muela o diente. Vamos, que estamos como al principio, sin saber qué hacer y teniendo que buscar otros dos dentistas, porque yo siempre quiero una segunda opinión.

En fin gente, siento el rollo, pero tenía que desahogarme.

sábado, 25 de agosto de 2012

La economía política del sacrificio III: el repudio de los otros

 
 
Ya no escuchamos con tanta frecuencia el discurso arrogante de los portavoces del “primer mundo”, entre otras cosas, porque ese “primer mundo” ni siquiera existe en tanto realidad homogénea. De la teoría de los tres mundos no queda, en buena parte del planeta, más que el tercero. La mundialización del tercer mundo incluso en los países centrales arruina cualquier pretensión de superioridad europea. Dicho de otra manera, el eurocentrismo está herido de muerte. La lección es clara: nadie está a salvo en el capitalismo, como no sean unas elites mundiales que gobiernan a espaldas de los pueblos, en la más absoluta opacidad. En cualquier parte donde se viva o sobreviva -según complejas coordenadas de clase, género, etnia, procedencia o edad- uno se topará con escombros. La creencia en una superioridad esencial, ligada a una etnia, una cultura o una nación, está jaqueada por la propia dinámica capitalista desterritorializante. El desbordamiento de una economía globalizada con respecto a los estados-nación (en tanto garantes necesarios de su despliegue) es inocultable. Lo que rige el movimiento de multinacionales y capitales financieros no es la lógica nacionalista sino la lógica de la mercancía: la “patria” inlocalizable del capital.
  
Que todavía ese núcleo etnocéntrico tenga anclaje social en Europa y EEUU no hace más que agravar las cosas: contribuye a sedimentar un discurso de cuño fascista, que además de construir al otro como sujeto inferior, lo supone inconvertible, esto es, incapaz de advenir como «semejante». Ahora bien, ante sujetos declarados inconvertibles lo único que se puede hacer para neutralizarlos es el control, el confinamiento o la muerte.
 
En Europa, seguir acusando a otrascomunidades (“sudacas”, “moros”, “chinos”, “negros”) de las carencias globalizadas sigue siendo una manera de desconocer un modo de producción que sólo puede sobrevivir sobre la ruina de los otros. Agitar la amenaza demagógica de la invasión de los bárbaros oculta la barbarie de una sociedad del sacrificio, que transfiere la responsabilidad a los propios damnificados. Al negar las desigualdades inherentes a un orden internacional criminal, reduciendo el problema a una cuestión de «méritos individuales» y de «capacidades culturales» (según un esquema desarrollista unidimensional que identifica el «desarrollo» con el eje Europa/EEUU), esas acusaciones no pueden dar cuenta de lo que está ocurriendo en el sur europeo, en particular, el crecimiento descontrolado de sus periferias interiores.
 
La xenofobia y el racismo, como operadores selectivos y estratificantes, en vez de haber mermado ante las dificultades colectivas crecientes, aparece como el último refugio de una derecha que llama a “levantar la marca-España” (como si se tratara de un sello diseñado a través del marketing) hundiendo a los otros: supresión de fondos de integración, reducción drástica del presupuesto para políticas de codesarrollo y cooperación, desfinanciación de partidas destinadas a los colectivos de inmigrantes, refuerzo de una política de control migratorio, aumento de la presión contra la inmigración irregular, mantenimiento de los centros de internamiento de extranjeros, taponamiento de una política de asilo, etc. Si por un lado los hermanos ricos del norte son recibidos como agua bendita por la industria del turismo  y los empresarios chinos -no sin ambivalencias- elogiados en su laboriosidad infatigable y sobre todo su empuje inversor, la suerte mira a otra parte cuando se trata de trabajadores inmigrados, de los cuales más de un tercio está en situación de desempleo. Ningún ejercicio de autocrítica ni llamado a la humildad cabe esperar en esta coyuntura. Se trata, según la política en curso, de afianzar el sacrificio de los otros, de hacerlo más perdurable, de convertirlo en un punto irreversible (incluso cuando eso signifique, a largo plazo, la propia bancarrota).
 
Puede que muchos grupos identificados con la derecha sigan acusando a esas víctimas de ser responsables de lo que padecen (especialmente, si no forman parte de la propia comunidad nacional). De todas maneras, incluso si se representan como “superiores”, también están condenados. Casi todos, como no sea haciéndose propietarios de una empresa de seguridad o convirtiéndose en lacayos útiles y dóciles. Ni siquiera eso los inmuniza y también ellos serán “sacrificados” a su tiempo.
 
La reestructuración sistémica actual pone en jaque las prerrogativas de las que gozó antaño Europa. “Europa” misma es el nombre de una fractura política y una desigualdad económica manifiesta entre sus países-miembro. En esas condiciones, la inculpación a “los extranjeros” de la “crisis” es ridícula e inconsistente. La derecha más informada lo sabe y por eso necesita hacer malabarismos para ocultar la correlación entre «inmigración» y «crecimiento económico» -basado, por lo demás, en un modelo productivo insostenible-. Agotada la ilusión del derrame de la riqueza, usar como chivo expiatorio al otro no pasa de ser una estrategia desesperada para desviar la atención de los auténticos responsables de la debacle económico-financiera actual.
 
La maldición del “vuélvete a tu puto país” adquiere un nuevo sentido: no sólo el retorno concreto de miles de inmigrantes a sus países de origen, sino también la migración en sentido inverso, especialmente de miles de jóvenes que parten en busca de las oportunidades que el “primer mundo” les niega. En una irónica inversión, parte de quienes ayer cerraban sus puertas deben ahora golpear aquellas otras que miraban con reservas, cuando no con prepotencia. Para más humillación, muchos de ellos tendrán que sufrir las trabas burocráticas y legales que el estado español exigió a los inmigrantes en la última década.
 
La paradoja más notable de esta economía política del sacrificio, sin embargo, no es el repudio de los extranjeros en nombre de un gran Otro (el Mercado) sino la necesidad de extranjerizar a los propios, esto es, de construir cada vez nuevos “otros” a los que sacrificar (ya no bajo la forma de la expulsión sino de la pauperización). La conversión de millones de ciudadanos españoles en ciudadanos de segunda mano –a nivel político, económico y cultural- es el primer paso para la legitimación de una política a medida de las clases dominantes. Esos conciudadanos convertidos en extraños, son legión: jóvenes, mayores, discapacitados, dependientes, desahuciados, desempleados… El patrón común que tienen es su específica pertenencia de clase. Como sectores subalternos son objeto de una política que necesita cosificarlos para abatirlos con la menor resistencia posible. Como víctimas propiciatorias no alcanza con saquearlas y hacerlas partícipes forzosos del sacrificio; además, se trata de estigmatizarlas, inculpándolas de no estar sacrificándose lo suficiente, de no estar “esforzándose” todo lo necesario para salir del pozo en el que supuestamente se han metido por negligencia, falta de méritos o irresponsabilidad. 
 
Lo “propio” enajenado es la condición de sacrificabilidad. Ahora bien, ¿no se trata más bien de un pseudosacrificioen tanto sólo se ofrenda a aquellos que nuestros amos han prejuzgado como no valiosos (esto es, a los que considera «sobrantes estructurales»)? La respuesta es afirmativa. De ahí el reproche perpetuo de esos poderes sin rostro de los “mercados”: no has hecho los sacrificios suficientes. Nada señala, pues, que esta espiral de ajustes infinitos a las clases populares y medias vaya a detenerse. Cuando ya no alcancen quienes están tipificados como otros, esta política necesitará construir nuevas categorías de marginados a los que sacrificar. El genocidio al que tantos asisten como un espectáculo indiferente se nutre de esta exigencia infinita: puesto que esos otros ya están condenados al no-valor, es imperativo hacer nuevos sacrificios cada vez más costosos. El compromiso de los mandatarios con esta tarea interminable, imposible de satisfacer como no sea creando crecientes masas marginales, además de perversa, puede resultar sorprendente: para salvar unas elites, los que gobiernan tienen que convertir las propias poblaciones en objetos sacrificables. Y puesto que el presupuesto fundamental de esta forma de sacrificio neoconservador es que el sacrificado no coincida con el sujeto que sacrifica, todo hace prever que en la lista de espera también habrá casillas para los “propios ciudadanos” convertidos en extraños.
 
¿Qué límite se plantea internamenteesta política? ¿Hasta qué punto están dispuestos a llegar y cuánto les permitiremos avanzar a nivel colectivo e individual en su ataque sin precedentes? Y puesto que los demás son nuestro espejo y que no somos sino a través de ellos, ¿qué suerte podría correr un sistema así, que declara una guerra a muerte a los «otros» fabricados a medida de su ambición ilimitada? ¿qué insoportable imagen arroja ese espejo, como no sea la de una codicia insaciable, esto es, la miseria infinita de esta subjetividad sacrificial que encarna en los agentes del capitalismo? No basta decir, como algunos ecologistas hacen, que “el dinero no se come”. Es cierto, pero no podemos permitirnos esperar a que se den cuenten y recapaciten sobre la condición constitutiva de los demás. Esperar a que estas elites mundiales se autolimiten en términos éticos es completamente ilusorio. En primer lugar, porque dar por sentado que no lo saben ya es algo totalmente dudoso. Pero sobre todo, porque si alguna vez estuvieran dispuestos a recapacitar, sería demasiado tarde.  
 
 
Arturo Borra

La historia de los 400

La historia de los 400, euros, se entiende. Es un tema que no tengo muy claro, a pesar de leer muchas noticias sobre ello en el periódico. Me da la sensación de que el gobierno está jugando a despistar y desgraciadamente conmigo lo están consiguiendo.

Se supone, y corríjanme si me equivoco, que la prestación de 400 y pocos euros, es la que se recibe cuando se acaba la prestación del paro, la cual se cobra dependiendo de lo cotizado. Hasta ahí creo llegar bien.
Se supone que la prestación de 400 euros es para todo al que se le haya acabado el paro. Esto estaría bien, si la cantidad de personas a las que se les ha acabado el paro fuera menor de la que es, y si esas personas tuvieran una posibilidad real de encontrar un trabajo que les permitiera llevar una vida digna. Como las cifras son las que son, y las cuentas no cuadran, están tratando de meter más la tijera.

La parte extraña de la historia de los 400 es, por lo menos para mi, que haya habido gente que se ha quedado en paro, ha agotado su prestación de paro, y al suceder esto han pasado a cobrar automáticamente sus 400 euros sin tener en cuenta que esas personas habían regresado a un hogar paterno que dispone de una cantidad ecnonómica más que suficiente para vivir holgadamente. Si lo citado anteriormente es verdad, me parece una vergüenza y una falta de respeto enorme a las personas que verdaderamente necesetan ayuda económica del estado. Nadie malvive con ayudas sociales por gusto, pero que haya gente que tarde en cobrar la ayuda, porque hay gente que, aún teniendo muy buen apoyo económico familiar, la está cobrando, no me parece de recibo.